El cielo estaba despejado como de costumbre, las nubes yacían en los pies de la conocida tierra del rayo; como era de esperar, la autoridad del imperio en estos dominios era algo impresionante. Shodai Raijin, el regente de esta nación parecía tener todo controlado, desde el campo magnético artificial, hasta la flora y fauna. Pero había algo en lo que no tenia dominio, ni tendrá. El corazón y el libre pensamiento de todas las personas residentes de esta tierra, algunos lo adoraban por miedo, otros por respeto, pero todos juzgaban el gobierno actual, las ideas van pegadas del pensamiento que a si mismo va de la mano con las ideologías enseñadas. Es por eso que el entenderse perfectamente y vivir en paz es algo que nunca estará al alcance humano, simplemente somos incapaces de ello.
Uno de los tantos ninjas en el mundo se encontraba recostado en un campo abierto, sobre un pastizal hermoso, el no era conocido, temido, ni mucho menos respetado. Hasta ahora era llamado Sazaki Ryō, un joven mestizo del clan Tajuken pues el llamarlo promesa sería demasiado. Vivió durante la gran transición para ver cómo el imperio Boshoku se hacía con el poder totalitario, tal vez demasiado joven en ese entonces para hacer algo al respecto. Todo lo que quedaba de su pasado eran un par de Shirasayas (armas especiales del clan) a las cuales se arraigaba con fuerza y portaba en todo momento, era algo más que simples armas para Sazaki, representaba una segunda oportunidad en su vida, la cuál tomaría sin importar las consecuencias.
Catalogado por sus conocidos como un vago, ebrio, muchos no pensaban que tuviese un camino que seguir más allá de desmayarse en cantinas; era cierto, los problemas y cicatrices de su pasado lo condujeron a una de las vidas más difíciles de sobrellevar, la culpa y el desconocimiento de la realidad es algo que dobla inclusive al guerrero más fuerte y preparado, y en este caso solo se trataba de un niño que vio de primera mano la guerra, el sufrimiento, y la partida de todas las personas que alguna vez velaron por su seguridad y comodidad. La vista de Ryō estaba perdida en un cielo despejado sin nube alguna, no existía pensamiento o reflexión para acompañarlo, solo tenía el presente y los recuerdos de los que alguna vez vio como hermanos, padres, o familia.
Un espadachín no puede lamentar la muerte de ningún guerrero pues sería una falta de respeto a su forma de vida; sin embargo, en ocasiones llegaban algunos pensamientos inseguros y dolorosos. El que pasará después de la muerte es algo que aún al día de hoy es desconocido y por eso mismo, un guerrero deberá vivir cada día como si fuese el último. ¿Pero que pasa cuando los sueños y caminos son destruidos? ¿Cuándo no se tiene algo por lo que luchar? Está era la situación de Sazaki, la historia de un ebrio que hizo lo que pudo para salir de aquella precaria vida e intentar hacer un cambio en el mundo.
El cielo se comenzó a teñir de colores rojizos, lo que indicó la hora de partir al punto de encuentro. El momento del cambio por fin había llegado; tal vez demasiado rápido, el lugar esperado se encontraba en el centro comercial de Kumogakure, dónde los ninjas pro imperio y clase alta solían reunirse. Ryō no terminaba de encajar en aquellos sitios, pero ahora había una posibilidad de regresar al camino perdido.
Las calles de la aldea eran bastante concurridas, frondosas, y buen parecidas. El territorio de la nube era tal vez el más rico por el momento, y así lo dejaban ver aquellas tierras. La entrada de una casa de té estaba en medio de dos estatuillas de oro de Raijin, lo que indicaba el sitio en cuestión. ~ Demasiado llamativo… ~ Repasó en su mente antes de entrar al establecimiento, adornado en su interior por joyas deslumbrantes y un aura que por su puesto, solo sería para la clase alta de la nación. En el centro del lugar se encontraba Daisū, un hombre de aproximados 75 años, quién esperaba al joven totalmente inmóvil y con los ojos cerrado, la hora acordada ya había sido sobrepasada hace más de veinte minutos, lo que significaba irresponsabilidad a ojos del hombre.
Después de todo se trataba de un viejo monje, en su pasado fue temido y reconocido con el imperio del rayo pero esas épocas habían quedado ya en el paso hace tanto tiempo que si los recuerdos fuesen tangibles seguramente estarían llenos de polvo y suciedad. La edad y el cambio hizo que viese lo realmente importante de la vida y desistió como Shinobi para recorrer el camino de buda y el espiritualismo. Su cabello era nulo dejando expuesto su cráneo todo el tiempo; al contrario de su barba, la cuál era larga junto a su bigote. El atuendo de cualquier monje más, inmaculado y perfectamente alineado, su solo presencia radiaba paz y tranquilidad. Sazaki por fin apareció para tomar asiento frente a Daisū quien lo recibiría con una sonrisa y una pequeña reverencia en señal de respeto, algo a lo que no estaba acostumbrado el espadachín pues nunca tuvo esa clase de enseñanzas en el dōjo. El anciano de quedó en silencio, sin abrir los ojos o hacer gesto alguno.
