Capítulo I - La Leona y su cachorro
Varios años en el pasado, antes del descenso de "Dios" a la tierra, varias familias vivían con relativa tranquilidad en la ciudad ahora en ruinas del País del Viento. Calles animadas, guardias vigilando el cumplimiento de la ley... El sol y la arena eran el mayor problema a tener en cuenta para los ciudadanos de este país, que poco imaginaban el drástico cambio que darían sus vidas en el futuro, cuando aquel lugar sencillamente dejara de existir.
Entre los miles de viviendas de la capital del viento, en una de ellas, una sin nada demasiado en particular, un joven sin importancia se había escabullido a través del pasillo de su hogar para adentrarse en una habitación en la que normalmente tenía prohibida la entrada. Podría parecer que, en parte por la norma impuesta por su madre, el muchacho había tomado el mal hábito de intentar pasar más tiempo dentro del salón prohibido que en ningún otro lugar de su hogar; sin embargo, había algo más que rebeldía impulsando sus infiltraciones constantes; y es que, tras su primera intrusión, el joven había quedado completamente fascinado.
El cerrojo no le supuso ningún problema. Los primeros días ni si quiera había logrado pasar de la puerta, debido al extraño sistema que la cerraba, pero tras observar desde lejos a su madre, había conseguido discernir como ella parecía tirar de una especie de hilo; es así como, pese a no saber de dónde sacaba la ninja exactamente aquellos hilos, el chico, con algunos hilos sacados de los bajos de un pantalón antiguo, había logrado abrir el cerrojo, metiendo el hilo por el agujero central del pomo y jugueteando en su interior hasta lograr realizar un sencillo recorrido, el cual abría el portón cuando se tiraba ligeramente del hilo. Y lo que antes le suponían varios minutos de esfuerzo, ahora lograba resolverlo en solo unos segundos.
Una vez superada la puerta, solo tenía que deslizarse al interior de la habitación en silencio y cerrar la puerta a sus espaldas con todo el cuidado del mundo. Y así, finalmente, se encontraba dentro de la "habitación prohibida".
El chico se frotó los ojos ligeramente, intentando forzarlos a acostumbrarse al pronunciado cambio de iluminación que existía entre el resto de la casa y aquella habitación, que se encontraba casi siempre en constante penumbra. Una vez sus pupilas ya eran lo suficientemente grandes como para permitirle ver sin encender ninguna luz, una marcada sonrisa iluminaría su rostro mientras observaba lo que tenía ante él.
La habitación era en realidad algo tétrica para cualquiera que no supiera lo que estaba viendo (y por qué negarlo, también para muchos que si lo supieran), pues decenas de brazos, manos, piernas y cabezas se encontraban colgando en las paredes o abiertas encima de una gran mesa de trabajo, equipada con sierras, taladros... Por supuesto se trataban de partes de madera, porcelana y metal que, aunque artística y anatómicamente correctas, nunca habían estado vivas... Pero la sorpresa producida por la primera impresión de aquella habitación en penumbra, había producido un grito ahogado en el chico varios meses atrás; y sin embargo ahora no había más que fascinarse ante aquella visión.
Samuru se sentó en una banqueta que había pegada a la mesa de trabajo y aproximo uno de los modelos anatómicos hacia él, con el mismo cuidado y sutileza de quien manipula una esfera de cristal agrietada. La curiosidad le podía más que el miedo, pero mientras jugueteaba con aquel brazo de madera y metal, un cosquilleo le se deslizó a través de la pálida cicatriz que recorría su mano derecha, demasiado reciente como para haberse curado del todo; aquella había sido su primera lección sobre la verdadera naturaleza de aquellos trabajos de artesanía, una lección violenta y sangrienta, impartida por un implacable profesor en forma de un mecanismo oculto que, mientras el joven jugueteaba con un brazo, se accionaría para (Gracias a la suerte del muchacho) únicamente rajarle parte de la mano. Evidentemente, aquel incidente supuso que sus padres se enteraran de sus escapadas a la habitación secreta.
- ¿Otra vez aquí? - Aquellas palabras fueron pronunciadas en un susurro, tan suave como tenebroso, a espaldas del joven, que se giró con el corazón en un puño para encontrarse a su madre justo detrás de él - Creía que ya habíamos hablado de esto... ¿Es que quieres volver a hacerte daño?
