El Mundo es de los Huérfanos [Monotema]
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Haber perdido a sus padres a tan corta edad fue una cicatriz traumática para Tsuneo, que cargaría permanentemente y que condicionó indudablemente su desarrollo personal, forzándole a tener una vida de absoluta independencia y abandono en plena adolescencia. Hoy, con una veintena de años, ya ha le tomado mejor ritmo a este duro estilo de existencia, pero en el sentido de aquel que es veterano de alguna guerra. Por ende, hay secuelas y dolores sin resolver, marcas de balazos en el espíritu.

Por esto es que alguien tan jugado por sí mismo, no obstante, pudo sentir cierta empatía y preocupación por otro joven que compartía su mismo destino, pero incluso peor, pues debía hacerse cargo de otras vidas además de la suya. Precisamente, tenía en mente a un ladrón de cabellos rubios al que pudo detener, frustrando su fechoría, pero sin entregarlo a la justicia en cuerpo, específicamente para evitar que, por la natural reacción de amor filial y responsabilidad que le llevó a procurar sustento a la familia, además de a sí mismo, fuera a parar a alguna cárcel u otro destino tortuoso y, a miras del albino, innecesario.

Pero lo primero que haría sería llevarle algunas provisiones necesarias para el hogar. Específicamente, un bulto con alimentos varios, como champiñones, fideos, algas secas, verduras y pescado ahumado, que llevaba por delante tal como hace no mucho había cargado con la caja robada. 

Como buen aventurero, ya había memorizado el camino por el callejón oscuro hacia la zona residencial, donde muchas almas estaban hacinadas. También sabía exactamente cuánto debía caminar y qué puerta tocar. Paso a paso, era vívida la memoria de la persecución y de la señora que le apuntó el destino del muchacho, cuando aquel se ocultaba de un detective furtivo. 

Esa era, la mediagua sin ventanas conectada con otras varias viviendas. Golpeó la puerta suavemente un par de veces. Nuevamente oyó movimiento, pero no había respuesta.

Esta vez golpeó más fuerte. — ¡Soy yo! ¿No te acuerdas de mí? Nos vimos hace un rato... — Algunos instantes pasaron hasta que una voz huraña contestó al requerimiento desde el otro lado de la madera.

 ¿Para qué vienes...? ¿Estás con alguien? —  A lo cual, Tsuneo respondió tranquilamente. — Estoy solo y traje un obsequio. Ábreme, ¿está bien? — Se demoró otro rato más, hasta que se decidió, y se dejó oír un par de cadenas soltadas y un doble cerrojo liberado. Allí, tenuemente iluminado por la luz solar que aún quedaba en el exterior, se descubría la mirada melancólica del rubio vestido de negro, que solo miraba con cuestionamiento y duda.

 Mira, te traje algunas cosas del mercado, lo suficiente para que puedan almorzar bien los próximos días. ¿Cuántos hermanos tienes? — Dijo con amabilidad, mientras mostraba el montículo envuelto en tela blanca y cuerdas. 

 ¿P-Por qué...? — Había incredulidad en su tono, pero algo parecía ver que estaba levemente emocionado y sorprendido, por algo que tal vez era muy bueno para ser verdad en un mundo tan hostil, y cuando recién había tenido que escapar de una golpiza y acusaciones de delincuente.

 Porque tenemos mucho en común. — Respondió firmemente, causando un silencio incómodo, hasta que fue, finalmente, el dueño de casa quien rompió el hielo.

 ...Somos cuatro en total. ¿Quieres... pasar...? — De a poco iba abriendo su crisálida ante este misterioso benefactor.

 Por supuesto. — Contestó a su vez. Acto seguido pudo ingresar a la morada, agachando un poco la cabeza para pasar por el portal. Su interior estaba iluminado tenuemente por una lámpara de aceite, y al fondo se oía el correteo de unos chiquillos inquietos, haciendo lo propio de su juventud.
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Para Tsuneo, la pobreza era algo natural. Tal vez lamentaría la falta de ventanas, pero poco más. ¿El resto? Estaba familiarizado con ello. Vivir a duras penas en un cuarto apenas suficientemente grande para las necesidades básicas, ¿acaso no es ese es el común denominador de la vasta mayoría de ciudadanos del mundo entero? Él nunca ha conocido la vida de los palacios y mansiones. Jamás ha visto comer o sangrar a uno de los grandes señores que controlan este país ni algún otro. Pero sí ha visto muchos huérfanos. El mundo es de los huérfanos.