— Lo siento, se me hizo un poco tarde. — Mencionó el espadachín pero no obtuvo respuesta alguna, como si nunca hubiese Sido escuchado en lo absoluto.
Quiso repetir sus palabras pero en el fondo sabía que fue escuchado con la claridad la primera vez. Por lo que solo suspiro fuertemente para recostarse un poco sobre la silla para estar las cómodo en su estancia, era claro que hiciese lo que hiciese, el monje no tomaría su palabra hasta que el mismo lo decidiese. Pasaron unos veinte minutos sin interacción alguna, la paciencia de Sazaki comenzaba a rozar su límite y Daisū lo sabía de primera mano, después de todo era muy fácil de entender una mente desequilibrada.
— El tiempo suele ser confuso, los caminos suelen cruzarse junto a los obstáculos; pero así mismo, debemos continuar adelante para no permanecer estáticos.
Las primeras palabras del viejo monje fueron difusas, por lo menos para tener que repasar la frase en su mente una vez más intentando descifrar el acertijo, pero fallando estrepitosamente una y otra vez en el intentó. En efecto, Daisū dejo salir una sonrisa bastante efímera en sus labios, no sabía qué, pero había algo en el muchacho de cabellera azulada que llamaba la atención del monje, algo más que sus tatuajes o llamativa apariencia. ¿Qué fue lo que vio en aquel joven? Lo conocería en un futuro el propio Sazaki pero por el momento no hay más opción que mantener la incógnita abierta.
El viejo monje sonrió solo para ser irrumpidos por una pequeña niña de aproximados seis años de edad, la cuál llegó corriendo y gritando, manteniendo el escandalosos habitual que todos pensamos cuando pensamos en un infante de esa edad. — ¡Daisū – San! ¡Daisū – San! — Gritaba sin pausa alguna, la emoción del momento doblegó a la pequeña Pam, quien en un descuido se tropezaría con sus propias piernas. Antes de que se golpease irremediablemente contra el suelo, Daisū, el viejo monje, con un solo movimiento detuvo la caída de la niña, su peso era minúsculo por lo que no costaba trabajo.
Pam, la pequeña niña solo se incorporó como pudo con ayuda del anciano para quedarse viendo a Sazaki y solo hacer un puchero aún con los ojos llorosos por el susto recién vivido. Aunque quiso seguir la idea que tenía y por la cuál casi se golpea todo fue un fracaso pues fue incapaz de recordarlo; a cambio, solo miraba al joven peliazul de arriba abajo para por fin romper el hielo. — ¿Y ese quien es? Daisū – San. — pregunto la pequeña.
To be continued….
Uno de los tantos ninjas en el mundo se encontraba recostado en un campo abierto, sobre un pastizal hermoso, el no era conocido, temido, ni mucho menos respetado. Hasta ahora era llamado Sazaki Ryō, un joven mestizo del clan Tajuken pues el llamarlo promesa sería demasiado. Vivió durante la gran transición para ver cómo el imperio Boshoku se hacía con el poder totalitario, tal vez demasiado joven en ese entonces para hacer algo al respecto. Todo lo que quedaba de su pasado eran un par de Shirasayas (armas especiales del clan) a las cuales se arraigaba con fuerza y portaba en todo momento, era algo más que simples armas para Sazaki, representaba una segunda oportunidad en su vida, la cuál tomaría sin importar las consecuencias.
Catalogado por sus conocidos como un vago, ebrio, muchos no pensaban que tuviese un camino que seguir más allá de desmayarse en cantinas; era cierto, los problemas y cicatrices de su pasado lo condujeron a una de las vidas más difíciles de sobrellevar, la culpa y el desconocimiento de la realidad es algo que dobla inclusive al guerrero más fuerte y preparado, y en este caso solo se trataba de un niño que vio de primera mano la guerra, el sufrimiento, y la partida de todas las personas que alguna vez velaron por su seguridad y comodidad. La vista de Ryō estaba perdida en un cielo despejado sin nube alguna, no existía pensamiento o reflexión para acompañarlo, solo tenía el presente y los recuerdos de los que alguna vez vio como hermanos, padres, o familia.
Un espadachín no puede lamentar la muerte de ningún guerrero pues sería una falta de respeto a su forma de vida; sin embargo, en ocasiones llegaban algunos pensamientos inseguros y dolorosos. El que pasará después de la muerte es algo que aún al día de hoy es desconocido y por eso mismo, un guerrero deberá vivir cada día como si fuese el último. ¿Pero que pasa cuando los sueños y caminos son destruidos? ¿Cuándo no se tiene algo por lo que luchar? Está era la situación de Sazaki, la historia de un ebrio que hizo lo que pudo para salir de aquella precaria vida e intentar hacer un cambio en el mundo.
