27 de Enero
06:45 pm
Separarse momentáneamente del joven que la acompañaba, sabe, no es seguro; sobre todo en esas tierras de nadie. Pero sobrevivió sin él antes de que apareciera en su camino. No lo necesitaba en ese entonces y seguro no lo necesitará ahora, no cuando conoce que no comparten creencias.
No cuando quiere pasar tiempo a solas.
Existe algo gracioso en considerarlo así, en llamarlo “a solas” como si no desease la presencia de su madre. Es de esas pequeñas contradicciones que a sí misma se permite, en las que piensa mientras se aleja de bulliciosas calles y otras muy silenciosas. Las casas vacías aumentan, al igual que los escombros, en lo que se acerca a un lugar que ni ella misma podría denominar.
No hay mapa que guíe su lento caminar y, aunque lo tuviera, seguro que no sería de ayuda. ¿Cómo andar en tan desordenado lugar? No culpa a nadie exactamente en su cabeza, ese desastre de lo que era una gran villa sabe no solo fue causado por Pain. Niega con la cabeza ante la propia dirección de su pensamiento, porque su mente debería estar centrada en encontrar cierto lugar. Tarda en aparecer, sí, pero se alza ante ella: un santuario abandonado y vacío.
Con fuego comienza todo.
Enciende una sola barra de incienso en el interior de ese silencioso santuario, esa que compró con lo que ha presupuestado cuidadosamente de su salario. Quizá ya no exista dios en ese lugar, huyendo hace mucho tiempo una vez la pequeña estatua se derrumbó, pero ella tomará lo que pueda.
Un dios roto y olvidado podría ser agradecido.
Así que se arrodilla y le rinde homenaje al dios sin nombre, a cualquier dios que quiera escuchar. Ella piensa en su madre y quiere decirle tantas cosas, pero como con todo lo que siempre ha querido, no siempre lo logra. No en el primer intento.
Una vez la varilla de incienso se ha consumido casi por completo, solamente allí las pisadas de alguien se escuchan a lo lejos. ¿Acaso ese dios abandonado está mandando una señal? La joven no luce como si se alertara. En cambio, se pone de pie con gracia y mantiene los ojos bajos en lo que escucha atentamente esos pasos acercándose a su posición. El miedo no se asienta en sus gestos, menos podrías encontrarlo en su firme posición.
Puede que no sea la más fuerte, que sus habilidades no sean comparables con la de otros, pero incluso así es más de lo que la mayoría de la gente esperaría que sea una mujer joven. Incluso si es superada, no tiene reparos en confiar en su inclinación y capacidad para huir.
Desliza una mano en su manga y encuentra el mango del cuchillo que guarda allí, levantando pronto los ojos en disposición. —Por favor, muéstrate.