Esta historia se desarrolla en un pueblo desconocido para la mayoría, pero no para un viajero como Samuru. Aquel que recorre las distintas tierras de este enorme mundo hasta que sus pies no pueden más es capaz de llegar hasta el lugar más recóndito posible. La peculiaridad de este sitio es que tomaban muy en serio la festividad de la pascua. Podías ver decoraciones por todos lados. Casas, tiendas, árboles, incluso en las calles te encontrabas adornos. — Qué divertido se ve este sitio. — Sin embargo, la diversión rápidamente desaparecía. Un grito de una mujer alertó a todos, y sobre todo a Samuru. Esto porque a su lado también se oía a muchos niños. Eso le preocupó. Salió corriendo a gran velocidad y sobrepasó a todos los civiles que también iban en ayuda.
Al llegar, vio a niños corriendo despavoridos y a la fémina tirada en el suelo llorando. — ¡Se los lleva! ¡Los huevos para los niños! ¡Todas la bolsas! — No era solo un ladrón, sino tres. Cada uno llevaba una bolsa, por lo que nuestro protagonista rápidamente creó dos clones para que cada Samuru vaya con un malhechor. — Mierda, es rápido. — Pensaba el original mientras iba tras su objetivo. De pronto ocurrió la peculiaridad de que los tres se detuvieron. A la mente del sin aldea llegó la información de que sus réplicas fueron fácilmente derrotadas. No tuvieron oportunidad alguna de vencer. — Quizás me apresuré viniendo solo. — Afortunadamente con la desaparición de los clones su chakra regresó, por lo que pudo pelear con todas sus fuerzas contra el ladrón, quien, para su sorpresa, solo usaba taijutsu.
Pasaron varios segundos de intercambio de ataques, en donde los jutsus de elemento viento de Samuru no eran capaces de conectar con su enemigo. —No tengo más opción. — Realizó sellos de mano, ya listo para pelear con todo. Aunque de forma repentina aparecieron los niños de antes a ver qué es lo que sucedía, producto de su curiosidad. Al escucharlos, Samuru dudó. Si usaba sus técnicas más fuertes, el terreno sería alterado y ellos podían resultar heridos. Ante ese momento de duda, el ladrón aprovechó y huyó usando un Shunshin.
— Lo lamento, no pude recuperar los huevos de pascua. Esos tipos eran cosa seria. — De inmediato los niños se pusieron a llorar y la felicidad en los rostros de los adultos desapareció. Viendo el fanatismo como celebraban y esos tipos encima se habían encargado de arruinar todo. Samuru no quería a futuro un mundo en donde se moleste a personas que no están molestando a nadie con sus cosas. — No se preocupen. Iré tras ellos y recuperaré sus cosas. — Y se fue.
Bien, Samuru puede tener la mejor intención del mundo, pero quizás se apresuró al decir sus palabras. Independiente de la fuerza y experiencia que hayan adquirido, no se veía capaz de vencer a los tres juntos. Sin embargo, no podía retractarse. Estaba la opción de marcharse y fingir que nada pasó, pero tampoco quería quedar como un cobarde. Sin duda estaba contra las cuerdas.
En cuestión de poco tiempo llevó a una enorme cueva. Las pisadas en las ramas que siguió lo llevaron hasta ese sitio. El lugar por dentro era inmenso. Caía luz desde un agujero en el cielo, lo suficientemente grande como para alumbrar el centro. Pronto atardecería y anochecería, así que esperaba poder salir de este problema pronto. Lamentablemente, descubrió que no sería así. Un ruido desde su espalda le hizo voltear y vio como una roca cubría la entrada. Quedó atrapado. — Una trampa. — Y eso no fue todo. Desde la oscuridad de la cueva se escucharon rugidos y aparecieron dos dragones de colores, sí de colores, probablemente representando a la pascua.
Atacaron de manera bestial a Samuru, quien únicamente podía defenderse, ya que no le daban ningún respiro. No tenía tiempo que perder. Los ladrones podrían volver al pueblo y hacer más daño. Samuru realizó sellos de manos para concentrar su chakra Kujaku e invocar seguido a su mítico dragón, uno más grande que los rivales. — Bien, vamos a jugar. — Obviamente, su victoria fue obvia.
Transportándonos al futuro, Samuru corría de regreso muy preocupado. Sudor caía por su frente y la expresión tranquila que lo caracterizaba había desaparecido, dándole protagonismo a una expresión de enojo. Estaban jugando con él. Lo malo es que, por haber usado a su dragón, perdió mucho chakra, pero no importaba. Debía solucionar todo esto. Él jamás falla a su palabra.
No, no fue necesario.
Al llegar ya al pueblo, sus ojos vieron algo realmente sorprendente. — Akebahai. — Un pelirrojo con un par de espadas del mismo color, atravesó a un ladrón. — ¡Shoton, Hasho Koryu! — Ahora fue un tipo de cabello celeste el que invocó un dragón de cristal que le dio la victoria. Y por último... — Daburu Kuropansa. — Un muchacho de cabello gris invocó dos panteras de rayo negro, las cuales obtuvieron una victoria. — ¡Son ellos! ¡Los tres grandes! ¡Los de la leyenda! — Mencionó emocionado un niño al lado de Samuru. Sin duda, lo que presenció fue increíble. Ellos salvaron la pascua.
El de vestimentas rojizas dejó las tres bolsas con huevos de chocolate en el piso, a la vista de todos. — Esto es suyo. Por favor, disfruten. — Aunque él demostró tranquilidad, había uno de ellos molesto. — ¿Por qué se adelantaron? Casi no los alcanzo. — Pero no tardó en recibir respuesta. — Te quedaste mirando las tetas de la pelirroja. Nunca cambiarás. — Todos a su alrededor rieron.
