El invierno era especialmente crudo este año. Un frío invernal, gélido y doloroso, junto a la insesante caída de nieve que conformaba un enorme manto níveo que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. No había sonido alguno que no fuera el del viento, ni rastro de vida afuera de mi refugio.
Dentro, las hogueras que había hecho calentaban las cámaras en donde yo solía estar, dándome algo de calor en ese frío cruel. Inhalé y exhalé. No era el clima que más me gustaba, aunque no detestaba el frío, pero tanto era ya excesivo.
Tras dar una última ronda, revisé la única entrada y salida de mi refugio y me dispuse a dormir. Atravesé la plaza principal de la fortaleza y me metí a los barracones, en donde había hecho mi cama con las mejores sábanas, colchones y almohadas que había podido encontrar. Bostecé y me dispuse a dormir.
No pasaron muchos minutos, cuando una extraña sensación me despertó. Activé mis sensores de calor, sin abrir los ojos, y noté una nota anormal de calor en la plaza principal. Se movía erráticamente, desapareciendo por fracción de segundo para reaparecer a pocos metros, como si hiciera shunshin no jutsu constantemente.
Creé un clon, mientras yo puse mis manos en el piso para detectar movimiento. Era un ser enorme, pesado como un toro, y varios seres más pequeños y livianos moviéndose a su alrededor, como niños.
No entendía lo que estaba sucediendo.
El clon se movió con sigilo hacia ellos, y al girar la cabeza en una esquina para verlos, noté su expresión de sorpresa. Se volvió a esconder y me indicó que guardara silencio.
Rápidamente, desplegó una manta de camuflaje y se pegó a la pared. Yo, de un salto, me pegué al techo e hice lo mismo, camuflándome y pasando desapercibido.
Un grupo de enanitos deformes, con expresiones de agonía congeladas en su rostro, vestidos con andrajos y gimiendo como bestias al caminar, entró a mi habitación.
Yo no podía creer lo que veía, de hecho, estaba sorprendido de todo ello, pero guardé silencio.
Esos seres husmearon por doquier, como perros buscando su presa, dando vueltas alrededor de mi cama y revolviendo las sábanas.
Enormes pasos retumbaron en el lugar, y la vibración se sentía incluso en el techo donde yo estaba. Un ente enorme, oscuro, vestido con pieles roídas y apestosas a sangre seca, largos cabellos desalineados y astas de reno que emergían desde su cuerpo entró al lugar. Rugió como una bestia herida y furiosa, haciendo que esos enanos monstruosos regresaran a su lado.
Con sus enormes garras, volteó mi cama y lanzó un alarido. Antes de que alzara su rostro y comenzara a olfatearme, mi clon disparó desde su dedo un proyectil mortal que impactaría la cabeza de ese enorme ser, lanzando sobre las sábanas una mezcla de carne congelada y hielo.
Rápidamente, mi clon se alejaría hacia la plaza principal, en donde los enanos le seguirían, empuñando trozos de hielo de sangre filosos que llevaban consigo. Un sanhebi apareció para aplastar y morder a los enanos.
El enorme ser se puso de pie y tras lanzar un rugido, avanzó hacia la otra sala. El sanhebi dio pelea, se oyeron azotes y golpes. Mi clon usó un chakra rosado para petrificar a su adversario, pero nada parecía detenerlo.
Distintos jutsus golpearon a ese ente, pero nada le afectaba.
Aproveché para realizar unos sellos y hundirme bajo tierra, en donde comencé a moverme para escapar de la zona. Mi clon no soportó mucho antes de desaparecer y regresar a mi la información que obtuvo.
Quien sabe de donde vino ese ser y que es exactamente lo que quería, pero me quería a mí por algo. No pareciera un matón que hubieran enviado a matarme, ni tampoco alguien con una deuda pendiente, sino más una entidad ajena a nuestros intereses y movida por sus propios objetivos.
Tras lanzarme fuera de mi fortaleza, buscaría refugio en el pueblo montaña abajo, en donde parecía que ese ser ya había pasado. Las familias lloraban y suplicaban a las autoridades recuperar a sus niños, pero la falta de pistas y la intensa nevada impedían que cualquier esfuerzo fuera útil, sobre todo, cuando de hallarlo, ese ser sería imbatible.
Me quedaría entre la gente reunida, enfrente del palacio del noble, esperando a que amaneciera. El clima cálido de la navidad se había esfumado y en su lugar sólo quedaba el frío del miedo y la desesperación.
A la mañana siguiente, enviaría a mis clones a revisar la fortaleza, la cual se veía normal, sin rastro alguno de ese ser o de sus enanos.
El nieto del damnyo del País de las Montañas me reconoció entre la multitud.
-Nakai, médico, ¿está usted bien?- me preguntó al verme, pues después de todo era yo un niño.
-Por poco. De no ser porque logré burlar a ese ser, me hubiera atrapado. Mi clon lo distrajo en lo que escapaba, y debo decir que ese ser no caía con nada- le dije al noble.
Un sirviente me ofreció unos bastoncillos de caramelo a modo de golosina. Mi mano aún temblaba al momento de agarrarlos.
-¿Sobreviviste? Debió ser horrible- comentó el noble.
-Horrible, por lo poderoso que es...- le respondí, mientras comía uno de los bastones de caramelo.
Regresaría a mi fortaleza esa tarde, una vez que mis clones y Nagini hubieran asegurado el lugar. Pese a mi frustración y miedo, logré regresar a mis actividades normales conforme pasaban las horas, sin olvidar ese hecho. No lo dejaría pasar, sino que averiguaría que era ese ser y porque me quería.
