Vendría de concluir una misión de rescate que le habría tomado tres días en completar. Días completos, incluyendo overtime. Detestaba ese tipo de misiones, pero es lo que venía con los gajes del trabajo. Aunque siempre procuraba seleccionar misiones que no excedieran un día o que se limitaran a horas normales de trabajo, no siempre podía permitirse ese lujo. La vida de un shinobi era especialmente desafiante en esa época, marcada por una creciente violencia y división. Yagami no era más que un engranaje en la monstruosa maquinaria de guerra. A pesar de ello, no era un criminal; por lo tanto, era sumamente cuidadoso al elegir los trabajos que aceptaba, siempre asegurándose de que estuvieran en línea con su código moral.
Afortunadamente, después de tres días de labor ininterrumpida, Yagami finalmente pudo retirarse a ese oasis abandonado. Allí, nadie lo perturbaría ni interrumpiría, y tendría la libertad de pasar todo el tiempo que deseara.
En lo más profundo de las montañas entre el País de las Aguas Termales y el País del Rayo, se desvelaba un valle oculto, rodeado por picos cubiertos de nieve que resaltan contra un cielo pintado de tonos cálidos y dorados. Un atardecer con luna llena, donde el sol se extinguía sobre las montañas del País de las Aguas Termales y la luna llena ascendía en el horizonte del País del Rayo. Las aguas termales, iluminadas por la luz tenue del atardecer, adquirían un resplandor dorado que parecía emanar de lo más profundo de la tierra. La bruma que se elevaba de las piscinas era etérea, capturando los últimos destellos del sol poniente y creando un ambiente místico a medida que los rayos se filtraban a través de las montañas.
Yagami podía relajarse en ese oasis oculto como si fuera el dueño de esas tierras. Disfrutaría del atardecer encontrándose solo entre el vapor de las aguas termales, una velada fantástica después de un merecido descanso. No habría pasado mucho tiempo desde que optaría por retomar el camino shinobi, simplemente porque esa opción era marginalmente mejor que seguir siendo un errante común y corriente. Aunque no sabía qué le depararía la vida ni si los riesgos de su nueva línea de trabajo valdrían la pena, al menos la vida tenía un poquito más de significado.
Y estaba listo para sumergirse en las aguas, aunque primero debía deshacerse de sus vestimentas. Siempre ataviado con elegancia, encontró una piedra adecuada para dejar descansar toda su indumentaria. Con meticulosidad, comenzaría deshaciendo el nudo de su amarilla corbata moteada con puntos negros, después de un largo día, permitiendo que su cuello finalmente respirara. Colocaría la corbata junto a su chaqueta color almendra con cuidado para evitar arrugas. Apartaría los tirantes de su camisa que apretaban sus hombros, y con manos hábiles, desabotonaría la ajustada camisa azul marino. Con un simple movimiento de hombros de arriba hacia abajo, la camisa caería al suelo, pero la atraparía ágilmente y la apoyaría sobre la misma piedra junto al resto de la ropa. Removería los zapatos. La hebilla metálica del cinturón cedería a continuación, retirándola sintiendo el sonido del cuero deslizándose de entre las trabillas. Desharía el botón que ajustaba sus pantalones hasta caer, y sus manos se deslizarían hacia la cintura para remover la última prenda que le restaba, la cual caería con ligereza junto a los pantalones. Ahora toda la piel de Yagami estaba completamente expuesta a la brisa de la montaña, reflejando los rayos dorados sobre ésta.
En este íntimo momento, completamente desnudo a excepción de su reloj metálico y sus distintivos lentes con cristales oliva, dio un paso decidido hacia las transparentes aguas cálidas, sumergiéndose hasta la altura de su pecho y recostando la espalda sobre una roca. La combinación del frío de las montañas de Kumo, rodeadas de nieve, junto al calor reconfortante de las aguas, creaba una mezcla perfecta. Exhaló aire en un suspiro, sumergiéndose aún más en la serenidad de las aguas en aquel atardecer dorado, con la luna y el sol en cada extremo del horizonte. Podía relajarse, dejando que el presente ocupara todo su ser y olvidándose del mañana. Ese era su espacio, y estaba decidido a disfrutar cada segundo hasta que se viera obligado a regresar a la cruel realidad, sin pensar en absoluto en lo que vendría.