El mayor en la sala se acercó a una vieja mesa de madera y dejó el bulto de comida allí. El rincón que servía de cocina tenía una pequeña estufa a leña y un par de estantes y cajones. Tras una ligera inspección de una cacerola pudo notar restos de una sopa de fideos que no habría tenido otro condimento que sal. Bastante lamentable, la verdad. El rubio, que tendría unos quince o catorce años, se acercó inmediatamente, como intentando excusarse.

 Todos comieron... No nos quedaba otra cosa...  Se encogía de hombros y miraba hacia otro lado, reconociendo ser el cocinero improvisado. Tsuneo simplemente sonrió mientras guardaba donde podía los ingredientes que había traído consigo, apartando algunos para cocinar algo después.

 Lo importante es alimentarse bien para otro día. Haces bien. Le excusó mientras continuaba su metódico cometido, bajo el ojo vigilante del guardián de la casa. Un par de niños, llamados como luciérnagas por la conmoción, se aproximaron curiosos, pero con cierta timidez.

 ¡Comida, comida! Decía saltando un dientón de cabellos largos y desordenados. Tendría unos diez años.
 ¿Q-Quién es...? Preguntaba una niña tímida de a lo más ocho años, que se ocultaba bajo el brazo del mayor de sus hermanos. Antes que pudiera contestar, apareció el tercero, de doce años, con un cabello más corto y anteojos.
 ¿Amigo de mamá...? Consultaba inocentemente, sosteniendo un peluche remendado con forma de perro, que ofrecía a su hermana.
 ¡Mamá no tenía amigos...! ¡Nadie se ha aparecido después de lo que le pasó! Interrumpió con los puños apretados y la voz iracunda el irritado dueño de casa. Se le notaba un tremendo resentimiento y rabia por el desamparo que estaban sufriendo tras una pérdida súbita, cuya causa aún Tsuneo ignoraba. No obstante, su grito precedió el llanto de la más pequeña.

 No... No... Perdón, perdón... Es que... Intentaba remendar lo que había hecho, gesticulando nerviosamente. No obstante, ese trabajo fue logrado por el segundo al mando con el juguete predilecto. Parecía que ya estaba acostumbrado a esto. El de cabello largo, por su parte, prefirió dejar en paz a la asustada jovencita y acercarse a contemplar la desconocida belleza de un pescado ahumado.  ¡Woow! ¿Carne? ¡Carne! Comenzó a brincar, dándole un nuevo aire a la turbia atmósfera que se había formado después de la escena anterior.

 ¡Í-Íbamos a comprar carne! Después de vender el... No alcanzó a terminar su nueva explicación. Tsuneo lo detuvo.
 Está bien. Yo te enseñaré otra forma de ganarte la vida. Sentenció con el tono de un maestro, a pesar de que él, en verdad, no llevaba mucho tiempo en este negocio de ser shinobi a sueldo. Mientras en el fondo los hermanos habían comenzado a jugar una especie de pelea de espadas con verduras en la mano, vigilados por el mayor, el vagabundo cortaba los ingredientes necesarios para una nueva sopa, después de haber limpiado la cacerola. Esta, sin duda, sería mucho más potente y sabrosa que la anterior.

Algo tenía de especial cocinar para más personas que uno mismo. Y sobre todo, algo tenía disfrutar de estos pequeños momentos que hacen que uno realmente se sienta vivo.
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La instancia fue algo pedagógico. La familia de la costa ya tenía más o menos la noción de que la forma óptima para reunir la mayor comida para mayor cantidad de personas es haciendo sopa. Desde un punto de vista nutricional, mantenía la mayor cantidad de elementos provechosos para la salud en el plato, incluso en el agua de la cocción. También era la forma más ventajosa para lograr la saciedad. No obstante, nuevo era para ellos el cómo condimentar una comida o qué elementos agregar a esta más que cuestiones azarosas que hubiera a disposición. De esta forma, la familia ahora tenía en sus manos un hervido de pescado con zanahorias, rábano blanco y cebollín. 