— Jum. Supongo que hice bien en dejarles el trabajo. — Mintió, aunque de forma notorio. Usó un tono irónico mientras reía.
— Solo quisimos humildemente ayudar.
Al llegar, vio a niños corriendo despavoridos y a la fémina tirada en el suelo llorando. — ¡Se los lleva! ¡Los huevos para los niños! ¡Todas la bolsas! — No era solo un ladrón, sino tres. Cada uno llevaba una bolsa, por lo que nuestro protagonista rápidamente creó dos clones para que cada Samuru vaya con un malhechor. — Mierda, es rápido. — Pensaba el original mientras iba tras su objetivo. De pronto ocurrió la peculiaridad de que los tres se detuvieron. A la mente del sin aldea llegó la información de que sus réplicas fueron fácilmente derrotadas. No tuvieron oportunidad alguna de vencer. — Quizás me apresuré viniendo solo. — Afortunadamente con la desaparición de los clones su chakra regresó, por lo que pudo pelear con todas sus fuerzas contra el ladrón, quien, para su sorpresa, solo usaba taijutsu.
Pasaron varios segundos de intercambio de ataques, en donde los jutsus de elemento viento de Samuru no eran capaces de conectar con su enemigo. —No tengo más opción. — Realizó sellos de mano, ya listo para pelear con todo. Aunque de forma repentina aparecieron los niños de antes a ver qué es lo que sucedía, producto de su curiosidad. Al escucharlos, Samuru dudó. Si usaba sus técnicas más fuertes, el terreno sería alterado y ellos podían resultar heridos. Ante ese momento de duda, el ladrón aprovechó y huyó usando un Shunshin.
— Lo lamento, no pude recuperar los huevos de pascua. Esos tipos eran cosa seria. — De inmediato los niños se pusieron a llorar y la felicidad en los rostros de los adultos desapareció. Viendo el fanatismo como celebraban y esos tipos encima se habían encargado de arruinar todo. Samuru no quería a futuro un mundo en donde se moleste a personas que no están molestando a nadie con sus cosas. — No se preocupen. Iré tras ellos y recuperaré sus cosas. — Y se fue.
Bien, Samuru puede tener la mejor intención del mundo, pero quizás se apresuró al decir sus palabras. Independiente de la fuerza y experiencia que hayan adquirido, no se veía capaz de vencer a los tres juntos. Sin embargo, no podía retractarse. Estaba la opción de marcharse y fingir que nada pasó, pero tampoco quería quedar como un cobarde. Sin duda estaba contra las cuerdas.
En cuestión de poco tiempo llevó a una enorme cueva. Las pisadas en las ramas que siguió lo llevaron hasta ese sitio. El lugar por dentro era inmenso. Caía luz desde un agujero en el cielo, lo suficientemente grande como para alumbrar el centro. Pronto atardecería y anochecería, así que esperaba poder salir de este problema pronto. Lamentablemente, descubrió que no sería así. Un ruido desde su espalda le hizo voltear y vio como una roca cubría la entrada. Quedó atrapado. — Una trampa. — Y eso no fue todo. Desde la oscuridad de la cueva se escucharon rugidos y aparecieron dos dragones de colores, sí de colores, probablemente representando a la pascua.
Atacaron de manera bestial a Samuru, quien únicamente podía defenderse, ya que no le daban ningún respiro. No tenía tiempo que perder. Los ladrones podrían volver al pueblo y hacer más daño. Samuru realizó sellos de manos para concentrar su chakra Kujaku e invocar seguido a su mítico dragón, uno más grande que los rivales. — Bien, vamos a jugar. — Obviamente, su victoria fue obvia.
Transportándonos al futuro, Samuru corría de regreso muy preocupado. Sudor caía por su frente y la expresión tranquila que lo caracterizaba había desaparecido, dándole protagonismo a una expresión de enojo. Estaban jugando con él. Lo malo es que, por haber usado a su dragón, perdió mucho chakra, pero no importaba. Debía solucionar todo esto. Él jamás falla a su palabra.
No, no fue necesario.
Al llegar ya al pueblo, sus ojos vieron algo realmente sorprendente. — Akebahai. — Un pelirrojo con un par de espadas del mismo color, atravesó a un ladrón. — ¡Shoton, Hasho Koryu! — Ahora fue un tipo de cabello celeste el que invocó un dragón de cristal que le dio la victoria. Y por último... — Daburu Kuropansa. — Un muchacho de cabello gris invocó dos panteras de rayo negro, las cuales obtuvieron una victoria. — ¡Son ellos! ¡Los tres grandes! ¡Los de la leyenda! — Mencionó emocionado un niño al lado de Samuru. Sin duda, lo que presenció fue increíble. Ellos salvaron la pascua.
El de vestimentas rojizas dejó las tres bolsas con huevos de chocolate en el piso, a la vista de todos. — Esto es suyo. Por favor, disfruten. — Aunque él demostró tranquilidad, había uno de ellos molesto. — ¿Por qué se adelantaron? Casi no los alcanzo. — Pero no tardó en recibir respuesta. — Te quedaste mirando las tetas de la pelirroja. Nunca cambiarás. — Todos a su alrededor rieron.
— Jum. Supongo que hice bien en dejarles el trabajo. — Mintió, aunque de forma notorio. Usó un tono irónico mientras reía.
— Solo quisimos humildemente ayudar.
Fin.