Sam tenía el corazón en un puño, principalmente por el sobresalto que le había producido escuchar una voz justo a su espalda en una habitación en la que en principio no había nadie más aparte de el. Pese a haber crecido bajo la tutela de su madre, nunca se había acostumbrado a la facilidad que presentaba para aparecer de la nada y en completo silencio... Algo que esta solía hacer cuando su hijo estaba haciendo lo que no debía, como un claro castigo a su rebeldía que, en opinión del niño, no podía ser sano para su corazón.
- Lo siento - acompañando a sus palabras movió con lentitud las manos, para volver a dejar el brazo de la marioneta sobre la mesa - Solo quería ver si había alguna pieza nueva, y como no me dej...
- ¿Decidiste que lo mejor era colarte como una comadreja del desierto en mi taller? - La dureza de las palabras maternas cortaron la explicación del chico, que solamente pudo mirar al suelo con vergüenza, consciente, de su falta de respeto.
- Lo siento... - Volvió a repetir una vez más, esta vez con un tono aún más arrepentido.
La mujer emitió un suspiro pesado, justo antes de colocar su diestra sobre la cabeza del pequeño, que acarició con una ternura que en ella solo podía ser vista mientras trataba con su hijo. No era la primera vez que lo atrapaba en el taller, de ahí su prominente enfado, pero incluso ella sabía que pese a la sentida disculpa del pequeño, tampoco iba a ser la última si no cambiaban las cosas; y estaba claro que el cerrojo no era una solución válida. Así que quizás era hora de abordar las cosas de otra manera.
- Siéntate recto Skuld Samuru - Su tono había cambiado completamente, a uno mucho más sereno, aunque aún conservaba la dureza de la anterior regañina.
El chico alzó la cabeza, sin terminar de comprender la nueva orden ¿En qué parte del esperado castigo encajaba que se sentara apropiadamente? No terminaba de entenderlo, pero en realidad tampoco importaba, dado que lo último que tenía que hacer tras su incapacidad para seguir órdenes era no hacer caso; así que en un momento ya se había sentado con la espalda completamente recta, esperando la siguiente orden de su madre. La siguiente acción de la kunoichi fue girar la banqueta hasta encarar al chico con la mesa, antes de rodearlo con sus brazos hasta que sus manos estuvieron a una altura completamente visible ante el chico.
- Presta atención y no hagas preguntas. Necesito demasiada concentración como para resolver tus dudas, así que guárdatelas para cuando haya terminado.
Pese al tono cortante de su madre, el chico no podía estar más entusiasmado ante la escena que se acababa de desarrollar ante sus ojos. Por alguna razón que su mente infantil no terminaba de entender, su madre había cambiado de opinión con respecto al completo aislamiento de la habitación y ahora había empezado a trabajar con el brazo de la marioneta directamente ante sus ojos, manipulando las piezas, lijando la madera y engrasando las tuercas con una habilidad que para Samuru resultaba tan fascinante que, llevado por las inestables emociones de un infante demasiado mimado, no pudo evitar que de sus ojos salieran un par de lágrimas de emoción. Hara, viendo las lágrimas del pequeño, pararía de trabajar al tiempo que suspiraba con dulzura, tomando un trapo limpio de la mesa para secar el rostro de su hijo, el cual irónicamente se sintió molesto consigo mismo por haber hecho que su madre parara de trabajar nada más empezar. La frustración del niño en el rostro haría sonreír a la marionetista, que dejando el trapo a un lado volvería manos a la obra, pasando la siguiente hora completamente sumergida en su proyecto.
...
- Está lista - Esas serían las primeras palabras que Hara pronunciaría tras una hora de trabajo, rompiendo el hechizo en el que Samuru se había visto atrapado durante la anterior hora - ¿Quieres ver cómo funciona?
El chico asintió efusivamente ante la pregunta, manteniendo sus ojos sobre el mecanismo para no perderse detalle alguno... Pero lo que ocurriría después lo tomaría completamente por sorpresa.
