Alguna vez, en algún momento de la vida huérfana juvenil de nuestro errante aventurero, ocurrió una experiencia que lo marcaría para siempre. La verdad simplemente fue la chispa que encendió un cúmulo de combustible oscuro que se había estado acumulando desde que tiene memoria, y sobre todo desde la desaparición de su madre y la muerte de su padre. No obstante, es este instante terrorífico el que se quedó incrustado en la biblioteca de la memoria, para ser consultado por quien sea que pretenda escudriñar en las motivaciones de este chiquillo albino para emprender la carrera del Ronin en vez de algún otro empleo disponible para alguien de su particular condición.
De todos modos, siendo honestos, sin conexiones, sin familia, sin dinero, sin estudios, sin nada más que su propia fuerza, ¿qué variedad existe para elegir más que ser la fuerza de trabajo de turno para cualquier encargo que estuviera al frente? Su familia no le enseñó más oficio que vagar y adaptarse a lo que estuviera disponible por unas monedas. Su propio clan, linaje perdido en el tiempo, hace de la supervivencia un arte y un estilo de vida. Entonces, tal vez, su destino está sellado, hasta aquel remoto, difuso día, aún sin nacer, en el que una estrella fugaz le susurre un propósito de aquellos que dan sentido a mitos y leyendas forjadas por las nuevas generaciones de guerreros.
Era una noche fría de invierno, estaba nevando y el respirar helaba la sangre. Tsuneo había intentado recolectar suficientes monedas para tener una cama y un techo en el cual cobijarse, pero hoy no hubo suerte. A lo más pudo hacerse con una manta vieja, que usaba como capa sobre el abrigo, encontrada en los restos de una casa en mudanza. Caminó y caminó, haciendo calor en los músculos, hasta que pilló un rincón en un callejón, lo suficientemente decente como para atrincherarse y hacer el esfuerzo de despertar sano y salvo a la mañana siguiente. Lo primero que haría sería comprarse un desayuno, dentro de sus posibilidades.
Esta era su terrible cotidianidad. Pero algo más allá ocurrió, algo que le mostraría que a pesar de su falta de vocación, esta no era suficiente forma de vivir.
La escarcha crujía ante los pasos rápidos, cada vez más cercanos, de alguien corriendo hacia su dirección. Preocupado, Tsuneo se movió, pillando unas cajas vacías que servirían como escondite, y, cuando ya no hubiera moros en la costa, como colchón que lo separase del suelo gélido. Pronto las señales auditivas daban cuenta de que había más de una persona en la carrera, y que, de hecho, parecía que un grupo estaba persiguiendo a una individualidad.
El vagabundo se posicionó de tal manera de que pudiera ver un poco, alertado de no mover ni un músculo innecesario y hacer su presencia lo más obviable posible. No quería meterse en problemas.
— ¡No puedes correr toda la noche, imbécil! — Se oía de una voz ronca, de quien parecía ser el líder de una banda de tres. Al frente suyo, quedándose sin opciones y jadeando, estaba un adulto joven que parecía trabajar en algún mercado local, ya que aún traía delantal puesto.
— ¡Ya les dije... aún no tengo el dinero! — Contestaba a su vez la presa, poniendo sus manos por delante, atemorizado, seguramente amenazado hace bastante tiempo de las consecuencias. — Hu-hubo una emergencia familiar y... — Estaba claro que había repetido la explicación antes, así que el señor tatuado que le había gritado antes lo detuvo.
— ¡EL TRATO FUE CLARO Y FUIMOS BASTANTE GENEROSOS CON EL TIEMPO! Si no pagas ahora, sea como sea, vas a tener una emergencia familiar de verdad... — Sus palabras causaron nerviosismo y desesperación en el feriante, quien reunió fuerzas para chillar de manera agresiva, como gato agazapado.
— ¡DEJA A MI FAMILIA EN PAZ! ¡Mi hija estaba enferma! ¿¡Acaso tu jefe no tiene hijos!? — Un breve silencio que parecía eterno tensionó el ambiente. A Tsuneo se le había erizado la piel. Estaba a metros de la acción y parecía que aún, por fortuna, no se habían percatado del testigo.
