[Pascua - Monotema] Perros de pascua
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Quienes disfrutan del dolor y sufrimiento ajeno no necesitan colores ni banderas para identificarse. Los hay de todas las razas, nacionalidades, colores, edades e ideologías. Pero, sin duda, quienes más resaltan son aquellos que mantienen entre sus frías garras el poder. El poder para reinar y el poder para hacer sufrir al resto sin pararse a contemplar en consecuencias. Y Sevro lo sabía de primera mano. Lo sabía hoy, lo supo en el pasado y se aseguraría de saberlo tanto como distante sea el futuro.

Después de todo por eso estaba ahí, mordiendo el barro con la cabeza pisoteada por unas sandalias similares a las suyas propias. – Quédate ahí donde perteneces y no te levantes. – Decía el perpetrador de tal escenario. A su alrededor, otros reían y vitoreaban en un cantar que se perdía en el campo brumoso sobre el que estaban. – Acaba con él, Hideki. – Diría otra voz, cercana también, y con un apuro equivalente a no poder aguantar las carcajadas.

Sevro no se movía para nada. Sabía que poner resistencia iba a resultar en un caos del que probablemente no pudiese salir. Si se mantenía ahí, con la cabeza en el barro y las ganas de replicar tan sepultadas como su testa, todo iba a acabar eventualmente. O al menos siempre lo hacía. Algo, sin embargo, le decía que esta ocasión iba a resultar diferente.

Tanto Sevro como los otros presentes no superaban los 13 años de edad. Algunos incluso llegaban con esfuerzo a los 12. El chico que mantenía a Sevro en el piso con su pierna firmemente era el mayor, y por tanto el que fungía como líder en aquella jerarquía vacía que se había formado. Y todos estaban ahí con un solo motivo; entretener a algunos imperiales en lo que ellos llamaban “la pascua y los perros”.

Todos los años, para estas fechas, varios oficiales del imperio llevaban consigo a algunos jóvenes prospectos a la isla del oeste. En un campo delimitado por los mismos oficiales, los “perros de pelea” tendrían que enfrentarse a otros similares y encontrar un huevo dorado. Solo así tendrían permitido volver a casa, pero solo uno de ellos tendría un destino seguro y relativamente ileso; quien encontrase el huevo. El resto sufriría porvenires inciertos, pero los rumores no prometían un panorama alentador.

De cualquier forma Sevro era uno de esos perros de pelea. Y su pascua, al igual que la del resto, iba de buscar huevos y ganar premios. Pero con el ligero retorcer de acontecimientos que significaba una batalla -posiblemente- a muerte.

Aquel grupo de pequeños pandilleros parecía ignorar el hecho de que solo uno de ellos saldría bien parado de aquel evento mientras el autoproclamado líder seguía pateando a Sevro y enterrándole más en el barro. Al menos hasta que uno de ellos, que no formaba parte del grupo que rodeaba a Sevro, gritó desde la lejanía. – ¡Lo encontré! ¡Aquí está! – El chiquillo sostenía el brillante botín en la diestra, como si todo fuese a terminar bien.

Sevro alzó la mirada entre el barro aprovechando la distracción. Sus ojos brillaban con un intenso color celeste y de la nada, una intensa bruma surgió a su alrededor, cubriendo a todos los chicos en un instante. En un grito ahogado el líder del grupo caería al barro y pocos instantes más el que sostenía el huevo también, quejándose mientras soltaba el botín. Fugazmente, el pequeño Sevro habría recortado distancia y a medio camino había lanzado un kunai, cortando la muñeca del pobre diablo que había conseguido el huevo. El grupo parecía consternado, especialmente cuando el líder se reincorporó y lanzó al aire, aún entre la bruma. – ¡El hijo de puta escapó! ¡Que alguien lo detenga! – Todos empezarían a correr en círculos, al menos hasta que Sevro ejecutó un sello de manos y 3 explosiones violentas tuvieron lugar en medio de la bruma, hiriendo a todos los presentes.

El joven Heizu daría unos cuantos saltos más hasta llegar al límite de la zona donde el nefasto concurso tenía lugar, y mostrando el huevo dorado ganó su pase de salida. El oficial que le había llevado reía sin control en el rostro del resto de oficiales. Por lo que entendía Sevro, habría apuestas y retos entre los organizadores. Pero a él no le importaba. Había sobrevivido a otra pascua más, y pretendía seguir haciéndolo todos los años.


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