Tras una de las múltiples conversaciones que teníamos y habiéndole expresado mi necesidad de entrenar con algo que se moviera más allá de las ramas de los troncos del bosque más cercano, me comentaría el pequeño torneo de combates que se realizaría más o menos cada mes a unas cuadras de distancia de donde me encontraba. La recompensa rozaría las cuatro cifras, y aunque era poco dinero para alguien que podía embolsarse bastante más con un encargo de mi nivel, ahora mismo cumpliría las expectativas de querer batirme en duelo y entrenar con algo más movido. La mujer me fue sincera, hacía mucho tiempo que no oía hablar de aquel lugar, para tras darme dirección, me avisó de que seguramente no fuera la única portadora de chakra y cuyos trucos no debía de esconder. Eso me excitaría en sobremanera, pues no tener que esconderme tras una careta para usar mis técnicas era algo bastante interesante. La cita era por la noche, justo cuando diera la madrugada, por lo que me dedicaría el día a prepararme, entrenar un poco e investigar la dirección.
Las doce de la noche darían en el reloj cuando estaría delante de la puerta del bajo donde se daría la acción. Era una puerta normal de madera, con el único distintivo de que su pomo era una calavera de metal casi oxidado, además de la madera en el centro a la altura de los ojos por la que seguramente se viera desde dentro hacia afuera. Me acercaría y golpearía un total de cinco veces tal como me había dicho la mujer. Unos pasos se escucharían tras la puerta y tras verificar mi posición, un hombre delgaducho con unas pintas un poco preocupantes de salud abriría. – ¿Contraseña? – Preguntaría el hombre. – ¿Naranja verde? – Expresaría a modo de pregunta, algo preocupada de que la mujer no me hubiera dado la información correcta y me hubiera metido en algún lío.
La contraseña había sido correcta, y cuando me dejaron pasar, me acompañaron a una especie de vestuario donde me prepararía. No había nadie por el momento, aunque quizás era que había llegado muy pronto o muy tarde. Una vez allí me cambiaría de ropa para algo más cómodo. Un pantalón corto negro por encima de las pantorrillas dejando mis piernas al aire tan solo cubierta por una red blanca. En la parte de arriba una camiseta ligeramente escotada de color rojo, cortada en el ombligo y dejando este al descubierto. Cubriría mis hombros con una chaqueta negra de cuero sin abrochar, con varios bolsillos a modo de adorno y dos cadenas en los puños de esta también de adorno. Como calzado llevaría unas botas gruesas que a simple vista podrían parecer aparatosas para el combate pero que realmente eran ligeras, además de que estaba acostumbrada a usarlas. Mi cabello estaría atado en aquella cola alta y en el cuello llevaría un colgante con una letra G. Troné los dedos y di varios saltos en el sitio esperando a que llegara mi turno: estaba lista.