Esto ocurrió años atrás...
...La primera vez que Kyoshiro llegó a Ciudad IO, fue en busca de oportunidades después de haber dejado Pueblo Ryuushi. Hacía unos años, recién tras la muerte de su madre, se encontraba luchando por mantenerse a flote económicamente. Aquella misión con los mineros había dejado una huella profunda en él, una lección de humildad y subestimación. O mejor dicho, de humillación y resignación con los límites de su propia humanidad. Prisionero de la realidad. Ahora, años después, Kyoshiro regresaba a Ciudad IO como una persona más estudiosa, consciente de las limitaciones humanas, pero también una versión más refinada y resuelta de sí mismo. Se decía que un error como el de ese entonces no lo volvería a vivir.
Era la tercera noche de su regreso a Ciudad IO. Se había hospedado en un buen hotel con las únicas monedas que tenía designadas para hospedaje durante la semana. La noche ya llevaba buen rato de haber iniciado y Kyoshiro se encontraba sumido en sus pensamientos cuando escuchó unos ruidos extraños en medio de la noche. La curiosidad, combinada con su deseo innato de entender lo inexplicable, lo llevó a investigar. Siguiendo los sonidos por el hotel como si de un sabueso se tratara siguiendo a su olfato, llegó al sótano. Se sorprendió, no de encontrar al dueño del lugar y al jefe de personal, sino de ver aquella enorme caldera que parecía arder con llamas del mismo infierno, hinchada y temblando. La máquina estaba al borde de la explosión, y la desesperación era palpable en sus rostros. La escena era caótica, con el calor sofocante y el metal chirriante creando una atmósfera de peligro inminente.
Recordando su experiencia con un sistema de calefacción similar en Pueblo Ryuushi, Kyoshiro intervino en la conversación desesperada. Giraba unas llaves para un lado, tiró de una cadena y tras una serie de movimientos precisos y comandos técnicos, logró bajar la presión de la caldera. El sonido del vapor liberándose y la disminución del calor fueron señales de que había controlado temporalmente la situación. Los hombres, asombrados y agradecidos, lo miraban con una mezcla de respeto y alivio.
"No es la primera vez que me enfrento a algo así,"- dijo Kyoshiro con una voz firme pero serena, mientras ajustaba una última válvula para asegurar la estabilidad de la caldera. Sabía que su intervención había sido oportuna, pero también era consciente de que el problema no se resolvería con una solución temporal.
"Gracias, joven," dijo el dueño del hotel, sudando y aún visiblemente nervioso. "¿Cómo podemos agradecerle?"
Kyoshiro, aprovechando la oportunidad, respondió: "Dejenme quedarme una semana más aquí sin pagar la habitación."
El dueño del hotel, viendo en Kyoshiro no solo a un salvador momentáneo sino a alguien que podía ser útil, propuso algo más. Explicó la situación del sistema de calefacción. Esto no era algo que apenas se venían a enterar. Ya desde hace unas semanas conocían la necesidad de actualizar su sistema de calefacción a uno nuevo y seguro, pero la instalación aún estaba a una semana de distancia. ¿Y el problema? Aparte de la inminente explosión que vendría por el descuido y la imprudencia de seguir hospedando personas en ese momento, estaba el asunto de la gala. El hombre, tan codicioso como Kyoshiro egocéntrico, habló sobre la gala que tendría lugar la noche siguiente. Era la gala importante que se avecinaba en honor a los mineros locales. Todo quien se considerara importante estaría ahí. -Sería de locos cancelar a estas alturas- dijo el hombre. Kyoshiro solo le miró y pensó "No más que dejar que esto explote" . Le habló entonces de la necesidad de que alguien monitoreara discretamente la caldera para evitar cualquier incidente. A cambio, le ofreció una paga sustancial. Kyoshiro escuchó atentamente, evaluando la propuesta. Sabía que no podía dejar pasar una oportunidad así.
