La cueva, a su interior, no era la más cómoda y mucho menos caliente, pero al menos sus técnicas ígneas le permitirían elaborar fogatas que la mantuvieran acorde a lo que ella quería. Había llevado una especie de colchoneta para dormir, ropa, comida y demás cosas selladas en un pergamino.
Aquel se había convertido su lugar favorito en el mundo. Desde allí, todos sus problemas, sus angustias, sus males y sus pesares parecían pequeños, tan pequeños como se veía la misma montaña Hokage a lo lejos. El sol empezaba a ocultarse dejando sus últimos haces de luz como regalo a quien los veía y al tiempo, una densa niebla empezaba a rodear las montañas más bajas. Poco a poco, era más invisible y el frío empezaba a sentirse.
La rubia, por otro lado, había llegado allí desde temprano. Su entrenamiento se había enfocado en desarrollar el senjutsu, llevarlo a otra etapa y así mismo, desarrollar su ninjutsu médico a tal escala que derrotarla en combate fuera literalmente imposible. Trabajaba en la multiplicación de sus células a una escala desenfrenada, y claro, aquello conllevaba un gasto desmesurado de chakra, pero por lo mismo entrenaba, buscaba tener ese control.
Tomó un poco de comida y se sentó en la punta de aquella montaña a ver como el sol desaparecía y como poco a poco la bóveda celeste empezaba a iluminarse, no sin antes llenarse de pequeñas estrellas. En aquel momento, la rubia se detuvo.
—…— El pedazo de comida que iba a llevar a su boca quedó a la mitad. —¿Qué sentido tiene todo esto?... El mundo ha cambiado tanto que… tendría que hacerse de nuevo para poder arreglarlo. — Tragó saliva con esfuerzo. —Jamás logré proteger a mi gente. — sus manos se empuñaron y justo ahí, arrojó aquel pedazo de comida al vacío. Su alimento bajaba por efecto de la gravedad, así como lo hacían sus lágrimas. En aquel momento se perdió en sus pensamiento, casi que llamándolo…
::: FlashBack :::
El sudor corría por su frente y cuerpo. Pese a la diferencia de niveles, la rubia había podido sostener y mantener el combate con el enmascarado que alguna vez le arrebató a esa persona especial con la que en su momento se había encariñado. Seguía inquieta, por lo que jamás se marchó pese a haber tenido la oportunidad. Aquel sujeto sabía su nombre y le generaba tanta angustia como curiosidad. ¿Quién era?. Pasaron no menos de dos horas entre destrozos, conversaciones interrumpidas, frases célebres y respuestas a todas aquellas inquietudes. Normalmente el sujeto vestido de negro lanzaba frases y ella se dedicaba a escucharle mientras le esquivaba.
No tenía ni la más mínima oportunidad. Lo cierto era que el sujeto se había contenido dándole una oportunidad tras otra, se estaba dando el placer de conocer las habilidades de la rubia que en aquel momento desconocía muchas de las habilidades que estaba por desarrollar. Pese a la ira, la conversación con el contrario había bajado sus ansias de hacerle daño y poco a poco fue entendiendo a dónde iba. No lo compartía en absoluto, pero logró entre tanto poder entenderle un poco. También buscaba un bien, un final sin dolor ni sufrimiento.
Finalmente, cayó sin reservas de chakra. Incluso las de Byakugō no In habían sido agotadas. Su cuerpo no podía moverse, su respiración estaba débil e incluso no podía abrir bien los ojos. Sentía que su vida se iba yendo poco a poco. Gotas de agua empezaron a caer, una a una, poco a poco. Miles de agujeros, extensiones de bosque quemados, destruidos por aludes de tierra, la devastación que dejaron en ese terreno jamás se había visto antes. La rubia estaba en lo que parecía una meseta creada por ella misma mientras esquivaba una de las técnicas del enmascarado, su pelo suelto y el agua cada vez más contundente cayendo en su rostro.
Se siguió apagando poco a poco. Escuchó pasos a lo lejos, se acercaron a ella sin temor alguno, quizá con la intención de acabar con la vida de la chunnin. —...— sus labios se abrieron despacio con ganas de gritar mientras sus uñas medio escarbaban débilmente en la tierra bajo su cuerpo sin hacerle cosquillas. Volvió a tragar con fuerzo antes de volcar su mirada a la figura de negro ahora parada frente a ella. —...— la miró desde su punto y sin nada más que esperar, se quitó la máscara dejando ver un rostro conocido. El shock del momento, sumado a la debilidad que tenía hizo que se quedara sin fuerzas y se desmayara quedando inconsciente.
Habrían pasado al menos dos o tres horas antes de que, despacio, la rubia empezara a abrir sus ojos. Sus reservas de chakra empezaban a volver poco a poco, así como el diamante en su frente. Lágrimas surcaron de inmediato su rostro, tapó con la diestra los mismos mientras trataba de entenderlo —...—. Se quedó ahí nada más que sintiendo como la ropa mojada se iba secando de a pocos con el calor de su cuerpo. Estaba abatida, destrozada. ¿Qué debía hacer? Esta verdad cambiaría no solo el curso de su vida, sino quizá la de muchos otros. ¿Tendría la valentía siquiera de decirlo en konoha?¿Qué ganaría si lo hacía? ¿Era en serio? ¿Cómo podría preguntarse eso? Shujin era un criminal y ahora ella lo sabía.
Con esfuerzo se puso de rodillas sobre la tierra, sus nudillos se apoyaron en esta y desesperada empezó a dar puños débiles que fueron cobrando fuerza poco a poco. —¡AAAAAAH!— el grito seco había acabado con la poca cordura que quedaba. No podría solo quedarse ahí y mucho menos podría creer lo que acababa de pasarle. Si había revelado tal secreto ¿por qué se había marchado? ¿Por qué no había tenido las fuerzas para quedarse y conversarle? ¿por qué le había confiado tal verdad? ¿Por qué no la había matado? —Shu...Shujin...— las lágrimas seguían brotando por sus ojos de forma descontrolada, parecían jamás acabar.
Una cúpula de tierra la cubrió de la intemperie esa noche. No regresó al caserío sino hasta el día siguiente. Los habitantes se preguntaron por lo que le había pasado. Estaba harapienta, sucia, con ropas desgastadas, con los ojos hinchados. La misión no pudo completarse, no encontró las plantas que necesitaba y tampoco tuvo las fuerzas para continuar. Solo deseaba un destino, solo uno. Tenía que sepultarlo junto con sus sentimientos. Sus pies la llevarían, después de tanto tiempo, a las puertas de Iwagakure. No sabía cuánto tardaría, se quedó en aquel caserío pasando su duelo unos cuantos meses, avisó desde luego al Hokage por medio de la babosa con la que ahora tenía el pacto, pero jamás mencionó la verdad. En konoha creyeron que estaba avanzando en medicinas nuevas y así era, pero de paso, llevaba el duelo del muerto que ahora resultaba vivo.
::: Fin FlashBack :::
—Debía haberlo hecho… Él hubiera cambiado el mundo. — se dijo así misma ahogándose en un suspiro interminable.