La barrera roja del R.E.S.E.T. avanzaba implacable hacia Iwagakure no Sato, desintegrando todo a su paso con un resplandor carmesí y silencioso. Los edificios tallados en la roca, símbolos de una historia de resistencia y fortaleza, se convertían en polvo brillante, desvaneciéndose en el aire como si nunca hubiesen existido. Las cavernas y galerías subterráneas, que una vez ofrecieron refugio y esperanza, colapsaban en un suspiro final, llevándose con ellas las vidas y memorias de generaciones. Los trenes de hierro, orgullo de la innovación industrial, se desintegraban en una cascada de chispas, dejando tras de sí un vacío desolador. Las titánicas compuertas de la aldea, guardianas de su comercio y riqueza, se desmoronaban como castillos de arena, mientras el llanto de los que aún resistían se perdía en el estruendo sordo de la destrucción. En el nivel superior, medio e inferior, no había distinción; la barrera consumía por igual a nobles, trabajadores y renegados.
El cielo, que una vez fue testigo de los días de gloria y los atardeceres dorados de Iwagakure, ahora se teñía de un rojo sangriento, reflejando el dolor y la desesperanza de una ciudad que se desvanecía. Los monumentos arquitectónicos, obras maestras de los clanes más poderosos, se desplomaban como juguetes rotos, y las calles, que alguna vez estuvieron llenas de vida y comercio, se llenaban de polvo y silencio mortal. Las voces de los ancianos que contaban historias de tiempos pasados se apagaban, y las risas de los niños se transformaban en llantos ahogados mientras la barrera los envolvía sin piedad. Los artesanos, cuyo trabajo había convertido a la aldea en un faro de innovación, miraban impotentes cómo sus sueños se desmoronaban ante sus ojos, sus manos incapaces de detener lo inevitable.
Las últimas luces de esperanza se extinguían una a una, dejando a la ciudad sumida en una oscuridad abrumadora. La barrera no discriminaba, llevando consigo los sueños de una sociedad que había aspirado a grandeza y prosperidad. Los supervivientes, aquellos que habían logrado huir, llevaban consigo el dolor de los recuerdos perdidos, las promesas incumplidas y el eco de las vidas que ya no estaban. Iwagakure, una vez una potencia industrial y cultural, se desvanecía en una escena de desolación y tristeza infinita, llevándose consigo las últimas esperanzas de sus habitantes en un mar de lágrimas y desesperación. Cada rincón de la aldea resonaba con el lamento de lo que fue y de lo que jamás volvería a ser, mientras el resplandor carmesí continuaba su avance inexorable, borrando toda huella de su existencia.
El aire estaba cargado de cenizas y el sonido de la barrera antimatérea del R.E.S.E.T. rugía implacable, consumiendo todo a su paso. En medio del caos de Iwagakure no Sato, una madre corría con desesperación por las calles destrozadas de la ciudad, su hija de tres años apretada contra su pecho y su hijo de cuatro años agarrado a su falda, tropezando y llorando. Cada paso era una lucha contra el miedo y el dolor. Detrás de ella, la figura de su padre enfermo se desvanecía, tragado por la pared roja de energía que lo desintegraba en partículas brillantes, como el polvo del pasado que se lleva el viento. El la miró alejarse, lamentándose que su dificultad en creer la realidad se había pasado a su hija. Se lamentó estar en cama, sin poder moverse, y haber hecho que su hija se quedara con él. Ella lo vio desaparecer, su rostro arrugado de dolor y resignación deshaciéndose en un destello efímero, un recordatorio brutal de la fragilidad de la vida. No había tiempo para llorar, solo para correr.
Llegó a la entrada de la aldea, donde la última carroza estaba a punto de partir, llena de los pocos que lograron escapar. Decenas de carrozas ya habían partido y se veían a lo lejos, esta era la última oportunidad. La barrera se acercaba con una rapidez aterradora, y aquellos que alguna vez dudaron de su existencia ahora no podían negar la realidad que los envolvía. La madre, con el sudor y las lágrimas mezclándose en su rostro, gritó con todas sus fuerzas, suplicando por un espacio en la carroza que podría salvar a sus hijos. Pero solo había un lugar disponible. En un acto de desesperación y amor desgarrador, decidió entregar a su pequeña hija a los brazos de un desconocido en la carroza, asegurándose de que al menos ella tendría una oportunidad. La madre se quedó atrás, con su hijo mayor aferrándose a ella, sus ojos llenos de miedo y confusión. La carroza comenzó a moverse, llevándose a su hija mientras ella extendía los brazos y gritaba, su voz rota por el dolor y la impotencia.
