[Desarrollo] Lejos del dolor.
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Última modificación: 25-06-2023, 03:51 PM por Isshin.
En algún punto de los bosques del fuego.
Horas de la madrugada.
30 de abril, 15 D.K.

***


— … el viento está soplando hacia donde no debe … — Murmuraba una voz que parecía perderse al final de su cabeza.

— Cállate… — Respondió otra, más corpórea que la anterior, con un refunfuño atrapado en la garganta. Ya hacía varias semanas que no dejaba de escucharla. Por más melódica que sonase, no dejaba de perturbarlo. Con cada palabra sentía que la cordura le abandonaba, y los corrientes tiempos le pedían más de aquel escaso recurso.

El pelirrojo se encontraba en uno de sus lugares predilectos para encontrar paz; la sombra del árbol más aislado que pudiese encontrar, y de aquel que quisiera prestarle su cobijo. El viento que recorría las entramadas ramas de los árboles rebotaba con él. El sepulcral silencio hacía contraste con el usual repicar de los pájaros en aquella zona del bosque, que ahora ausente sólo anunciaba un misterio desagradable.

Si bien su mente estaba en paz, su subconsciente le llevaba por todas las tareas domésticas de las que rehuía. Tenía que comprar algunas cosas en la aldea antes de volver a casa, y había prometido a uno de sus hermanos entrenar durante la tarde. Era una vida tranquila, un descanso merecido y agradable entre misiones y labores bélicas a las que un ninja estaba sometido con o sin quererlo. Pero la soledad siempre estaba ahí de cuando en vez. En un principio la sentía desagradable, pero con el pasar de los años se volvía más adicto a ella. Pero hace unas semanas la voz de su subconsciente sonaba más presente que nunca, y la soledad terminaba siendo esquiva.

— Volvamos. — Otra vez, en esta ocasión retumbando con más fuerza de lo usual. Casi como si fuese una orden irrefutable. Y su cuerpo hizo el amago de levantarse de su letargo. Él estaba a punto de quedarse dormido, y aún así sus piernas tuvieron el deseo efímero de levantarse y andar. Abrió los ojos lentamente, con frustración, sintiéndose víctima de su propia locura. Soltando un sonoro suspiro alzó el torso hasta quedar sentado sobre la tierra, y buscando respaldo para su espalda se apoyó en el tronco del árbol que le cubría.

Y con una última ráfaga de viento llegaría un visitante inesperado. En aquel punto tan recóndito del bosque del fuego rara vez se acercaba alguien salvo él y algún lugareño en busca de hierbas. Pero ahí, frente al pelirrojo, llegaba un ninja de la hoja. Su rostro pálido era uno conocido por el chunin, pero rara vez se le veía con tal expresión. La combinación de factores traía consigo un aire de preocupación que, casi inmediatamente, invadió al medio-hyuga.

— Por fin te encuentro. — Dijo el recién llegado entre jadeos. — Llevamos una hora buscándote. Hay problemas. — Continuó una vez pudo recuperar el aliento. El cansancio se le notaba, pero la cualidad y calidad de un ninja solo permitiría tal cansancio cuando los nervios se apoderan de la respiración. Por tanto y lamentablemente, la situación era seria.

Por un instante miles de películas se reprodujeron en la mente del shinobi descansado. Pero una incógnita parecía resaltar siempre entre las variables. Y no pudo evitar lanzarla al aire. — ¿Qué problemas hay y por qué se me necesita a mí específicamente? — Preguntó. Él conocía su posición y por tanto sus límites. Si bien no era el eslabón más débil de la cadena de poder del imperio, tampoco resaltaba en ningún aspecto. Su rango no era uno fuera del usual, e incluso el sujeto que le buscaba tenía más méritos que él. Por ello su duda estaba bien fundada, y en cierta forma era un intento desesperado por entender si debía o no abandonar su descanso.

— Isshin, no hay tiempo, tenemos que irn… — Las palabras del otro se vieron prácticamente silenciadas por el estruendo de la voz mental del pelirrojo. — Idiota. Muévete. — Esta vez la orden fue tan fuerte, y tan directa, que no hubo duda. Su cuerpo se paró instintivamente del letargo y casi emprende carrera sin saber a dónde exactamente. El otro ninja, quien le había estado buscando, siguió explicando pero Isshin no pudo escucharle antes de emprender carrera tras él.


