Recorriendo calles bajas donde la bajeza es presencia constante, y la altitud no cae más allá que la de un irrespetuoso por el resto midiendo metro y noventa. Cuánto podría saber uno de caminar y adornar cada paso a paso con delicadeza, si lo complejo se le presentaba al instante en pisar barro, losas rotas, agua sucia, y gusanos deshidratados provenientes de aquel cuerpo donde la vida termina e inicia algo que todos temen; un gato muerto nomas.
No cualquiera ha de querer tener la decencia de presentarse formalmente con finas telas en territorio donde no lo amerita, no por lo que pueda perder, sino porque su apariencia poca importancia y atención va a atraer cuando todos son, en aquel lugar, mucho más que iguales, unos iguales tanto así que si uno poca importancia le da a su mal estado de vida, el ajeno sufrirá el mismo desprecio, no más, no menos, pero el mismo. Los iguales, los que no le dan lugar a su futuro en el podio del cuidado, los que no reconocen la ausencia de amor en sí mismos, a sí mismos, para el resto; el resto no funciona, no se presenta, son todos más de lo mismo, y lo mismo sin importar lo diferente que pueda ser de sí mismo, este seguirá siendo siempre lo mismo. Tonos grises camuflados en brillantes colores, bañados en luces amarillas, reflejos verdes, blancos, rosas y algunos tonos rojos que cantaban romanticismo puro y duro. Pero todo era lo mismo, todo era un brillante blanco que no podía ser diferenciado y admirado como debía ser por la ausencia de diferentes; todos iguales, todos lo mismo, jóvenes, ancianos, mercaderes, ladrones, embarazadas, cojos, desmembrados, felices, tristes, arrogantes, tacaños, amados, deseados, odiados...Parecían tan diferentes, pero la verdad es que eran todos iguales.
-Deme uno de esos que a mí tanto me gustan. Agrio, falto de sabor, como a usted le sale mejor.-
Dijo el de sombrero vestido de blanco, pero con un ropaje mucho más casual, adornado para camuflarse con el ambiente, adornado para no tener problemas con la gente, adornado porque así él se siente; un sentimiento cómodo, nostálgico, de presencia mínima pero siempre visible, tanto así que le genera un sentimiento de hogar único, y mucho más cuando por su garganta atraviesa ese mar turbulento de poco sabor, ácido, asqueroso al tacto para algunos, pero un elixir para varios otros.
-El de siempre, ¡Igual, igual, igual! Nunca me pide otra cosa, es el único que pide lo mismo de siempre, ¡Tan único quiere ser el señor!-
Queja provenía del otro lado de la mesa, pero un poco extraña para los rincones de donde la mente del sombrero de blanco descansaba, ¿Cómo podría ser él único por pedir algo único en un bar tan único, que de tantas cosas únicas todo se vuelve igual? Que lugar mas característico, tan especial, místico, lleno de tanto y poco, lleno de tanto y poco pero no de todo y nada, porque los extremos traen grandes cantidades, y aquí las cantidades son las mismas, todas iguales, ninguna tiene mística, ninguna es especial, ninguna se distingue de otra. Todas iguales, todas iguales.
-Viajé mucho, demasiado, pero no hay tan buen lugar para tomar algo como este...¿¡Sabe usted cuánto lugar visité, cuánto trago tomé, tantas mentiras que me dijeron sobre que estaba tomando algo único en el mundo!? Todo, absolutamente todo termina sabiendo igual, y eso me encanta...A veces pienso que ningún negocio es mejor que otro, y es que sí, ¡Es verdad que algunos pagan más, y en otros se estafa mejor!, pero los conceptos siguen siendo los mismos; transacción, otorgar, venta, compra, seguro, intercambio, confianza. Lo único que cambia son las cantidades, los quienes, y los qué...¡Como ahora! ¡Yo pedí sólo una unidad, hice el negocio con usted, y todo por un jarrón de esta cerveza tan única e igual!-
Pero aquí qué tanto importa lo único de su diálogo, si tiene la misma importancia que el siguiente cliente al que atender. Y es que así lo pensó, así lo supo, y así se desarrolló; el bartender escuchó, asintió, miró por otro lado y atendió al siguiente en la mesa. ¿Qué importaba lo que él pensara? El de sombrero blanco sólo hacía presencia para tomar algo, no importaba tanto lo que quería, lo que pensaba, o a dónde acudiría el día de mañana. Quizás lo que quería era ser escuchado, quizás lo que pensaba era mucho más simple de lo que hablaba, y quizás mañana se encontraría en su hogar, perdido, siguiendo el día a día tomando todo paso a paso sin darle permiso a las dudas que lo llevaban más allá del hoy y del mañana; el antes y el después, juegos que él no sabía jugar, y no sabía si algún día aprendería a organizar las fichas correctamente.
Hay tantas piezas en el puzzle que día a día se hace más grande en su cabeza. Algunas encajan, otras parecen venir del puzzle de alguien más, otras piden permiso para poder encajar, algunas intentan romper la imagen completa, y otras son tan iguales entre sí que no se sabe dónde van; iguales...Tan iguales algunos momentos de la vida como el que se podía comparar entre el de sombrero blanco y el cliente de al lado, uno de larga cabellera, lentes oscuros, barba desalineada, ropajes largos y abrigados, y de una lengua bastante larga. Contaba historias, contaba cuentos, contaba fantasías, contaba deseos, contaba lo que aún no había sido contado, y también contaba lo que se iba a contar. Una lengua aún más larga que la del de blanco, y tan lleno de pasión por el mundo, tan alegre por lo que sucedía y por lo que no, tan ensimismado con la idea de hablar de algo a alguien, sea ese alguien uno que importancia le diera o no. Al final del día no importaba quién pensara qué cosa de qué cosa, ni tampoco importaba quién hablará con quien de quién, pues ambos estaban hablando, tomando un trago, en jarrones iguales, en un bar igual a varios otros, en un barrio igual a tantos otros, en un país repleto de iguales.
