[Flashback] Día Cero
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El campo de batalla es una escena de caos constante y supervivencia constante. Controlarlo no solo implica fuerza y valentía, sino también táctica y sentido. Sentidos que son plenamente desarrollables y evolucionados si previamente se había trabajado para ello. Los centros de entrenamiento de la ciudad del Tifón no solamente estaban colocados estratégicamente en el ático de cada colina para dar una clara señal de dominancia con respecto al resto de la villa, sino también para retar a quienes estén adentro y prepararlos para enfrentarse a lo que sea que se les encare afuera.  
 
El fortín favorito de la novicia hija de uno de un funcionario y adepto al líder de la paz era sin duda el del sur. Para llegar, era algo fragoso y la totalidad de veces que lo visitaba era acompañada de su padre. Él era un hombre fuerte y leal a las creencias del nuevo mundo, con un desprecio total a la desobediencia y un odio irreversible a todo aquel que llevase la contraria de los ideales impulsados por el líder de la paz. Sus mismas creencias habían sido inculcadas de generación en generación, y en sus memorias no existe un antes de Tifón, pero sí un después impulsado por el orden y la disciplina. Este dogma también se le sería inculcado a su única hija, guiándola a la transición del mundo armamentístico y militar para seguir el legado familiar.
 
Para su padre, mostrarle la rudeza de aquel mundo era un acto de crianza. Por eso, parte de su niñez basada en extrema subordinación y obediencia lo vio como parte de su destino. Varias veces, él la llevó a la fortaleza del sur para que ella observara la crueldad misma pero la reacción resiliente década uno de los soldados. Desde resistir bajas temperaturas sin demasiadas capas de ropaje o pasar todo un día sin ingerir una gota de agua, el in extremis era lo necesario para forjar carácter dentro de aquel sauquillo. El hombre o mujer que no fuese lo suficientemente fuerte de mente, cuerpo y alma para estar allí era libre de marcharse, pero quedaba manchado su nombre a tal grado como si hubiese sido inclusive desterrado del Tifón.
 
La formación de cada soldado, sus movimientos al unísono y sus constantes gritos de exclamación en pro a la causa de paz llamaban la atención de la novicia militar de cabellos dorados. Sus ojos azules se abrían como platos y su pupila se dilataba solo de ver a cada uno de aquellos hombres y mujeres entrenar como si su vida dependiese solo de ellos. –Es el reto lo que le da sentido a la vida –le explicó su padre en alguna oportunidad, mientras ella detallaba a cada uno de los soldados parados entre la fuerte ventisca que aquel día azotaba la llanura de entrenamiento.
 
- ¿No es demasiado drástico? –se atrevió a preguntar.
 
–A veces, el mayor enemigo ni siquiera es un ser visible. –respondió con bravura. Ella asintió, pensando que se refería al mismísimo frío polar que aquellos soldados estaban siendo expuestos, pero a partir de su silencio su padre continuó diciendo: –Las luchas más difíciles ocurren dentro de uno. Por eso aquí se crean valores y se aocmpañan a los reclutas en el proceso para mantener lo más importante que tenemos: la paz y el orden.
 
Así, ese día, ella entendió todo y pudo verse allí en el futuro próximo, enlistada y entrenando junto con sus camaradas, lista para servir a su nación y a la causa que había movido al mundo hasta donde estaba. Un mundo de armonía y sin anarquías.
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