 Trae a tus hermanos. Es hora de comer. — Indicó el nuevo cuidador. A cierta distancia, los huérfanos estaban jugando con una pelota de caucho. Parecía que su madre, y si es que alguna vez tuvieron un padre presente, por lo menos hizo el esfuerzo de heredarles juguetes. Lástima que eso era casi todo el patrimonio que pudiera ofrecerles, además de un precario techo que a duras penas podía sostener la vida. No obstante, para Tsuneo, que ha pasado años en la intemperie de callejones y aceras, cualquier lugar cerrado ya marca la diferencia.

Las sillas estaban perfectamente numeradas; el albino ocupaba la que ocuparía la matriarca en sus días. La cantidad de platos también era justa, igual que los cubiertos. Se notaba el trabajo de conseguir exactamente lo que necesitaban para la subsistencia; nada más, pero tampoco nada menos.

La cena no era gourmet, pero era muy bienvenida y sabrosa. El niño de cabellos largos la devoró casi inmediatamente. — ¿Hay más? — Preguntó con la boca sucia. Tsuneo asintió plácidamente, procediendo sin mayor dilación a servirle una segunda porción.

 Gracias se dice... — Ordenó el mayor. Parecía haber desarrollado, en el transcurso de la tarde-noche, mayor comodidad con la presencia del extraño, quien aún no revelaba su nombre, ni preguntaba por el de ellos.

 ¡Ah! ¡Sí! Gracias, Señor... Señor... — La falta de referencia se hacía notar. — Tsuneo. Dime Tsuneo solamente. — No le había costado captar el ingrediente restante. — ¿Cuáles son sus nombres? — Inquirió, finalmente.

 Jiro, Kenzo, Yotsuba, y yo soy Ichiro. — Contestó arrogándose la personalidad jurídica de cada uno, señalándolos en orden. Tsuneo notó rápidamente que sus nombres tenían significados numéricos y estaban puestos según el momento de nacimiento. 

 ¿Quién es usted, Tsuneo? — Preguntó el de gafas, interesado por entender esta experiencia tan extraña, consistente en un desconocido proveedor. 

 Soy un shinobi errante, por así decirlo. Un ronin. Me dedico a hacer toda clase de misiones para ganarme la vida. — Al declarar esto, los ojos de Ichiro y Kenzo se abrieron de par en par. Jiro asintió en entendimiento y Yotsuba simplemente miraba en desconocimiento. — ¡Wow! O sea, ¿matas a los malos? — Consultó con el más entusiasta con ingenuidad.

 No precisamente a los malos... Pero no me dedico a matar. No si no es necesario. — Respondió fríamente. — Después de todo, todos tenemos capacidad de decir qué queremos y que no queremos hacer. Eso es lo que tuve que hacer hoy. — Miró de reojo a Ichiro, quien comprendió de inmediato. El haberle permitido escapar, a pesar de haber sido atrapado como ladrón, fue una elección libre de su benefactor. 

 Es decir, ¿quieres que sea un ronin...? — El rubio fue directo al grano, con firmeza.
 No si no quieres. — Sonrió el vagabundo, mostrando el mentón.
 Sí quiero. Tengo una familia que alimentar. — Respondió la contraparte, con madurez y convicción sorprendentes para su corta edad. Esto causó una grata sorpresa en Tsuneo. Al parecer este muchacho tenía un propósito en la vida. Es propio que alguien sin propósito como él pueda asistirle en el suyo.
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Última modificación: 24-09-2023, 06:45 PM por Tsuneo.
Después de algo de charla y limpiar la mesa, a Tsuneo le ofrecieron quedarse a pasar la noche, lo cual aceptó sin dudarlo. Se hizo un rincón, escondió la cabeza en la capucha y, apoyado contra la pared, de brazos cruzados, durmió plácidamente, como de costumbre. Los niños fueron al otro lado de la sala a descansar en una cama grande con mantas viejas pero abrigadoras. Le ofrecieron una al albino y este la negó, pero mientras soñaba tranquilamente, Ichiro se levantó para colocársela encima. Un pequeño gesto de hospitalidad y de hermandad que estaban construyendo rápidamente, pero a través de hechos y no simples palabras.

A la mañana siguiente, al salir el sol, de manera natural, gracias a su reloj biológico bien desarrollado, el vagabundo fue el primero en pararse, recibiendo el nuevo día de los retoños de la casa con huevos revueltos y té. Después de este rito importantísimo para una vida sana, acordó con Ichiro que irían a entrenar un rato a un sector apartado de la costa, donde una barrera de rocas filosas detenía los golpes de la marea. 

