Tras experimentar una notable frustración por tener que retornar a Konoha a rendir informes presenciales, los ánimos del joven Aoi estaban por el suelo. Es decir, no es que la aldea le desagradase, pues de modo alguno sentía algún odio o asco a la tierra que lo acogió, pero el explorar el mundo era tan divertido y, enfrentarse a rivales de todos los tipos era muchísimo más ameno que pasar sus días asesinando criminales en el País del Fuego, que lejos de ser un reto, era otorgarle una muerte piadosa a personas que lejos estaban de tener un nivel de vida siquiera digno. Es más, los grupos criminales estaban tan debilitados al lado de la fuerte Aldea de la Hoja comandada por Aiko Nezu, que la mayoría solían morir de hambre o intentando asaltar fortalezas en busca de medicamentos y provisiones.
Él, en cambio, disfrutaba de las buenas recompensas que había cobrado tras asesinar a una familia criminal del País de los Fideos, en un viaje que estuvo plagado de sujetos exóticos y extraños, de esos tipos repugnantes que se encuentran en las subastas y eventos del bajo mundo en los países más mafiosos del continente. Pero estar en la Hoja lo hacía aburrir y lo enfurecía un poco, pues la Hokage había retrasado su rendición de cuentas hasta el lunes siguiente. Por ello, acudió aquella mañana muy temprano a los campos de entrenamiento de las afueras, en busca de algún pobre diablo con el que descargar su frustración acumulada.
Nada. Tras pasar allí unos treinta minutos, golpeando un poco y rompiendo los muñecos y lianas, el de ojos ámbar se dispuso a emprender la retirada para ahogar sus bajos instintos en algún otro pasatiempo. Quizá gastar su dinero en la zona de comercios sería una buena forma de matar el rato, intentando obtener algún artículo de colección o negociar por algo extravagante. Pero ya alejado varios metros, correteando entre las ramas de los árboles, el primero de una serie de gritos se oyó a sus espaldas, donde antes había estado. Los pájaros comenzaron a volar, huyendo despavoridos, y el siguiente gritó se oyó. — ¿Raikiri? — Se preguntó mientras una media sonrisa se formaba en su rostro. "Un usuario Raiton... y de los buenos, o al menos lo suficiente como para estar entrenando una técnica tan mortal". Seguramente una de las técnicas insignia de aquel bastión ninja. Quien la dominase seguramente llamaría la atención de Aoi, pues podría ser un digno rival.
Presa fácil para desquitarse no sería, o al menos no un pobre ratón que cazar, por lo que el joven dio media vuelta y volvió corriendo hasta la zona de entrenamiento. Se posicionó en un árbol con clara vista hacia el evento que sucedía, y visualizó a Denji arremetiendo contra los muñecos. Si bien no era el más avispado y no había estado en la aldea mucho tiempo, una figura tan particular, con técnicas de rayo y con un bastón a la espalda sólo podía ser alguien de su generación. Bueno, no era exactamente de su edad, sino un poco mayor, pero Aoi había escalado tan rápido entre las filas de Konoha, que se podía decir que ambos estaban en niveles similares. ¿O no? Jamás lo había enfrentado, pero sabía que su chakra era detestable para cualquiera: una molestia que solía complicar las cosas siempre. — El día está eléctrico, Denji-san. — Comentó desde su posición mientras abandonaba las cuclillas para ponerse de pie y sonreírle. Quizá el peliblanco no lo conocería, pero él sí había oído de él. Como Jounins de Konoha, ambos tenían cierto "renombre" entre los recién ascendidos, y eran superiores de todos los Chunin que existían, y sin duda no habían llegado ahí por casualidad. — ¿Vemos quién lanza el Raiton más potente?