El anciano en silla de ruedas, con un temblor de ansiedad en sus manos, sujetaba las de
Teh, quien yacía desplomada en el suelo. Sintió que su corazón se le rompía. Su rostro mostraba un rastro de pánico mientras observaba a la joven inconsciente. A su lado,
Sayuri se inclinó con preocupación, su voz teñida de urgencia mientras decía: "
Muy útil su ayuda, señor... pero no debo perder tiempo." Con un gesto de agradecimiento, tomó la mano del anciano antes de desvanecerse en un susurro etéreo hacia el muelle, su destino sellado como un poema inacabado. ¿Dejaría aquel caos en manos de la incertidumbre? El anciano, perdido en un mar de confusión, no supo cómo responder, pues las palabras de la chica parecían tan discordantes como un acorde desafinado. Sin embargo, en un instante mágico, un sello floreció en sus manos, dando vida a una réplica exacta. Así, la original se desvaneció, dejando tras de sí solo el eco de su partida.
El clon, atento a la situación, se agachó para evaluar a
Teh.
"Estaré aquí unos minutos," murmuró mientras se acercaba a su rostro. Con manos cuidadosas, le dio leves cachetadas y examinó su cuello en busca de pulsaciones. Al sentir el latido de vida, suspiró aliviada. El anciano, aliviado al escuchar el murmullo de
Teh, quien murmuraba "
No moriré... hoy no," encontró calma en su recuperación. Observó al clon que, mientras ayudaba a
Teh a sentarse, anunciaba: "
Apenas vea que esta chica esté bien, me esfumaré, señor. Pero necesito la descripción de Jako, así mi original sabrá qué buscar una vez llegue al muelle." El anciano comenzó a describir a Jako, mencionando su distintivo tatuaje de un ancla en la cara, pero sus palabras quedaron suspendidas en el aire, a punto de revelar más cuando... La nube negra…
Mientras tanto, en el centro comercial, entre los cultistas, la confusión creció como un incendio descontrolado mientras uno de ellos, con una expresión decidida que cortaba el aire como un cuchillo afilado, tomó unos papeles adornados con flores y se acercó a
Shermie. Mordió su propio dedo, la sangre brotó como un río rojo y espeso, y con un gesto ritual, comenzó a trazar una marca en la frente de Shermie. Sin embargo, antes de que pudiera completar el ritual, algo perturbador ocurrió:
Una sombra negra, implacable y devoradora, se desplegó sobre todo Kirigakure, oscureciendo el cielo y opacando el rojo destellante de la muralla que se acercaba. Para todos en Kirigakure, el color parecía haberse desvanecido, transformando el mundo en una visión en blanco y negro, como un viejo filme olvidado. De pronto, la hoja blanca al lado del cuerpo del anciano asesinado, brilló. El único color en un breve destello. Aunque los cultistas en el centro comercial no podían ver el fenómeno directamente, un rayo
rojo apareció en el este, ascendiendo hacia el cielo como un dedo de fuego que se apagaba lentamente hasta desaparecer. El color regresó gradualmente y la sombra se disipó, como una niebla que se levanta con el amanecer.
Los cultistas, atónitos por lo que acababan de presenciar, intercambiaron miradas de incertidumbre como si se hubieran despertado de un sueño inquietante. De repente, un inmenso dolor de cabeza, tan punzante como una tormenta de truenos, los hizo caer de rodillas. La voz ominosa que habían escuchado antes resonó nuevamente en sus mentes, intensificando el caos que ya los envolvía, como un eco maligno que retumbaba en el abismo de sus almas.