 Jiro, estás a cargo. Cuida de nuestros hermanos. — Sentenció el hermano mayor con semblante serio, intentando parecer una figura de autoridad en el hogar.
 Claro, jefe... — Contestó el de lentes, jugando un poco con la dinámica, pero con la paz de quien ya está agarrándole el ritmo a esta forma de vida.

En el camino a la playa, maestro y aprendiz se fueron charlando de algunas cosas de la vida, fundamentalmente respecto al pronóstico de la familia de huérfanos y en particular del actual jefe de familia.

 ...Pues bueno, yo te enseñaré algunas cosas, pero como te dije, les recomiendo ir a una Academia Ninja. Al menos tú y Jiro. Kenzo también tiene edad. — El oficio que les ofertaba era el que conocía, el de ser un ninja a contrata.
 ¿Y quién va a cuidar a Yotsuba? — Le enfrentaba el otro, molesto. — Tiene que ser Jiro. Kenzo aún no puede. ¡A Yotsuba hay que vigilarla! — Se veía en él un instinto sobreprotector.
 ¿Algún vecino o vecina que haga de niñero? Deben estudiar, no pueden descuidar eso. — Insistía el mayor.
 ¡No! No puedes confiar en nadie. Menos en este sector... — Declaraba el joven vestido de negro, convencido de sus palabras.
Tsuneo asintió. — Tienes razón. Bueno, cuando tú completes tu año escolar, que le toque al siguiente. — Comentó el errante, quien lamentaba no ofrecerse como niñero; su vida de nómade se lo impedía por completo. Hoy estaba aquí y mañana podría estar cruzando el mar. A Ichiro le parecía un buen plan.

 ...Bien, como sabes, te voy a enseñar a pelear. En esto debes saber pelear. Evitarlo si es posible, pero siempre preparado cuando la cosa se pone peligrosa. — Introducía el genin, hablando con la importancia crucial del asunto pronunciada en los labios. — Y por supuesto, yo te enseñaré lo que yo sé. ¿Vienes de algún clan? 
 No... No que yo sepa. — Contestó el otro rápidamente.
 Ah, bueno... yo manejo Taijutsu. Ya sabes, puños, patadas, combate cuerpo a cuerpo. — Tras esta información, el alumno se quedó callado, mirando al suelo, hasta que finalmente decidió alzar la voz.
 Y... ¿Y no sabes otra cosa? — Su tono no era despectivo, sino más bien preocupado.
 ¿Qué hay con el Taijutsu? Muchos problemas se solucionan de un buen puñetazo. Lo aprendí muy joven. — Se oía seguridad en sus dichos, aunque en el fondo recordaba las peleas de bar en las que veía participar a su padre, las cuales son memorias más bien trágicas.
 Sí, pero... No sé si se me de bien... Existe esto que es de lucha mental, como... ¿Ilusiones? Genjutsu, ¿no? — Inquirió el temeroso.
 No sé nada de Genjutsu. En eso no puedo ayudarte. — Suspiró Tsuneo, descubierto en su debilidad. — Ninjutsu, puede ser. Manipulación de chakra. Algo a distancia. Pero no descuides tu Taijutsu, en algún momento lo vas a necesitar. Si el enemigo está cerca, mejor que sepas pegar tus patadas a que no sepas. — Advirtió con mucho énfasis, agarrando a Ichiro del hombro.
 Sí, sí, está bien... — Respondió la contraparte, avergonzado.

En el mercado, Tsuneo se hizo con un papel de chakra para hacerle la prueba de afinidad elemental al novicio. Grata fue la sorpresa de que tenían la misma afinidad; el Elemento Tierra. El papel se había deshecho en polvo. De todas maneras, esto es bastante común en el país del cual proviene.

 Buenas noticias. Tengo una técnica que te va a servir. — Le informaba Tsuneo, con una sonrisa.
 ¡Enseñámela! — Demanda el rubio, impaciente, mientras llegaban finalmente a su destino: una playa vacía, oculta entre peñascos y espuma de mar. Uno de esos lugares especiales que el vagabundo conoce después de sus infinitas caminatas.
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