Sus ojos se abrieron de par en par cuando identificó el brillo metálico de un cuchillo.
— ¿Quieres que tu hija aún tenga un padre? — Cuestionó duramente, mientras se acercaba lentamente a la potencial víctima, la cual, por más que retrocediera, se encontraría eventualmente con un muro sin salida.
De todos modos, siendo honestos, sin conexiones, sin familia, sin dinero, sin estudios, sin nada más que su propia fuerza, ¿qué variedad existe para elegir más que ser la fuerza de trabajo de turno para cualquier encargo que estuviera al frente? Su familia no le enseñó más oficio que vagar y adaptarse a lo que estuviera disponible por unas monedas. Su propio clan, linaje perdido en el tiempo, hace de la supervivencia un arte y un estilo de vida. Entonces, tal vez, su destino está sellado, hasta aquel remoto, difuso día, aún sin nacer, en el que una estrella fugaz le susurre un propósito de aquellos que dan sentido a mitos y leyendas forjadas por las nuevas generaciones de guerreros.
Era una noche fría de invierno, estaba nevando y el respirar helaba la sangre. Tsuneo había intentado recolectar suficientes monedas para tener una cama y un techo en el cual cobijarse, pero hoy no hubo suerte. A lo más pudo hacerse con una manta vieja, que usaba como capa sobre el abrigo, encontrada en los restos de una casa en mudanza. Caminó y caminó, haciendo calor en los músculos, hasta que pilló un rincón en un callejón, lo suficientemente decente como para atrincherarse y hacer el esfuerzo de despertar sano y salvo a la mañana siguiente. Lo primero que haría sería comprarse un desayuno, dentro de sus posibilidades.
Esta era su terrible cotidianidad. Pero algo más allá ocurrió, algo que le mostraría que a pesar de su falta de vocación, esta no era suficiente forma de vivir.
La escarcha crujía ante los pasos rápidos, cada vez más cercanos, de alguien corriendo hacia su dirección. Preocupado, Tsuneo se movió, pillando unas cajas vacías que servirían como escondite, y, cuando ya no hubiera moros en la costa, como colchón que lo separase del suelo gélido. Pronto las señales auditivas daban cuenta de que había más de una persona en la carrera, y que, de hecho, parecía que un grupo estaba persiguiendo a una individualidad.
El vagabundo se posicionó de tal manera de que pudiera ver un poco, alertado de no mover ni un músculo innecesario y hacer su presencia lo más obviable posible. No quería meterse en problemas.
— ¡No puedes correr toda la noche, imbécil! — Se oía de una voz ronca, de quien parecía ser el líder de una banda de tres. Al frente suyo, quedándose sin opciones y jadeando, estaba un adulto joven que parecía trabajar en algún mercado local, ya que aún traía delantal puesto.
— ¡Ya les dije... aún no tengo el dinero! — Contestaba a su vez la presa, poniendo sus manos por delante, atemorizado, seguramente amenazado hace bastante tiempo de las consecuencias. — Hu-hubo una emergencia familiar y... — Estaba claro que había repetido la explicación antes, así que el señor tatuado que le había gritado antes lo detuvo.
— ¡EL TRATO FUE CLARO Y FUIMOS BASTANTE GENEROSOS CON EL TIEMPO! Si no pagas ahora, sea como sea, vas a tener una emergencia familiar de verdad... — Sus palabras causaron nerviosismo y desesperación en el feriante, quien reunió fuerzas para chillar de manera agresiva, como gato agazapado.
— ¡DEJA A MI FAMILIA EN PAZ! ¡Mi hija estaba enferma! ¿¡Acaso tu jefe no tiene hijos!? — Un breve silencio que parecía eterno tensionó el ambiente. A Tsuneo se le había erizado la piel. Estaba a metros de la acción y parecía que aún, por fortuna, no se habían percatado del testigo.
Sus ojos se abrieron de par en par cuando identificó el brillo metálico de un cuchillo.
— ¿Quieres que tu hija aún tenga un padre? — Cuestionó duramente, mientras se acercaba lentamente a la potencial víctima, la cual, por más que retrocediera, se encontraría eventualmente con un muro sin salida.
Hablo - Pienso - Narro