Unas palabras de agradecimiento llegaron a sus oídos, débiles y fragmentadas perdiéndose en el silencio que inundaba el ambiente, un mal augurio por los quejidos tormentosos que estaban por sobrescribir tan inquietante atmosfera. Un sonido al que le tenía un profundo disgusto, y que cada día hubiera preferido prevenir la razón por la que éste se generara en primer lugar; no es que quisiera evitarlo, no era tan hipócrita como para predicar de bondades y un mundo teñido de rosa pero sí estaba dispuesto a ignorar la fuente de cacofonía que eran los gritos de sufrimiento de alguien más. Si le quedaba decisión, la usaría para ayudar a alguien más. Y el día que no, afrontaría lo que llegara al arco de su entrada junto a quien tocara la madera que la conformaba.
Si tuviera a la mano algún analgésico mas fuerte que pudiera ser de utilidad, la primera acción que haría sería la de administrárselo a la chica para que la agonía experimentada en carne propia de ella fuese más suave. El problema es que, tal y como estaba, sabía que esto solo sería desperdiciar suplementos; asustada y confusa, con afecciones que ya habían conseguido exitosamente robar la fuerza a su cuerpo y en casa de un perfecto desconocido -aunque fuese quien le tendía una mano- dejaba en claro que su corazón estaría andando a mil latidos por minuto, y con ello cada glándula de su cuerpo se encargaría personalmente de drenar cualquier agente extraño que intentara circular sus venas con remarcable eficiencia, mucho antes de lo que las pastillas llegarían a su sistema nervioso.
Tanto como al albo le frustrara admitirlo, lo único que la fémina podía hacer era apretar los dientes y tolerarlo lo mejor que pudiera. Era una prueba de confianza entre dos perfectos extraños, que no habían compartido nada en su vida más que un pedido de auxilio que de casualidad la llevó hasta la única persona en kilómetros dispuesta a tenderle una mano, sin dedicarle mirada alguna con recelo o denunciarla a las autoridades locales para sacarse un problema de encima. La única persona en el pueblo que había sujetado un arma de filo con sus propios dedos, y usado para arribar a casa con sus vestimentas manchadas de sangre que no era suya.
Para su sorpresa, el procedimiento de primeros auxilios fue menos traumático de lo que pensó, y dejó de lejos menos desastre en el suelo o las sábanas de lo que se había mentalizado. Sí, toda tela que utilizó para el proceso de desinfección quedó hecha un desastre y se tendría que limpiar con bastante insistencia, pero mas allá de eso, se ahorraría el tener que sacar un nuevo juego de sábanas y colocarlas a cambio de las ya puestas, que no había lavado sino hace unos cuantos pocos días. Un alivio, a falta de más descriptivas palabras.
La contestación recibida fue endeble, frágil, pero no dejaba de ser una contestación. Una que además conseguía confirmar que la chica se encontraba lo suficientemente bien para mover su rostro sin regresar al mismo estado agonizante y moribundo de antes. -Me alegra que puedas hablar. De hecho, me sorprende que pudieras mantenerte despierta en todo este momento, no te hubiera culpado si tan solo hubieras caído por unos minutos.- Comentó, buscando cerrar distancia psicológica entre la desconocida y él, mostrarse amigable y proveer muy necesario confort tras la experiencia.
-No soy ningún doctor, pero el médico errante que pasa por la villa me ha contado historias de hombres que pasarían por veteranos de guerra desmayarse por menos.- Dejó salir una risa suave entre dientes, profundizando en el intento susodicho de exhibir afabilidad a la desconocida.
De pronto fue asaltado por una inesperada pregunta. Si se borrarían o no las cicatrices... El positivismo y el realismo del joven peliblanco chocaron en un instante, haciendo en el exacto centro una pregunta que requería de mucha motivación y que lo había pillado completamente desprevenido. Al menos sería el caso, si no fuera porque tenía experiencia como hermano mayor buscando una respuesta tangente a lo esperado, que fuese suficiente para dejar satisfecho sin revelar la que a veces era una realidad más cruel de lo que cualquiera merecía. Sonrió gentil, cerrando los ojos tan solo por un momento para complementar su expresión. -Yo creo que es muy pronto para que te preocupes por eso. Primero tiene que revisarte el médico que te nombré y dé los toques finales para asegurarte que no habrá problemas con la cicatrización. Y el estrés es enemigo de la buena recuperación, así que por ahora intenta mentalizarte a los cuidados que tendrás que tener para que todo sane bien, ¿de acuerdo?-
Se levantó hasta erguirse completo, disponiendo su cuerpo para hacer algo que era una costumbre, necesidad inclusive, pero no sin antes atender a la petición que la chica dejó en su regazo. -¡Soy Yukine! La verdad es que no esperaba toparme con alguien de esta manera en la vida, pero compensa saber que he podido ayudar. Y compensaría más si pudiera escuchar un nombre de vuelta.- Sin intenciones hostigantes, lejos de forzar su petición, el tono tan bienhumorado como afable dejaba implícito que era decisión de ella si corresponder a sus deseos o rechazarlos, por los motivos que fuere.
Se dio media vuelta y empezó a avanzar en dirección a la cocina, tan cerca como para seguir hablando sin que ninguno de los dos tuviera que moverse un centímetro para escucharse mutuamente con claridad. -¿Has comido algo ya? Yo he salido algo temprano a conseguir algunas hierbas, así que no he pegado bocado de nada.- Anunció, coincidencialmente revisando la infusión y verificando que ya estaba lista para servirse. -Me prepararé algo, y no me molesta preparar un plato más si te atrae la idea.- Su ofrecimiento benevolente en realidad tenía pegas: Antes de siquiera finalizar sus palabras, sus manos ya habían removido un puñado de ingredientes adicionales para la mencionada porción adicional. Y sin dar oportunidad a la chica de responder, los implementos de la cocina ya se movían para procesarlos en una deliciosa comida que tantas veces había hecho ya, una fragancia aromática que no tardaría en invadir toda la casa. Un pequeño traspaso de sus límites sociales que, por ser papa de campo, simplemente no calaba en su cabeza que debía medir mejor.