08:19 p.m
Afueras de Kirigakure, País del Agua
La luna apenas se asomaba por el horizonte, pero en Kirigakure el cielo ya se había teñido de color azabache alertando de la llegada de la noche, aunque también se podía distinguir una enorme nube que cubría gran parte de lo que se veía. Si ya la constante niebla de la zona hacía de por si que el ambiente fuera bastante húmedo, a aquella hora se sumaba el hecho de que hacía menos de treinta minutos había llovido torrencialmente. Kano se encontraba en las afueras de su aldea, disfrutando de la tranquilidad que el bosque le podía dar. Había sido un día duro y su tía estaba de mal humor, así que prefería alargar un poco su vuelta a casa para encontrársela dormida y no tener que lidiar con su enfado.
Se encontraba sentado en el suelo, sin preocuparse por ensuciarse aunque la tierra estuviera llena de charcos. Su mano acariciaba una pequeña zona de césped, embobado con las pequeñas gotas que reposaban sobre él─. Tengo la sensación de que hoy no voy a dormir, el día ya ha sido lo bastante duro para encima tener que aguantar las pesadillas ─murmuraría refunfuñado para sí mismo y levantó la cabeza para pegar un vistazo a sus alrededores. Estaba en una zona bastante llana y llena de árboles partidos. Hacía ya bastantes años que iba allí a entrenar en solitario, ya que no molestaba a nadie y no debía preocuparse tanto por no sobrepasarse.
Soltó un suspiro suave, en una mezcla de resignación y apatía, y se llevó las manos a la nuca mientras levantaba su vista al cielo─. Con esta niebla es imposible ver nada... Y yo que quería ver las estrellas.