No cualquiera ha de querer tener la decencia de presentarse formalmente con finas telas en territorio donde no lo amerita, no por lo que pueda perder, sino porque su apariencia poca importancia y atención va a atraer cuando todos son, en aquel lugar, mucho más que iguales, unos iguales tanto así que si uno poca importancia le da a su mal estado de vida, el ajeno sufrirá el mismo desprecio, no más, no menos, pero el mismo. Los iguales, los que no le dan lugar a su futuro en el podio del cuidado, los que no reconocen la ausencia de amor en sí mismos, a sí mismos, para el resto; el resto no funciona, no se presenta, son todos más de lo mismo, y lo mismo sin importar lo diferente que pueda ser de sí mismo, este seguirá siendo siempre lo mismo. Tonos grises camuflados en brillantes colores, bañados en luces amarillas, reflejos verdes, blancos, rosas y algunos tonos rojos que cantaban romanticismo puro y duro. Pero todo era lo mismo, todo era un brillante blanco que no podía ser diferenciado y admirado como debía ser por la ausencia de diferentes; todos iguales, todos lo mismo, jóvenes, ancianos, mercaderes, ladrones, embarazadas, cojos, desmembrados, felices, tristes, arrogantes, tacaños, amados, deseados, odiados...Parecían tan diferentes, pero la verdad es que eran todos iguales.
-Deme uno de esos que a mí tanto me gustan. Agrio, falto de sabor, como a usted le sale mejor.-
Dijo el de sombrero vestido de blanco, pero con un ropaje mucho más casual, adornado para camuflarse con el ambiente, adornado para no tener problemas con la gente, adornado porque así él se siente; un sentimiento cómodo, nostálgico, de presencia mínima pero siempre visible, tanto así que le genera un sentimiento de hogar único, y mucho más cuando por su garganta atraviesa ese mar turbulento de poco sabor, ácido, asqueroso al tacto para algunos, pero un elixir para varios otros.
-El de siempre, ¡Igual, igual, igual! Nunca me pide otra cosa, es el único que pide lo mismo de siempre, ¡Tan único quiere ser el señor!-
Queja provenía del otro lado de la mesa, pero un poco extraña para los rincones de donde la mente del sombrero de blanco descansaba, ¿Cómo podría ser él único por pedir algo único en un bar tan único, que de tantas cosas únicas todo se vuelve igual? Que lugar mas característico, tan especial, místico, lleno de tanto y poco, lleno de tanto y poco pero no de todo y nada, porque los extremos traen grandes cantidades, y aquí las cantidades son las mismas, todas iguales, ninguna tiene mística, ninguna es especial, ninguna se distingue de otra. Todas iguales, todas iguales.
-Viajé mucho, demasiado, pero no hay tan buen lugar para tomar algo como este...¿¡Sabe usted cuánto lugar visité, cuánto trago tomé, tantas mentiras que me dijeron sobre que estaba tomando algo único en el mundo!? Todo, absolutamente todo termina sabiendo igual, y eso me encanta...A veces pienso que ningún negocio es mejor que otro, y es que sí, ¡Es verdad que algunos pagan más, y en otros se estafa mejor!, pero los conceptos siguen siendo los mismos; transacción, otorgar, venta, compra, seguro, intercambio, confianza. Lo único que cambia son las cantidades, los quienes, y los qué...¡Como ahora! ¡Yo pedí sólo una unidad, hice el negocio con usted, y todo por un jarrón de esta cerveza tan única e igual!-
Pero aquí qué tanto importa lo único de su diálogo, si tiene la misma importancia que el siguiente cliente al que atender. Y es que así lo pensó, así lo supo, y así se desarrolló; el bartender escuchó, asintió, miró por otro lado y atendió al siguiente en la mesa. ¿Qué importaba lo que él pensara? El de sombrero blanco sólo hacía presencia para tomar algo, no importaba tanto lo que quería, lo que pensaba, o a dónde acudiría el día de mañana. Quizás lo que quería era ser escuchado, quizás lo que pensaba era mucho más simple de lo que hablaba, y quizás mañana se encontraría en su hogar, perdido, siguiendo el día a día tomando todo paso a paso sin darle permiso a las dudas que lo llevaban más allá del hoy y del mañana; el antes y el después, juegos que él no sabía jugar, y no sabía si algún día aprendería a organizar las fichas correctamente.
Hay tantas piezas en el puzzle que día a día se hace más grande en su cabeza. Algunas encajan, otras parecen venir del puzzle de alguien más, otras piden permiso para poder encajar, algunas intentan romper la imagen completa, y otras son tan iguales entre sí que no se sabe dónde van; iguales...Tan iguales algunos momentos de la vida como el que se podía comparar entre el de sombrero blanco y el cliente de al lado, uno de larga cabellera, lentes oscuros, barba desalineada, ropajes largos y abrigados, y de una lengua bastante larga. Contaba historias, contaba cuentos, contaba fantasías, contaba deseos, contaba lo que aún no había sido contado, y también contaba lo que se iba a contar. Una lengua aún más larga que la del de blanco, y tan lleno de pasión por el mundo, tan alegre por lo que sucedía y por lo que no, tan ensimismado con la idea de hablar de algo a alguien, sea ese alguien uno que importancia le diera o no. Al final del día no importaba quién pensara qué cosa de qué cosa, ni tampoco importaba quién hablará con quien de quién, pues ambos estaban hablando, tomando un trago, en jarrones iguales, en un bar igual a varios otros, en un barrio igual a tantos otros, en un país repleto de iguales.