A pesar de que Tsuneo es un vagabundo tanto como título como en estilo de vida, incluso un sin hogar cuenta con algún rincón favorito en la virtualmente infinita tierra continental, que recorre de palmo a palmo desde el desierto más inhóspito hasta la montaña más alta, y desde la isla más recóndita al bosque más profundo. Este joven nació y se crió en el País de la Tierra, por lo cual es aquí donde se siente más a gusto, con su gente, con su cultura, con su infraestructura, con su clima, con su día a día, con su aire. Y en el subsuelo, prosperando y sufriendo por igual a escondidas de la luz del sol, yace la imponente y moderna Nueva Iwagakure no Sato, la cual frecuenta los pasos y las vivencias del shinobi sin rumbo. Sobre todo esta aldea aparece en esas amplias brechas de la vida en las cuales no hay alguna misión y ya pagaron la anterior, donde hay que matar el tiempo cuando no se tienen amigos ni hobbies en particular. Entrenar es una opción, posiblemente, pero teniendo todo el tiempo del mundo, no hay por qué gastar todo en un gimnasio figurativo. El Vagabundo tiene derecho a darle alguna chispa a su vida más allá de ponerse más fuerte para mañana.
Entre las galerías oscuras de la civilización terrosa, Tsuneo pasea y elige un izakaya más bien humilde en sus pretensiones y sus precios, como acostumbra desde que tiene memoria de la bebida. Ingresa sin mayores aires de grandeza, saluda brevemente al señor mayor que atiende la barra, y entonces elige sentarse en una pequeña mesa al rincón. Le gusta estar encapuchado desde la mañana a la madrugada, pero comprende que en un lugar eminentemente social, el cubrir su identidad de tal manera puede levantar desconfianzas y sospechas. No obstante, igualmente, da una señal de que es alguien que prefiere mantener un perfil discreto. Algo tiene este misterio que le da alguna gracia a su presencia. Él está ahí, pero no está interesado en forjar lazos ni transparencias. Solamente puede pretender intercambiar algunas palabras mirando al vaso de su bebida.
Notable es que el personal visible consta simplemente de dos personas. Un anciano que actúa de barman y otro viejo que hace las de mesero. Alguien habrá en la cocina, que está oculta tras una sencilla puerta. El lugar es pequeño, pero tiene sus clientes fieles. Por esto, al ser un nuevo huésped, prontamente recibe atenciones propias de quien quiere conquistar una nueva fuente de dinero, aunque también hay algo de construcción de comunidad y tejido social, como quien levanta un hogar de borrachos.
— ¡Bienvenido! ¡Aquí está menú! — Inaugura el garzón, con un leve entusiasmo, presentando una carta de una sola plana con una selección de brochetas. No hay mucho más allá. — ¿Algo para beber? — Consulta inmediatamente, de forma casi que capciosa, pues es por fuerza del hábito lo que se espera apenas uno toma una silla en un izakaya.
— Shochu, por favor... Una botella. — Señala el desconocido Tsuneo, levantando su dedo índice, partiendo fuerte la noche. No hay mucha demora en que reciba lo que solicitó, mientras se decanta por cuál tipo de yakitori va a pedir, que en realidad es elegir qué parte del pollo va a comer. — ¡Tenemos Shochu de papa! — Le develan al recibir el brebaje. — Me parece bien. Dos de muslo, por favor. — Agrega por su parte, a lo que el hombre asiente y se pierde tras el muro que sugiere ser la cocina.
Las mesas están muy cerca una de otra, por lo cual no hay más que un par de metros que separan al veinteañero de un caballero que aparenta trabajar en construcción y que pasó directo de la obra a la taberna, además de que, por supuesto, sus rasgos denotan que es su rutina de siempre. — ¿Nuevo por aquí? — Le consulta con una sonrisa, sin tardar más de dos segundos en llenar la boca con cerveza.
— No, no. Nacido y criado en Iwa. Simplemente viajo mucho, y bueno, esta ciudad siempre crece. — Contesta brevemente, mientras se sirve un vaso del licor de patata. El veterano del lúpulo se ríe brevemente y se golpea el pecho.
— ¡Dímelo a mí! ¡Estamos armando un nuevo edificio en el nivel bajo! — Exclama como si fuera una gran carga, pero al mismo tiempo, algo que emana simpatía. Tsuneo sonríe. Ese hombre es una de las mil hormigas anónimas que sostienen a la nación; más valioso que su existencia de errante.
Entre las galerías oscuras de la civilización terrosa, Tsuneo pasea y elige un izakaya más bien humilde en sus pretensiones y sus precios, como acostumbra desde que tiene memoria de la bebida. Ingresa sin mayores aires de grandeza, saluda brevemente al señor mayor que atiende la barra, y entonces elige sentarse en una pequeña mesa al rincón. Le gusta estar encapuchado desde la mañana a la madrugada, pero comprende que en un lugar eminentemente social, el cubrir su identidad de tal manera puede levantar desconfianzas y sospechas. No obstante, igualmente, da una señal de que es alguien que prefiere mantener un perfil discreto. Algo tiene este misterio que le da alguna gracia a su presencia. Él está ahí, pero no está interesado en forjar lazos ni transparencias. Solamente puede pretender intercambiar algunas palabras mirando al vaso de su bebida.
Notable es que el personal visible consta simplemente de dos personas. Un anciano que actúa de barman y otro viejo que hace las de mesero. Alguien habrá en la cocina, que está oculta tras una sencilla puerta. El lugar es pequeño, pero tiene sus clientes fieles. Por esto, al ser un nuevo huésped, prontamente recibe atenciones propias de quien quiere conquistar una nueva fuente de dinero, aunque también hay algo de construcción de comunidad y tejido social, como quien levanta un hogar de borrachos.
— ¡Bienvenido! ¡Aquí está menú! — Inaugura el garzón, con un leve entusiasmo, presentando una carta de una sola plana con una selección de brochetas. No hay mucho más allá. — ¿Algo para beber? — Consulta inmediatamente, de forma casi que capciosa, pues es por fuerza del hábito lo que se espera apenas uno toma una silla en un izakaya.
— Shochu, por favor... Una botella. — Señala el desconocido Tsuneo, levantando su dedo índice, partiendo fuerte la noche. No hay mucha demora en que reciba lo que solicitó, mientras se decanta por cuál tipo de yakitori va a pedir, que en realidad es elegir qué parte del pollo va a comer. — ¡Tenemos Shochu de papa! — Le develan al recibir el brebaje. — Me parece bien. Dos de muslo, por favor. — Agrega por su parte, a lo que el hombre asiente y se pierde tras el muro que sugiere ser la cocina.
Las mesas están muy cerca una de otra, por lo cual no hay más que un par de metros que separan al veinteañero de un caballero que aparenta trabajar en construcción y que pasó directo de la obra a la taberna, además de que, por supuesto, sus rasgos denotan que es su rutina de siempre. — ¿Nuevo por aquí? — Le consulta con una sonrisa, sin tardar más de dos segundos en llenar la boca con cerveza.
— No, no. Nacido y criado en Iwa. Simplemente viajo mucho, y bueno, esta ciudad siempre crece. — Contesta brevemente, mientras se sirve un vaso del licor de patata. El veterano del lúpulo se ríe brevemente y se golpea el pecho.
— ¡Dímelo a mí! ¡Estamos armando un nuevo edificio en el nivel bajo! — Exclama como si fuera una gran carga, pero al mismo tiempo, algo que emana simpatía. Tsuneo sonríe. Ese hombre es una de las mil hormigas anónimas que sostienen a la nación; más valioso que su existencia de errante.
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