Dentro, las hogueras que había hecho calentaban las cámaras en donde yo solía estar, dándome algo de calor en ese frío cruel. Inhalé y exhalé. No era el clima que más me gustaba, aunque no detestaba el frío, pero tanto era ya excesivo.
Tras dar una última ronda, revisé la única entrada y salida de mi refugio y me dispuse a dormir. Atravesé la plaza principal de la fortaleza y me metí a los barracones, en donde había hecho mi cama con las mejores sábanas, colchones y almohadas que había podido encontrar. Bostecé y me dispuse a dormir.
No pasaron muchos minutos, cuando una extraña sensación me despertó. Activé mis sensores de calor, sin abrir los ojos, y noté una nota anormal de calor en la plaza principal. Se movía erráticamente, desapareciendo por fracción de segundo para reaparecer a pocos metros, como si hiciera shunshin no jutsu constantemente.
Creé un clon, mientras yo puse mis manos en el piso para detectar movimiento. Era un ser enorme, pesado como un toro, y varios seres más pequeños y livianos moviéndose a su alrededor, como niños.
No entendía lo que estaba sucediendo.
El clon se movió con sigilo hacia ellos, y al girar la cabeza en una esquina para verlos, noté su expresión de sorpresa. Se volvió a esconder y me indicó que guardara silencio.
Rápidamente, desplegó una manta de camuflaje y se pegó a la pared. Yo, de un salto, me pegué al techo e hice lo mismo, camuflándome y pasando desapercibido.
Un grupo de enanitos deformes, con expresiones de agonía congeladas en su rostro, vestidos con andrajos y gimiendo como bestias al caminar, entró a mi habitación.
Yo no podía creer lo que veía, de hecho, estaba sorprendido de todo ello, pero guardé silencio.
Esos seres husmearon por doquier, como perros buscando su presa, dando vueltas alrededor de mi cama y revolviendo las sábanas.
Enormes pasos retumbaron en el lugar, y la vibración se sentía incluso en el techo donde yo estaba. Un ente enorme, oscuro, vestido con pieles roídas y apestosas a sangre seca, largos cabellos desalineados y astas de reno que emergían desde su cuerpo entró al lugar. Rugió como una bestia herida y furiosa, haciendo que esos enanos monstruosos regresaran a su lado.
Con sus enormes garras, volteó mi cama y lanzó un alarido. Antes de que alzara su rostro y comenzara a olfatearme, mi clon disparó desde su dedo un proyectil mortal que impactaría la cabeza de ese enorme ser, lanzando sobre las sábanas una mezcla de carne congelada y hielo.
Rápidamente, mi clon se alejaría hacia la plaza principal, en donde los enanos le seguirían, empuñando trozos de hielo de sangre filosos que llevaban consigo. Un sanhebi apareció para aplastar y morder a los enanos.
El enorme ser se puso de pie y tras lanzar un rugido, avanzó hacia la otra sala. El sanhebi dio pelea, se oyeron azotes y golpes. Mi clon usó un chakra rosado para petrificar a su adversario, pero nada parecía detenerlo.
Distintos jutsus golpearon a ese ente, pero nada le afectaba.
Aproveché para realizar unos sellos y hundirme bajo tierra, en donde comencé a moverme para escapar de la zona. Mi clon no soportó mucho antes de desaparecer y regresar a mi la información que obtuvo.
Quien sabe de donde vino ese ser y que es exactamente lo que quería, pero me quería a mí por algo. No pareciera un matón que hubieran enviado a matarme, ni tampoco alguien con una deuda pendiente, sino más una entidad ajena a nuestros intereses y movida por sus propios objetivos.
Tras lanzarme fuera de mi fortaleza, buscaría refugio en el pueblo montaña abajo, en donde parecía que ese ser ya había pasado. Las familias lloraban y suplicaban a las autoridades recuperar a sus niños, pero la falta de pistas y la intensa nevada impedían que cualquier esfuerzo fuera útil, sobre todo, cuando de hallarlo, ese ser sería imbatible.
Me quedaría entre la gente reunida, enfrente del palacio del noble, esperando a que amaneciera. El clima cálido de la navidad se había esfumado y en su lugar sólo quedaba el frío del miedo y la desesperación.
A la mañana siguiente, enviaría a mis clones a revisar la fortaleza, la cual se veía normal, sin rastro alguno de ese ser o de sus enanos.
El nieto del damnyo del País de las Montañas me reconoció entre la multitud.
-Nakai, médico, ¿está usted bien?- me preguntó al verme, pues después de todo era yo un niño.
-Por poco. De no ser porque logré burlar a ese ser, me hubiera atrapado. Mi clon lo distrajo en lo que escapaba, y debo decir que ese ser no caía con nada- le dije al noble.
Un sirviente me ofreció unos bastoncillos de caramelo a modo de golosina. Mi mano aún temblaba al momento de agarrarlos.
-¿Sobreviviste? Debió ser horrible- comentó el noble.
-Horrible, por lo poderoso que es...- le respondí, mientras comía uno de los bastones de caramelo.
Regresaría a mi fortaleza esa tarde, una vez que mis clones y Nagini hubieran asegurado el lugar. Pese a mi frustración y miedo, logré regresar a mis actividades normales conforme pasaban las horas, sin olvidar ese hecho. No lo dejaría pasar, sino que averiguaría que era ese ser y porque me quería.