Minutos atrás, calles al sur…
En el crepúsculo de Kirigakure, el caos se desató como un torrente imparable cuando
Saito, en un último esfuerzo por redimir a su aldea, conjuró un enorme Yokai, un titán de pesadilla destinado a cambiar el curso de una masacre inminente. Sus gigantescos brazos trataban de atrapar las almas desesperadas que se precipitaban hacia el abismo marino, pero las garras del Yokai se encontraban con la resistencia feroz de la necedad humana, tan escurridiza como el aire. Frustrado,
Saito escuchó la voz traicionera que se deslizó en su mente, una promesa de muerte y destrucción, un eco que le recordaba su fracaso. Con rabia y desesperación, el Yokai se convirtió en un instrumento de carnicería, aplastando y devorando con furia, mientras
Saito, cargado de odio y culpa, concentraba su chakra en una ola devastadora. El viento, como un susurro asesino, arrasó con todo a su paso, dejando un rastro de sangre y desesperación. Las personas, temblando de pánico, se dieron cuenta demasiado tarde de la magnitud de la tragedia inminente; aquellas que intentaron huir no pudieron escapar. En su despertar caótico,
Saito vio cómo 87 almas se extinguían a su mano, un hombre roto por su propia creación y condena.
Sin que
Saito lo supiera, su mano había llevado a cabo un destino que los cultistas solo podían haber soñado. Cada vida que había segado con su furia desesperada estaba marcada por una tristeza abrumadora, un pesar que parecía haberse imbuido en la carne misma de sus víctimas. Cada uno de esos 87 cuerpos caídos llevaba consigo un papel blanco adornado con un símbolo rojo, un emblema cargado de un significado oscuro que
Saito jamás pudo comprender. Increíblemente, él era el único capaz de cumplir con la siniestra cuota que los cultistas habían buscado en vano; un capricho del destino que había transformado su furia en un instrumento de cumplimiento ritual. Lo curioso era que, si alguien como
Issei o
Sayuri hubiera intentado lo mismo, el resultado habría sido otro, pero fue
Saito, y su acción desencadenó la pesadilla esperada. Una ola de frío cortante envolvió la aldea, y una nube negra, densa como el luto, se extendió por cada rincón de Kirigakure. La visión de los que estaban afuera, se convirtió en un espectro en blanco y negro, donde el mundo había perdido todo su color. Los cuerpos sin vida de las víctimas de
Saito estaban envueltos en el silencio y la muerte, cada uno con el papel blanco adherido, como si desafiara las leyes de la física ¿No debieron haberse separado de los papeles? ¿Cómo seguían aferrados a sus cuerpos desmembrados? De pronto, el símbolo
rojo en las hojas brilló en la monotonía grisácea, un destello fugaz que rompió el hechizo monocromático antes de desvanecerse, dejando solo la sombra de una realidad distorsionada por el cumplimiento del oscuro rito.
Al este de la aldea, una luz titánica emergió del suelo, ascendiendo con una furia indescriptible hacia el cielo. Era una llamarada roja, intensa como la sangre fresca, que atravesó las nubes y desgarró el gris opaco del firmamento. El resplandor, como un faro de esperanza y destrucción, se alzaba imponente, desdibujando el caos en su estela abrasadora. Con cada segundo que pasaba, la luz comenzó a desvanecerse lentamente, como un fuego que se consume en la distancia. A medida que la luminosidad se deshacía, la nube negra que había ahogado a la aldea en su sombra ominosa comenzó a disiparse, dejando que el color regresara a Kirigakure. La aldea, nuevamente bañada en sus tonos naturales, parecía despertar de un sueño gris, renovada y liberada del velo oscuro que había ensombrecido su existencia.
De vuelta al centro comercial…
Los cultistas, aún atónitos por el caos reciente, murmuraban entre ellos. La voz les susurraba en sus cabezas. La confusión predominaba mientras uno preguntaba:
"¿Ya? ¿Todos? Pero, ¿Dónde estaban...?" - Dijo con miedo.
El silencio se instaló por un momento, interrumpido solo por un murmullo etéreo que solo ellos podían oír. Sin que
Shermie ni los secuestrados pudieran captar lo que se decía, uno de los cultistas, temblando, respondió a la voz invisible:
"¿Un desfile en plena luz del día? No lo sabíamos, si no nosotros hubiéramos..."