***


Durante el camino, yendo a una velocidad vertiginosa aún para él y sin entender el apuro del todo, volvió a contemplar la posibilidad de haber enloquecido por fin. Eso, o estaba soñando, y no sabía cual de las dos posibilidades le generaba más ansiedad. Intentó alzar la voz para hablar con su coterráneo, pero la velocidad a la que iban ambos impidió que cualquier conversación se formase entre ambos.

Pero el camino era uno muy conocido. Era el camino de vuelta. El camino que tantas veces había recorrido. El terror empezaba a acumularse debajo de su piel haciendo que cada uno de los poros de su cuerpo se erizaran. Quería aumentar la marcha y detener al otro para interrogarlo y salir de la duda. Tener la confirmación de que lo que sucedía en realidad estaba lejos de lo que su macabra imaginación suponía. Pero tardó en tomar la decisión, y llegaría a su destino.

Con una seña, quien iba adelante en la carrera le ordenó detenerse y ocultarse. Sin saberlo había entrado en lo que parecía un destacamento de avanzada muy improvisado. Otros ninjas de la hoja se agrupaban en pequeñas células, todos ocultos tras árboles y arbustos. Habían heridos, unos cuantos, y otros pocos que parecían haber dejado su último aliento atrás. Era una escena dantesca, y el habla del shinobi que le había traído sonaba de fondo. Pero Isshin no podía escucharle. Un pitido ensordecedor era lo único que sus oídos creían percibir. El pitido del pánico, que anunciaría la falta de aire. — Los civiles… — Fue lo que pudo murmurar. — ¿Han logrado evacuar a los civiles? — Siguió, con esfuerzo. Y quienes lo escucharon arrugaron el rostro. Isshin exploró a cada uno hasta que logró dar con un ninja que le mantuvo la mirada. Su rostro severo indicaba autoridad, y enseguida se dirigió a él verbalmente. — No. Estamos ante el ataque de una célula rebelde. Logramos interceptarlos antes de que llegaran a la aldea, pero no pudimos evacuar a los civiles. Sin embargo todos están resguardados, y estamos buscando minimizar los riesgos y neutralizar al enemigo sin sacrificar fichas. — La frialdad con la que el sujeto hablaba era odiosa, e Isshin apretó la mandíbula para no lanzarse sobre él. Estaba hablando de su familia, lo supiera o no, y no permitiría que ellos se viesen relegados a simples números y “fichas”.

Un poco más adelante de donde los ninjas del imperio se ocultaban había una pequeña zona residencial. Algunas cabañas y una pequeña plaza en medio del bosque. Todas, en teoría, estaban llenas de civiles atrapados en medio de una línea de fuego desafortunada. Y la familia de Isshin estaba incluída en tal estadística. En teoría, al otro extremo del pequeño asentamiento, habría una célula terrorista esperando para atacar. Una bomba de tiempo que en cualquier momento le arrebataría a él lo más preciado. El enemigo era claro, y el objetivo se formaba frente a él como una diana. La furia contenida iba a ser liberada. Pero el primer paso no tuvo lugar al ser interrumpido por un grito autoritario. — ¡MANTÉN TU POSICIÓN! — Gritaba el ninja de más rango. — La aldea ha sido informada. Los refuerzos vienen en camino y fuimos ordenados a no intervenir hasta entonces. — Continuó.

— Muevete. — Decía su voz interior. Sentía como cada célula de su cuerpo se partía en dos. Una parte le decía que siguiera avanzando, que buscara a su familia y la sacara de aquel infierno. Otra parte le pedía obedecer y ser paciente, que la situación se resolvería. Los refuerzos llegarían para evitar que los civiles se vieran implicados. — No seas estúpido. Muévete. — Seguiría la voz. Pero Isshin no respondería. No hasta que resultase demasiado tarde.

Los refuerzos habían llegado. Se trataba de miembros del escuadrón de operaciones especiales del imperio de la hoja. Uno de ellos llegaría directo a la plaza que adornaba el asentamiento, y todas las miradas se fijarían en él. De una de las casas saldría, casi inmediatamente, un pequeño niño. El chico caminaría en dirección al ninja, y se desplomaría a unos cuantos metros de él. Con un kunai clavado en la espalda. El chico, desconocido para la mayoría, era uno de los amigos más cercanos de uno de los hermanos de Isshin. Y estaba ahí, sin vida, y no solo eso; el próximo podría ser su propio hermano. — ¡ESTÁN DENTRO DE LAS CABAÑAS! ¡TIENEN REHENES! — Gritaría Isshin instintivamente mientras su cuerpo reaccionaba para echar carrera hacia su hogar. Pero tanto el ninja que estaba en la plaza como el resto del escuadrón empezarían a hacer sellos. — Sin piedad. — Rezaría, y el fuego llegaría.

