Las jornadas eran largas, recolectaba instrumentos de cocina y algunos que usaban los bandidos para fabricar alcohol y drogas para realizar mi laboratorio improvisado. El estado del lugar era muy rústico, rudimentario y de poca tecnología, aunque ya parecía lo que podría ser un laboratorio.
En las fortalezas abandonadas también se podían encontrar cosas de interés, como camillas, instrumentos de cocina y hasta de enfermería, como jeringas y bisturíes, aunque yo no probaría las medicinas que ahí tuvieran, pues tendrían décadas caducadas pese al frío.
Como fuera el caso, pese a los libros que aún tenía, debía estar preparándome, pues el ADN aún guardaba sus secretos conmigo.
Sólo quedaba una opción para seguir cumpliendo mi camino, y ese era descender hasta el pueblo, cosa que rara vez hacía, para ingresar a la biblioteca local.
El lugar parecía una pagoda acondicionada para tener estanterías con libros, en donde al ingresar, la mujer encargada me miró con algo de sorpresa ante mis rasgos característicos de los Nagamushi.
-¿La sección de medicina?- le cuestioné.
-Por allí- señaló la bibliotecaria, mirándome a mis ojos reptilianos. Agradecí y caminé hasta la parte trasera de la biblioteca.
Estiré mi cuello, como un yokai o serpiente, y ascendí mi cabeza hasta la zona de libros, en donde me dispuse a buscar.
La gente de la biblioteca al verme hacer eso, salieron de lugar asustados. Cuando encontré el libro que buscaba, estiré mi brazo para tomarlo y regresar a la normalidad.
Me llevaría el libro a una mesa cercana para comenzar a estudiarlo. El lugar parecía haber quedado desierto... casi.