Aceptando la propuesta, Kyoshiro pensó en el dinero y el tiempo para reorganizarse. A pesar de los susurros de miedo y ansiedad que le decían que era un fraude, que solo era promedio, la perspectiva de sentirse necesitado y el gusto por demostrar su intelecto lo llevaron a aceptar la misión. Sentía una mezcla de narcisismo y necesidad de validación que lo impulsaba hacia adelante. En su mente, esta misión representaba no solo una oportunidad de ganarse la vida, sino también una forma de exorcizar los fantasmas del pasado y de probarse a sí mismo que había crecido desde su último fracaso.
La noche de la gala.
La noche de la gala llegó rápidamente. Los invitados empezaron a llegar, vestidos con sus mejores trajes y sonrisas. Unas falsas, otras aún peor. Kyoshiro, en su papel de guardián del sistema de calefacción, se mantenía alerta en el cuarto de calderas. Cada ajuste de válvula y cada comprobación de presión era un recordatorio de la delicada línea entre la seguridad y el desastre. De vez en cuando, escuchaba ruidos que requerían su atención. En esos momentos, ajustaba válvulas, liberaba presión y regulaba la temperatura con movimientos precisos y técnicos, asegurándose de que la máquina no explotara. El calor en el cuarto de calderas era casi insoportable, y el constante zumbido de las tuberías requería toda su concentración para mantener la situación bajo control.
A medida que la gala avanzaba, la curiosidad de Kyoshiro lo llevó a dar una vuelta por el evento ¿Y cómo no hacerlo? Nunca había ido a una, pero recordaba que las personas decían que aquellos eventos eran momentos perfectos para buscar inversionistas, beneficiarios, personas con una chequera tan grande como su narcisismo. Improvisando un traje a la altura de la ocasión, se mezcló con la multitud, socializando y buscando posibles benefactores para sus investigaciones. Observaba a los asistentes, analizaba sus conversaciones, y se permitía unos momentos de distracción. Mientras caminaba entre la gente, observaba los elegantes trajes y los rostros sonrientes, preguntándose cuántos de ellos eran conscientes del peligro que acechaba bajo sus pies. Se pensó en el tiempo que duraría desde la explosión hasta que alguno de ellos se diera cuenta. Pensó en cuántos más se volverían carbón sin percatarse del porqué. La música y las risas llenaban el aire, pero Kyoshiro no podía permitirse relajarse por completo.
Cada tanto, regresaba al sótano para asegurarse de que la caldera estuviera bajo control, antes de volver a la gala. Esta vez, cansado de volver y asumiendo que sus arreglos bastarían para la noche, se dedicó a mantener conversaciones con personas del lugar. Diálogos sin sentido, otros más impulsados al estudio y uno que otro interesado en colaborar monetariamente, el tiempo se le fue con cada palabra compartida.
De repente, alguien reportó un silbido agudo proveniente del sótano. Inicialmente, Kyoshiro desestimó la situación, más interesado en sus conversaciones científicas y en su búsqueda de algún benefactor. "Es solo el sistema liberando un poco de presión," dijo con confianza, tratando de calmar a quien había reportado el sonido. Sin embargo, el silbido persistió y finalmente captó su atención. Reconoció de inmediato el peligro que representaba ese sonido: la caldera estaba al borde de la explosión. La realidad de la situación lo golpeó como un balde de agua fría, recordándole que no podía permitirse ningún error.
Corriendo hacia el cuarto de calderas, Kyoshiro se dio cuenta de que había sobreestimado la calidad de la máquina y los arreglos que había hecho. Al llegar, la visión era caótica: la presión estaba al máximo, las válvulas temblaban, y el calor era casi insoportable. El silbido se había convertido en un rugido amenazante, y el metal comenzaba a mostrar signos de tensión extrema. Cada segundo contaba, y Kyoshiro sabía que debía actuar rápidamente para evitar una catástrofe. Las lecciones de su pasado y el conocimiento acumulado a lo largo de los años lo guiaron en esos momentos críticos.