Sin aviso alguno, el brazo empezó a flotar, bailando por el aire hasta el centro de la sala, a donde el chico lo seguiría con la mirada fija y la boca abierta, para ver cómo el mismo se juntaba con otras piezas de la habitación, hasta formar con aparente facilidad una marioneta de rasgos y dimensiones humanas, que parecía flotar sostenida por hilos invisibles.
- ¡¿Que...?! ¡¿C-cómo?! ¿mamá? ¿¡Mamá!? ¡Está vivo!
El chico, que hasta ese momento había mantenido por completo el silencio y la tranquilidad que su madre le había ordenado, había perdido completamente la compostura, y ahora balbuceaba una y otra vez las mismas palabras de incredulidad, sin entender absolutamente nada de lo que pasaba. Pero su madre no estaba molesta, esperaba algún tipo de reacción, y de hecho la obtenida le resultaba bastante graciosa de lo que había esperado en un primer momento.
- Este es el secreto de nuestra familia cariño... - Hara acompañó a sus palabras con un suave movimiento de su mano izquierda ante los ojos de su hijo, de manera que este pudiera verla; al mismo tiempo, y como guiada por una fuerza invisible que la conectaba con su mano, la marioneta empezó a girar sobre su eje - Estas marionetas son más que esculturas o juguetes... Como ya pudiste comprobar por las malas, son también nuestras armas, y unas bastante eficaces en las manos adecuadas, pero no podemos verlas sólo como armas.
Deteniendo la mano de golpe, la marioneta pararía de girar, y con unos suaves movimientos de sus dedos corazón e índice, caminaría con lentitud hasta colocarse al lado de ella y de Sam. Colocado su mano sobre la mejilla de su hijo, para hacerle comprender que todo estaba bien, Hara giraría con rapidez el meñique de su otra mano, haciendo que la marioneta levantara su propia mano con suavidad y la dejara sobre la otra mejilla del muchacho, quien estaba demasiado entusiasmado como para que esta acción le pareciera mínimamente inquietante.
- Pero también son parte de nosotros, de nuestra esencia y nuestro legado... Si quieres que te deje entrar en este taller, si quieres que te enseñe - Acompañando a sus palabras, la mano humana y la de madera acariciaban con amor maternal las mejillas del niño - Tienes que entender que debes tratarlas con el respeto que se merecen, pues muchos de los nuestros han acabado prematuramente su historia por no tener en consideración su alma.
Un nuevo movimiento de su mano izquierda alejaría a la marioneta de vuelta al centro de la sala, para después desmontarla con un rápido giro de muñeca, devolviendo cada pieza al lugar original del que habían sido tomadas. Crujiría suavemente los nudillos de la mano izquierda y caminaría hasta quedar frente a su hijo, mirándolo con casi tanta seriedad como cariño, dispuesta a hacerle la pregunta final, la que resultaría en enseñare el arte de su familia o, por otra parte, dejarle seguir una vida más tranquila y segura.
Un repentino abrazo por parte del pequeño la cortaría antes de poder hacer pregunta alguna - Quiero aprender - Aquellas palabras la llenarían de gran orgullo y tenue preocupación ante los posibles peligros de su elección.
- Entonces yo te enseñaré... – Rio con suavidad, acompañando su veredicto final con un abrazo en respuesta a la misma acción de su Samuru - Pero primero voy a tener que hablar con tu padre. Está empeñado en que cuando crezcas serás un miembro irremplazable del consejo.
La única respuesta del niño a las últimas palabras de su madre apareció en forma de una completa cara de incredulidad y desidia, como si acabara de tragarse un bicho, recalcando la completa falta de interés del muchacho en cuanto a seguir los pasos de su padre. Al ver su cara, Hara no pudo evitar que se la escapara una carcajada, divertida por la despiadada sinceridad del rostro de su hijo con respecto a las ideas de su padre.
- Si cariño, yo opino lo mismo... ¿Pero sabes? No te vendría mal aprender un poco de él, especialmente en lo referido a que tu preciosa cara no le diga a todo el mundo lo que estás pensando en cada momento.
Algo avergonzado, consciente de que su expresión había dicho mucho más de lo que él tenía intención, ocultando su rostro avergonzado en el pecho de su madre, manteniéndose unos segundos más abrazado a ella... Años más tarde, el ya crecido marionetista se arrepentiría de no haber pasado aún más tiempo en ese abrazo.
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