21 de Diciembre del 15 D.K.
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La Gran Cordillera del Oeste no era como él había imaginado. Las diferencias entre las diferentes naciones eran notable, aunque el relevo montañoso no indicase lo mismo a priori. El País de los Osos era una nación rural dedicada especialmente a actividades relacionadas con la explotación de los recursos naturales, tales como la agricultura, la ganadería, la caza o la tala de árboles. La mayor parte de su población era pobre, no obstante, existían leyendas que giraban entorno a la Villa Oculta de la Estrella, de la cual se decía que había sido impactada por un extraño meteorito, llamado la “Estrella”, hecho que había originado historias sobre supuestos poderes conferidos por aquel cuerpo a los lugareños, para desaparecer eventualmente en misteriosas circunstancias.
Los pasos estaban nevados, lo cual dificultaba el trayecto, no obstante, había decidido emprender aquel viaje bien equipado, teniendo en cuenta a donde se dirigía, con todo lo necesario para sobrevivir en condiciones climáticas extremas. Por fortuna, su destino estaba cada vez más cerca, pero decidió parar a pernoctar en aquel lugar. El emplazamiento era la antítesis de su lugar de origen. Había pocos habitantes y un alto número de ellos parecían tener una pésima calidad de vida, no había ningún tipo de indicio de vegetación ni de que fuese a crecer en aquella tierra yerma y las condiciones meteorológicas eran la guinda del pastel, un conjunto de ingredientes que hacían de la villa un sitio poco atractivo para vivir o visitar.
Caminó con apuro por las calles del lugar, entrando en el primer lugar en el que poder resguardarse y tomar algo caliente, una taberna de mala muerte con aspecto mugroso y oscuro. Se sentó en una mesa que estaba en la esquina del negocio, en una zona en la que la penumbra se hacía presente al no ser alcanzada por la luz de las pocas velas presentes. Cuando de repente notó que alguien le miraba.
—¡Ey, tú! —dijo alzando la voz hacia el sujeto —. No eres de por aquí, ¿verdad? ¿Nos conocemos?