Última modificación: 20-05-2023, 06:48 AM por Hozuki Jinta.
En las brumosas calles de Kirigakure, me preparaba para embarcarme en una misión como mensajero. Mi propósito era entregar cartas entre dos amantes que vivían en la aldea, pero cuyo amor debía permanecer en secreto. No me agradaba la idea de ir de un lado para otro cargando con papeles llenos de cursilerías escritas y empalagosas palabras, pero como shinobi no podía rehusarme y todas las misiones de rango C pagaban igual. No me quejaría demasiado pues esta vez, al menos, mi vida no correría peligro.
Con varias de las cartas del novio selladas y listas para entregar, me adentré en las sombrías calles de Kirigakure. Mi primer destino era un pequeño café en una calle lateral. Entré con confianza y busqué a mi contacto: una joven con un pañuelo rojo sobre sus cabellos morenos. Nuestros ojos se encontraron, y en ese instante, pude ver el anhelo y el nerviosismo en su ser.
La entrega fue rápida y sin problemas, pero dado que la chica parecía estar tan alerta, no pude evitar preguntarme qué era lo que mantenía a estos amantes en secreto. Decidí no conformarme con ser un simple mensajero y me propuse investigar más a fondo todo el asunto. Tras un par de preguntas el amante confesó estar siendo amenazado por un grupo de criminales de baja monta, el líder de quienes estaba lleno de lujuria por la chica a la que yo había entregado las cartas.
Movido por mi espíritu rebelde y esa bravuconería latente que en mí existía, decidí intervenir. Seguí al amante en una de sus salidas nocturnas, manteniéndome oculto entre las sombras y observé cómo se encontraba con los criminales en un callejón oscuro. Escuché fragmentos de una conversación violenta.
Decidido a tornar una misión de lo más aburrida en algo un poco más interesante, salté al callejón, revelando mi presencia con una sonrisa de oreja a oreja en mi rostro. Mis afilados dientes brillaron a la luz de la luna. Los criminales, sorprendidos, intentaron reaccionar, pero el combate no duró demasiado. Los matones pronto emprendieron la retirada.
El amante quedó atónito por mi intervención y juntos, trazamos un plan para escapar de la opresión y asegurarnos de que su amor permaneciera a salvo.
A lo largo de varios días, nos movimos en secreto, evitando la atención no deseada y desafiando cualquier obstáculo en nuestro camino. En un frenesí, luché contra los matones que continuaban acechando a la pareja, más por la diversión de dañar a aquellos que se sentían intocables que por una devoción a proteger aquel romance prohibido.
Finalmente, encontramos una cabaña en un pequeño pueblo alejado de Kirigakure. Entregué la última carta entre los amantes, sellando su destino y prometiendo mantener su amor en secreto en un lugar donde podrían vivir libremente.
Regresé a Kirigakure y entregué el informe de la misión. Cuando me preguntaron por qué no delaté a los criminales apenas supe de su existencia, tuve que inventarme alguna excusa. No podía decirles que el juego del gato y el ratón era el único placer que pude obtener de aquella misión.
Les dije que había decidido investigar por mi cuenta para obtener pruebas sólidas contra los criminales antes de actuar. Aunque no estaban completamente satisfechos con mi respuesta, aceptaron mi explicación y me felicitaron por haber resuelto el conflicto y protegido a los amantes.
Sin embargo, en lo más profundo de mi ser, sabía que había actuado impulsado por algo más que la simple misión. Había encontrado una chispa de violencia en mí que no había sentido antes. La emoción de desafiar a los matones sabiendo que no tenían oportunidad de vencerme me había llenado de emoción. Pero por sobre todas las cosas sentí vergüenza al conocer que me había empachado en la sensación del castigar al más débil y, sin embargo, detestaba incursionar en operativos dónde mi vida corría peligro. Era, al menos en la superficie, un cobarde.
