Preludio
Metal contra metal. El resonar del martillo descargando contra la superficie al rojo vivo hacía eco en la instalación. Ya era un ruido familiar. Tan acoplado a la rutina como el susurro de la naturaleza misma, que en la aldea se presentaba como un fino silbido del viento a través de las colosales montañas. Pero había algo que a Kojiro Watanabe no lo dejaba en paz...
Ese maldito chirrido de alguna bisagra vieja que no lo dejaba trabajar.
Soltó el martillo de golpe, expulsando en un soplido lo que le quedaba de paciencia. - Muy bien, ¿Quién hace ese sonido de mierda? - Se quejó en voz alta , sin embargo él no esperaba encontrarse con alguien, sino con algo que arreglar para acabar con su tormento, por lo que fue sorprendido cuando, siguiendo el origen del ruido (cada vez más fuerte, para su sorpresa) encontró un pie balanceándose a tres metros sobre su cabeza, pasando un borde del tejado que se estremecía con el vaivén de aquella extremidad .
- ¿Kichiro? ¡Por los dioses! - El chirrido paró - ¿No puedes entrar simplemente? Me estás rompiendo el seso hace una hora.
Una figura robusta y de cabellera roja se dejó caer al suelo en ese instante. Levantó las manos en son de derrota.
- Lo mismo podría decir de ese martilleo que tienes abajo, pero me quedé aquí, ¿has visto ese amanecer?
Kojiro, un hombre de ya avanzada edad pero de físico formidable, se quedó en silencio, levantando una de sus pobladas cejas para escudriñar a quien sería uno de sus hijos. La oveja negra entre todos ellos.
- Merry te llamó - dijo, y Kichiro asintió sin dudarlo: - ¿Dónde está? - Justo cuando la duda era planteada, pasos estremecieron los tablones de los pisos superiores. Fuertes y animosos para la hora . Una chica pequeña y de cabellera blanca pasó casi corriendo junto a Kojiro . - ¡Justo a tiempo! ¡Ya estoy lista! - exclamó con encanto. Kojiro suspiró, y fue entonces que la chica reparó en la presencia de su maestre. Antes de que le mostrara sus respetos , este articuló.
- Asegurate de volver antes mediodía, Merry . Tenemos un negocio que atender.
La chica asintió mientras el viejo se retiraba. Kichiro, en silencio, también asintió. Su viejo padre no solía dirigirse a él de manera directa, pero sabía que aquella orden no había sido para la chica que esa mañana le tocaría "escoltar" durante sus tratas de negociante, sino que había sido para él. Lo hizo sonreír sutilmente pese a la incógnita que invadió su cabeza momentáneamente:
¿Cuándo se había distanciado tanto
de su viejo padre?