La voz, implacable y dolorosa, les respondió con una intensidad que provocó una oleada de sufrimiento. Ellos se miraban confundidos.
"¿Quién carajos es Saito?" susurró uno a otro mientras el solo hecho de escuchar la voz parecía torturarlos, haciéndoles sangrar por la nariz y las orejas, y una vena en la frente palpitaba peligrosamente. Finalmente, todos los cultistas, ahora con los rostros pálidos y asustados, volvieron sus miradas hacia
Shermie. Uno de ellos, con resignación, dijo: "
Entiendo. Es una lástima." En ese momento, la voz dejó de hablarles y el cultista que había estado pintando la seña en la frente de
Shermie trató de agarrarle el cuello con una firmeza inquietante.
En ese entonces, un aleteo bullicioso, una ventana rota que terminaba de destruirse. Los cultistas miraron en dirección del sonido. Le miraron. En un acto de desesperada resolución,
Riku descendió en picada hacia
Shermie, la paloma arcillosa tensando sus alas con la misma urgencia que su propósito. Cuando
Riku saltó a unos cuatro metros del suelo, la velocidad de su descenso se convirtió en una inminente colisión. Los cultistas, incluyendo el que quiso sujetar a
Shermie saltaron varios metros hacia atrás.
Riku, con su cuerpo como un muro de resistencia, se posicionó entre
Shermie y los cultistas. Los secuestrados, viendo la oportunidad, comenzaron a correr a como podían. Uno de los cultistas hizo a detenerlos, pero otro se lo impidió.
—
Quizás todos vamos a morir. Pero esos individuos se merecen morir de la forma que ellos consideren. Déjenlos ir —declaró
Riku mientras tomaba más arcilla.
Los cultistas comenzaron a separarse lentamente, sus miradas atentas se dirigían a los dos intrusos:
Shermie y
Riku. La ceremonia se había completado, la cuota de sacrificios se había cumplido, y el oscuro rito que esperaban se había llevado a cabo. La presencia de
Shermie, cuya apatía y desconexión mostraban claramente su falta de compromiso con la causa, y
Riku, un desconocido que había irrumpido sin motivo aparente, planteaba un dilema innecesario. ¿Por qué otorgarles la salvación cuando su participación había sido nula y su comprensión del ritual, inexistente? El sacrificio ya se había hecho, y la razón detrás de los sacrificios adicionales parecía irrelevante. Aunque la disrupción causada por
Riku había sido inesperada, los cultistas no creían que su intervención alterara el propósito final del rito. El sacrificio se había completado y, mientras decidían qué hacer con los dos sobrevivientes, el enfoque regresaba a la satisfacción de haber logrado su objetivo oscuro.
Cultistas x5
Cultistas: S+
Kirianos/Sution/Raiton/Taijutsu
Pasivas:
Experto en Suiton
Requiere Suiton como Primer Elemento
ID: PL016
SELLOS: NO
PASIVAS
Los jutsus Suiton reducen un nivel de sellos. En caso de terminar sin sellos, bastará un gesto de manos para ejecutar la técnica.
Si hay agua en grandes cantidades (lagos, ríos, mar, una técnica grande...) a diez metros de distancia como máximo, los jutsus Suiton cuestan 10 puntos menos. Los jutsus suiton que normalmente requieren una fuente de agua para ejecutarse ya no la necesitan.
Experto en Raiton
Requiere Raiton como Primer Elemento
ID: PL019
SELLOS: NO
PASIVAS
Los jutsus Raiton reducen un nivel de sellos. En caso de terminar sin sellos, bastará un gesto de manos para ejecutar la técnica.
Al impactar a un enemigo por cada 50 de puntos de daño con un Raiton, también le quita 15 puntos de chakra.
Doble Concentración
ID: PL002
SELLOS: NO
PASIVAS
El shinobi podrá concentrarse para ejecutar 2 ninjutsus melee que no requieran sellos simultáneamente sin perder la concentración, no obstante su tiempo de creación aumenta en 1 segundo.
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