El cielo se comenzó a teñir de colores rojizos, lo que indicó la hora de partir al punto de encuentro. El momento del cambio por fin había llegado; tal vez demasiado rápido, el lugar esperado se encontraba en el centro comercial de Kumogakure, dónde los ninjas pro imperio y clase alta solían reunirse. Ryō no terminaba de encajar en aquellos sitios, pero ahora había una posibilidad de regresar al camino perdido.
Las calles de la aldea eran bastante concurridas, frondosas, y buen parecidas. El territorio de la nube era tal vez el más rico por el momento, y así lo dejaban ver aquellas tierras. La entrada de una casa de té estaba en medio de dos estatuillas de oro de Raijin, lo que indicaba el sitio en cuestión. ~ Demasiado llamativo… ~ Repasó en su mente antes de entrar al establecimiento, adornado en su interior por joyas deslumbrantes y un aura que por su puesto, solo sería para la clase alta de la nación. En el centro del lugar se encontraba Daisū, un hombre de aproximados 75 años, quién esperaba al joven totalmente inmóvil y con los ojos cerrado, la hora acordada ya había sido sobrepasada hace más de veinte minutos, lo que significaba irresponsabilidad a ojos del hombre.
Después de todo se trataba de un viejo monje, en su pasado fue temido y reconocido con el imperio del rayo pero esas épocas habían quedado ya en el paso hace tanto tiempo que si los recuerdos fuesen tangibles seguramente estarían llenos de polvo y suciedad. La edad y el cambio hizo que viese lo realmente importante de la vida y desistió como Shinobi para recorrer el camino de buda y el espiritualismo. Su cabello era nulo dejando expuesto su cráneo todo el tiempo; al contrario de su barba, la cuál era larga junto a su bigote. El atuendo de cualquier monje más, inmaculado y perfectamente alineado, su solo presencia radiaba paz y tranquilidad. Sazaki por fin apareció para tomar asiento frente a Daisū quien lo recibiría con una sonrisa y una pequeña reverencia en señal de respeto, algo a lo que no estaba acostumbrado el espadachín pues nunca tuvo esa clase de enseñanzas en el dōjo. El anciano de quedó en silencio, sin abrir los ojos o hacer gesto alguno.
— Lo siento, se me hizo un poco tarde. — Mencionó el espadachín pero no obtuvo respuesta alguna, como si nunca hubiese Sido escuchado en lo absoluto.
Quiso repetir sus palabras pero en el fondo sabía que fue escuchado con la claridad la primera vez. Por lo que solo suspiro fuertemente para recostarse un poco sobre la silla para estar las cómodo en su estancia, era claro que hiciese lo que hiciese, el monje no tomaría su palabra hasta que el mismo lo decidiese. Pasaron unos veinte minutos sin interacción alguna, la paciencia de Sazaki comenzaba a rozar su límite y Daisū lo sabía de primera mano, después de todo era muy fácil de entender una mente desequilibrada.
— El tiempo suele ser confuso, los caminos suelen cruzarse junto a los obstáculos; pero así mismo, debemos continuar adelante para no permanecer estáticos.
Las primeras palabras del viejo monje fueron difusas, por lo menos para tener que repasar la frase en su mente una vez más intentando descifrar el acertijo, pero fallando estrepitosamente una y otra vez en el intentó. En efecto, Daisū dejo salir una sonrisa bastante efímera en sus labios, no sabía qué, pero había algo en el muchacho de cabellera azulada que llamaba la atención del monje, algo más que sus tatuajes o llamativa apariencia. ¿Qué fue lo que vio en aquel joven? Lo conocería en un futuro el propio Sazaki pero por el momento no hay más opción que mantener la incógnita abierta.
El viejo monje sonrió solo para ser irrumpidos por una pequeña niña de aproximados seis años de edad, la cuál llegó corriendo y gritando, manteniendo el escandalosos habitual que todos pensamos cuando pensamos en un infante de esa edad. — ¡Daisū – San! ¡Daisū – San! — Gritaba sin pausa alguna, la emoción del momento doblegó a la pequeña Pam, quien en un descuido se tropezaría con sus propias piernas. Antes de que se golpease irremediablemente contra el suelo, Daisū, el viejo monje, con un solo movimiento detuvo la caída de la niña, su peso era minúsculo por lo que no costaba trabajo.
Pam, la pequeña niña solo se incorporó como pudo con ayuda del anciano para quedarse viendo a Sazaki y solo hacer un puchero aún con los ojos llorosos por el susto recién vivido. Aunque quiso seguir la idea que tenía y por la cuál casi se golpea todo fue un fracaso pues fue incapaz de recordarlo; a cambio, solo miraba al joven peliazul de arriba abajo para por fin romper el hielo. — ¿Y ese quien es? Daisū – San. — pregunto la pequeña.
To be continued….