Habían pensado en un mejor uso para esos sectarios que servir como sacos vivientes? Eran excelentes para entrenar, aunque como lo imaginarán, no era buena idea.
Tras descender más allá del nivel inferior, por una fractura que tenia décadas de haberse formado, y en donde escurría el agua de los niveles inferiores. Un brillo fantasmal o de fantasía, dado por los hongos bio luminiscentes, indicaba la entrada a una enorme bóveda en donde se encontraba un coliseo clandestino.
Iluminado pobremente por esos hongos, un largo corredor daba hacia aquel lugar, el cual desaparecía entre las sombras, acobijando un lugar hecho con ruinas de otros tiempos, para luego dar a luz a un lugar enorme, hecho de roca tallada o trozos de estas.
En el fondo, una enorme arena de roca tallada y manchada en sangre seca se extendía decenas de metros de lado a lado, y debajo de esta, en una enorme prisión o calabozo, yacían los últimos inmortales. Encadenados como animales, con grilletes enormes y pesados, con cepos sobre sus cuellos y detrás de los barrotes, se oían los susurros de sus rezos impíos, rogando a su dios tener más víctimas.
¿Debía un demonio temer a un inmortal? No lo sé, pero no lo hacía.
Colgado del techo, observé la arena desde las alturas, en donde los combatientes apenas lograban sobrevivir por knock out o por clemencia del réferi, mientras que otros morían brutalmente por esos fanáticos.
Uno de esos inmortales se percató de mi presencia en el techo de la bóveda. Su sonrisa manchada en sangre me sonrió, mientras sus manos seguían estrangulando a su víctima.
Mi mirada seria lo veia directamente a los ojos, retadoramente. No le tenia miedo, pero tampoco sabía si era prudente enfrentarme a él, sobre todo porque era inmortal... pero yo era un demonio.
Tras descender más allá del nivel inferior, por una fractura que tenia décadas de haberse formado, y en donde escurría el agua de los niveles inferiores. Un brillo fantasmal o de fantasía, dado por los hongos bio luminiscentes, indicaba la entrada a una enorme bóveda en donde se encontraba un coliseo clandestino.
Iluminado pobremente por esos hongos, un largo corredor daba hacia aquel lugar, el cual desaparecía entre las sombras, acobijando un lugar hecho con ruinas de otros tiempos, para luego dar a luz a un lugar enorme, hecho de roca tallada o trozos de estas.
En el fondo, una enorme arena de roca tallada y manchada en sangre seca se extendía decenas de metros de lado a lado, y debajo de esta, en una enorme prisión o calabozo, yacían los últimos inmortales. Encadenados como animales, con grilletes enormes y pesados, con cepos sobre sus cuellos y detrás de los barrotes, se oían los susurros de sus rezos impíos, rogando a su dios tener más víctimas.
¿Debía un demonio temer a un inmortal? No lo sé, pero no lo hacía.
Colgado del techo, observé la arena desde las alturas, en donde los combatientes apenas lograban sobrevivir por knock out o por clemencia del réferi, mientras que otros morían brutalmente por esos fanáticos.
Uno de esos inmortales se percató de mi presencia en el techo de la bóveda. Su sonrisa manchada en sangre me sonrió, mientras sus manos seguían estrangulando a su víctima.
Mi mirada seria lo veia directamente a los ojos, retadoramente. No le tenia miedo, pero tampoco sabía si era prudente enfrentarme a él, sobre todo porque era inmortal... pero yo era un demonio.