No hay familia en el desierto [Monotema]
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Tsuneo llevaba horas vagando por el desierto de su actual destino, el País del Viento, sin rumbo ni mapas ni nada. En realidad, era una de esas largas e interminables caminatas a ninguna parte propias de alguien que lleva días embriagado con licor de leche de camello y tequila de las plantas de agave de las zonas áridas como esta. Tambaleaba en una danza de mareo, mirando a la nada, cambiando direcciones de tanto en tanto mientras no se podía apreciar más que arena y el cactus ocasional. De repente alguna lagartija de esas que corretean por las dunas y huyen de los desconocidos. Tenía fortuna de no haberse topado con algún bandido. Tal vez estaba tan perdido en el horizonte que ni siquiera los delincuentes se ocultan en este infierno polvoriento.

Finalmente, cansado, abatido, pero relajado, se dejó caer sobre un montículo de arena, que salpicó el alrededor tras recibir el súbito peso muerto de un borracho. Sus extremidades colgaban como un muñeco de trapo, su cuerpo elevado incómodamente del suelo sobre la mini montaña, con una botella de mezcal destilado y fermentado a la que aferraba sus dedos como si fuera su posesión más preciada, única compañía en el mundo. Miraba el cielo claro y abrasador. El calor era duro, pero no tenía la suficiente lucidez como para siquiera quejarse al respecto. Tenía agua en la mochila por si acaso. Incluso perdido en la bebida, tenía el mecánico acto de hidratarse de tanto en tanto. Estaba en un lugar peligroso.

Desolado en su aventura, las memorias tristes y dolorosas se agolpaban en su cabeza medio dormida como un ejército en frenesí. Los pensamientos se conectaban a duras penas y mal, como destellos de fotografías guardas en la memoria. La verdad se sentía patético. Tal vez moriría aquí. Probablemente no. Ha estado en sitios peores. Y antes el alcohol le pegaba más fuerte. Sus primeras borracheras fueron las peores, porque era solo un adolescente. Ahora ya es un adulto, joven, pero adulto, forzado a madurar y construir algo donde no había nada, como ahora.

Recordaba a su madre, que había dejado ese hogar cruel en el que se crió, para nunca más dar noticia de su paradero. Recordaba que su padre se puso más violento desde ese día, tan irracional, loco y violento que terminó muriendo en una pelea de bar. Cada episodio de ese horrible trayecto, cada día de ese calvario marcado en la piel, en los huesos y en la sangre de su clan, seguía vivido incluso ebrio. 

 ¡MIERDA, MAMÁ! — Gritó, súbitamente enrabiado por problemas no resueltos que le persiguen como demonios. Golpeó el suelo hasta que el dolor en su puño era demasiado, e incluso un poco más.  ¿¡Por qué... por qué no me llevaste contigo!? Si querías escapar, ¡me hubieras llevado contigo! Solamente... solamente... dejaste cerrada la puerta con llave... me dejaste con un monstruo cuya hambre no le bastaba... no le bastaba con morderme... ¡Y se comió a sí mismo...! — Desvariando en lo que estaba diciendo, confundiendo la última pelea de bar de su progenitor con una boa devorando su propio ser, hablaba con esa escucha atenta y eterna que es la naturaleza hasta que repentinamente le dio un buen trago a la botella, calmando así a ese bichito que le decía en el corazón que todo estaba mal y nada tenía sentido.

Empezó a reír, cruzando de un umbral a otro en la alteración mental. — Se comió a sí mismo... se comió a sí mismo... ¡Se comió a sí mismo! ¡Tonto, papá, tonto, tonto! ¡Jaja! — Repetía rítmicamente, mientras su voz perdía el orden y la pronunciación. Allí estaría un buen rato más, hasta que su propio cuerpo pudiera superar el agente externo en sus venas, forma de rellenar el hueco de la falta de amor y de familia.
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