La madre miró a su hijo, su pequeño rostro lleno de lágrimas y temor. "Mami ¿Y yo?" preguntó, su voz temblorosa y llena de un dolor que ninguna madre debería escuchar. Ella cayó de rodillas, abrazándolo con fuerza mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. "Te amo tanto, mi niño," susurró, su voz quebrada por el llanto. "Perdón" La barrera roja se cernía sobre ellos, el rugido de su destrucción cada vez más cercano. En sus últimos momentos, la madre besó la frente de su hijo, cerrando los ojos mientras la barrera los alcanzaba, deshaciéndolos en una lluvia de partículas brillantes. La imagen de su hija siendo llevada por la carroza fue lo último que vio, su grito de desesperación resonando en el vacío. La barrera los envolvió, y en un instante, madre e hijo se desvanecieron, dejando solo el eco de su amor y su sacrificio en el aire.
Horas después...
La carroza se desplazaba rápidamente, impulsada por la avanzada tecnología arrancada del sistema ferroviario de Iwagakure. La barrera roja del R.E.S.E.T. seguía rugiendo detrás de ellos, una amenaza constante e implacable. A pesar de su velocidad, el resplandor carmesí de la barrera nunca desaparecía de vista, siempre visible en el horizonte, como un recordatorio perpetuo del cataclismo que habían dejado atrás. La carroza avanzaba, pero el terror de la destrucción inminente seguía persiguiéndolos.
En su trayecto, la carroza solitaria finalmente alcanzó a las otras 32 carrozas que habían partido antes. Estas carrozas, cada una única en su ocupación y propósito, estaban llenas de una población muy diversa. Las más finas y elaboradas carrozas estaban repletas de aquellos de la clase más alta de Iwagakure, quienes se habían rehusado a abandonar sus riquezas hasta el último momento. Oro, joyas, y obras de arte sobresalían de las ventanas, símbolos de una opulencia que ya no tenía significado frente a la aniquilación que se aproximaba. En esas carrozas, los ricos aún mantenían un aire de incredulidad, sus ojos vacíos reflejaban la desesperanza y la pérdida irremediable de todo lo que alguna vez valoraron.
Otras carrozas estaban llenas de personas que, a pesar de haber sobrevivido al primer destello rojo que erradicó al 95% de la población, nunca habían creído completamente en la amenaza de la barrera. Habían permanecido en Iwagakure, escépticos, aferrándose a una rutina y a un sentido de normalidad que ya no existía. Solo cuando la barrera apareció en el horizonte hace unas horas, moviéndose implacablemente hacia ellos, se vieron obligados a aceptar la realidad y huir. Sus rostros, marcados por el miedo y la sorpresa, mostraban la incredulidad transformada en terror puro. Niños y ancianos se mezclaban, todos unidos por una desesperación común mientras miraban hacia atrás, viendo la barrera que seguía avanzando.
En algunas de las carrozas viajaban cirqueros, militares y rebeldes que, por diferentes razones, no habían podido huir antes. Los cirqueros, con sus atuendos coloridos y su equipo de espectáculo, parecían fuera de lugar en el contexto de destrucción. Sin embargo, sus rostros reflejaban una tristeza y una resignación profundas. Los militares, curtidos y serios, miraban hacia el horizonte con una determinación tensa, sabiendo que no podían hacer nada para detener la barrera. Los rebeldes, que habían luchado por sus ideales, ahora se encontraban unidos con aquellos a quienes alguna vez habían visto como enemigos, todos intentando escapar del mismo destino implacable.
1- Hola a todos. Los que quieran unirse, tienen hasta el domingo 11 para postear
2- Después del domingo, las rondas serán cada 72 horas.
3- De no hacerlo, y donde se encuentre el personaje en ese momento, puede que sea consumido por la onda antimateria de R.E.S.E.T. En caso de ser así, tienen 1 turno extra para huir o morir.
4- Si no postean y no están en riesgo de ser consumidos directamente, usaremos un sistema de 3 strikes. Cada strike los acercará más a la barrera.