Con precisión técnica y frialdad, Kyoshiro comenzó a trabajar. Lo primero que hizo fue inspeccionar rápidamente el manómetro principal, que mostraba una presión peligrosamente alta. Tomando una llave inglesa, ajustó la válvula de alivio principal para liberar la presión acumulada en el sistema. El vapor comenzó a escapar con un silbido agudo, aliviando parcialmente la tensión interna de la caldera. Mientras mantenía la válvula abierta, Kyoshiro observaba el nivel de agua en el visor de vidrio, asegurándose de que no cayera por debajo del nivel mínimo requerido para evitar el sobrecalentamiento de las paredes internas.
El siguiente paso fue revisar las válvulas de seguridad auxiliares. Estúpidamente, colocó su mano en la válvula y sintió su piel desprenderse. Quiso gritar pero su orgullo le impidió hacerlo. De sus ojos lágrimas de dolor. Se envolvió su mano con una tela que encontró y siguió. Halló la pinza de presión, y esta vez, sin ninguna tontería, manipuló las válvulas secundarias para asegurar que ninguna estuviera bloqueada. Abrió las válvulas una a una, permitiendo que el exceso de vapor se liberara en etapas controladas. Cada que este salía, era como si un demonio le soplara a la cara. La caldera emitió varios sonidos de alivio, pero la situación aún era crítica. Luego, Kyoshiro se dirigió a la bomba de alimentación, verificando su funcionamiento. Con un destornillador, calibró el regulador de flujo para aumentar la entrada de agua fría, estabilizando la temperatura interna de la caldera.
¡¿Aún nada?!- Se pensó mientras apretaba su mano herida contra su pecho. Por un momento pensó que sería el fin, pero poco a poco el calor fue disminuyendo y con este en descenso Kyoshiro sentía una mezcla de alivio y agotamiento. Esperó que la caldera dejara de rugir. Ajustó los inyectores de combustible para reducir el flujo de gas, disminuyendo la combustión y el calor generado. Ignorando el sudor que corría por su rostro, el dolor de su mano y la fatiga que empezaba a asentarse en sus músculos, realizó un último chequeo de todos los sistemas, asegurándose de que la caldera se mantuviera estable hasta el final de la noche.
Finalmente, la gala terminó sin incidentes mayores. Los invitados se retiraron, ajenos a la lucha que había tenido lugar en el sótano, donde Kyoshiro había mantenido a raya un desastre potencial. Los aplausos y risas que resonaban en el salón principal eran un testimonio de su éxito silencioso, aunque invisible para la mayoría. Los posibles benefactores rápidamente olvidaron al académico y decidieron usar sus chequeras para otros fines. Cuando ya no quedaba nadie, Kyoshiro recibió su paga, una suma que representaba mucho más que dinero: era el reconocimiento tácito de su habilidad y su capacidad para manejar situaciones críticas. Sintiendo una satisfacción interna por haber completado la misión, guardó el dinero, consciente de que ahora debería invertir en asistencia médica
Con el dinero en su única mano sana, Kyoshiro decidió no quedarse más en ese hotel, prefiriendo evitar cualquier posibilidad de que se requiriera nuevamente su ayuda en una situación similar. En cambio, caminó hacia otro hotel al otro lado de la ciudad, al lado de la clínica donde su mano fue atendida. Era este un lugar más modesto pero suficiente para lo que necesitaba. Al registrarse, sintió un peso levantarse de sus hombros. Reflexionó sobre los eventos de la noche, la presión y la adrenalina que había sentido, y cómo había logrado mantener la calma bajo circunstancias tan extremas. Meses después recibiría la noticia que el hotel había sucumbido a una explosión por causa del sistema de calefacción el cuál después de esa noche no quisieron cambiar.