Al unísono, los 8 que habían llegado como “refuerzos” se volvía exterminadores. Una tormenta de fuego saldría de los pulmones de cada uno inundando el asentamiento entero y desintegrando casi instantáneamente todas las cabañas. Algunos de los ninjas presentes vitoreaban y aplaudían. Acabar con unos desgraciados rebeldes siempre era un buen plan para un rebelde de pura cepa, y dejar en alto el nombre del imperio era el objetivo número uno. No había forma de oponerse a esa regla grabada en fuego.

Isshin no logró moverse. Se quedó ahí. Parado. Las bajas ya habían sido confirmadas, el enemigo neutralizado, y aquellos civiles que se sacrificaron para darle otro día más de paz al imperio serían recordados siempre como héroes. Muchos de los testigos volverían a sus puestos habituales de trabajo, sin prestar atención a quienes habían sido engullidos por el fuego aquel día. Pero él sí. Él, que se había quedado completamente solo en un instante, que lo había perdido todo. ¿Y a razón de qué? Se preguntaba. No podía siquiera parpadear.

Los pocos ninjas presentes que le conocían le miraron con pena, alguno que otro se acercó a darle una palmada en la espalda antes de partir. Y el oficial más cercano le dirigiría las palabras más frías que podía escuchar. — Lamento su pérdida. Cuando logre recomponerse quisiera un informe de su ubicación antes de venir acá. Hemos perdido mucho tiempo buscándole. — Al terminar las palabras el ninja también partiría de vuelta a la aldea. Los otros ninjas ya habían abandonado la escena, y solo quedaban escombros chamuscados y cenizas.


***


Instintivamente se acercó a donde horas antes vibraba y le aturdía la risa de sus hermanos. Donde su padre tantas veces le había aconsejado y su madre abrazado. Su hogar, tanto física como mentalmente. Su vida entera. Lo único que alguna vez consideró valioso. Lo que jamás concibió perder. Al llegar, observó los alrededores. Quizás había esperanzas de que estuviesen escondidos en los matorrales, ¿No? Escudriñó con la mirada y al mismo tiempo buscó en su mente. — ¿Estás ahí? — Preguntó en voz alta. Buscaba hablar, por primera vez, con la voz que le hablaba desde su subconsciente. — Dame esperanzas… — Rogó. Estaba suplicando, tanto a su voz interna como a la vida entera. Quería algo que pudiese darle un norte. Y nada aparecía.

Sin pensarlo mucho alcanzaría su riñonera, y sacaría un kunai. Con un movimiento rápido lo clavaría en su propio muslo derecho. El dolor le haría despertar de la pesadilla. Pero la punzada metálica no hizo más que herirle. Lo volvió a intentar. Una, y otra, y otra vez. Su pierna falló y quedó arrodillado, desbordando en sangre y por fin las lágrimas salieron. Un grito desesperado fue lo único que pudo pronunciar su garganta. Y el kunai de su mano terminó dirigiéndose a su cuello. Pero se detuvo en seco al entrar en contacto con su piel.

— No es nuestro momento. — Aquella voz había vuelto. — No sin luchar. — La dureza se había transformado en tristeza y melancolía. Era lo más cercano a escuchar a alguien que acababa de destrozar sus propios pulmones en un llanto intenso. — No te sientas solo. Nunca lo estarás mientras yo esté aquí. — Siguió hablando aquella voz, sonando más cerca y con más claridad que nunca. Con una dosis de misterio y fantasía un brazo pálido, de contextura femenina y delicada, surgiría del torso del ninja para apoyar la mano sobre el arma que él mismo apoyaba sobre su cuello. — Déjame tomar el control por ahora. Prometo que todo pasará. — No sonaba del todo convencida, y lo último parecía más un intento fútil por calmar su propia ansiedad.

Pero Isshin no tenía armas ni deseos de ir a contracorriente. Si había terminado de enloquecer o no era algo que le tenía sin el más mínimo cuidado. Con un impulso que no parecía suyo, su cuerpo se levantó. Cojeando de la pierna herida empezó a caminar en una dirección, como si el peso de su pasado le arrastrase hacia la otra. — ¿A dónde vamos? La aldea está hacia el otro lado. — Murmuró Isshin, con la mirada perdida.

— Lejos. Lejos del dolor. — Respondió la voz.
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