Última modificación: 01-07-2024, 05:26 PM por Kyoshiro.
Vengo de: https://shinobigaiden.net/showthread.php?tid=13187
Después de dejar atrás los oscuros rincones del Barrio Rojo en Amegakure no Sato, Kyoshiro se dirigió al norte. Tras una o dos horas de viaje, se encontró en un pequeño motel al norte de la ciudad, en el País de la Lluvia. Decía así la historia de aquel país que estudió en su larga espera de aquel en que este momento no debía ser más que carbón. La lluvia, su aldea, su gente, había visto su esplendor desvanecerse con una trágica guerra que buscaba la media decena. Aliada de naciones de una susodicha Coalición, una nación remilitarizada a gran velocidad. Kyoshiro había tomado esto como motivo para esconderse y hacer del lugar más oscuro como su sede de experimentos temporales. Ahora dejaba atrás el barrio rojo de aquella metrópoli de rascacielos metálicos. ¿Huía como un criminal? No ¿Qué había hecho mal? ¿Mantener con vida a alguien que ya le habían dado por muerto y que sin su intervención hubiera muerto semanas atrás? ¿Quemar un sótano que dieron permiso para hacerlo y por el que ya había pagado? No había crimen cometido. ¿Y la ética en todo esto? Esa era otra historia.
Al salir el sol, se anunciaba un día templado. Kyoshiro, con su objetivo claro, comenzó su viaje hacia el noreste, rumbo al País de la Hierba. ¿Qué le depararía el destino después de eso? Lo descubriría a su debido tiempo. Había oído hablar de un hombre en un circo que tenía la habilidad de hacer crecer su barba a voluntad. Esta extraña habilidad despertó su curiosidad. ¿Era realmente posible la regeneración capilar a tal nivel? Y si era así, ¿hasta dónde llegaba esa capacidad? Estos eran los enigmas que Kyoshiro deseaba resolver. La realidad le había dicho que el cabello, no crecía así como así, a menos no a voluntad ¿Sería esta otra de esas alteraciones a la realidad? Y si así lo era ¿Cómo se podría alterar más la realidad para regenerar otras partes del cuerpo? ¿Qué tal huesos? ¿Órganos? ¿Cuál era el límite de la realidad?
Después de una rápida ducha y un desayuno sencillo, se dirigió a la recepción del motel. Pagó por su estancia y solicitó que enviaran su pergamino más reciente al Pueblo Ryuushi, a la biblioteca que le había concedido permiso ya hace unos años para almacenar y preservar sus estudios. El pergamino, que contenía sus últimas investigaciones, se enviaría en unas horas y llegaría a Pueblo Ryuushi en unos días. Allí, el documento sería archivado con un número y una fecha, esperando que Kyoshiro regresara al final del año para convertir esos apuntes en un nuevo manuscrito. Hasta el momento, había completado alrededor de 15 manuscritos; algunos aún relevantes, otros ya menos. Volvía una o dos veces al año para hacer pagos, ordenar apuntes y continuar su investigación.
Con todo en orden, lavó su ropa, pagó su deuda y, al llegar el mediodía, emprendió su camino. Lejos de la lluvia y de los experimentos concluidos, Kyoshiro se dirigía hacia nuevas fronteras, con la mente llena de preguntas y el corazón impaciente por descubrir lo que el futuro le tenía reservado.
Voy para: https://shinobigaiden.net/showthread.php?tid=13189
Después de dejar atrás los oscuros rincones del Barrio Rojo en Amegakure no Sato, Kyoshiro se dirigió al norte. Tras una o dos horas de viaje, se encontró en un pequeño motel al norte de la ciudad, en el País de la Lluvia. Decía así la historia de aquel país que estudió en su larga espera de aquel en que este momento no debía ser más que carbón. La lluvia, su aldea, su gente, había visto su esplendor desvanecerse con una trágica guerra que buscaba la media decena. Aliada de naciones de una susodicha Coalición, una nación remilitarizada a gran velocidad. Kyoshiro había tomado esto como motivo para esconderse y hacer del lugar más oscuro como su sede de experimentos temporales. Ahora dejaba atrás el barrio rojo de aquella metrópoli de rascacielos metálicos. ¿Huía como un criminal? No ¿Qué había hecho mal? ¿Mantener con vida a alguien que ya le habían dado por muerto y que sin su intervención hubiera muerto semanas atrás? ¿Quemar un sótano que dieron permiso para hacerlo y por el que ya había pagado? No había crimen cometido. ¿Y la ética en todo esto? Esa era otra historia.
Al salir el sol, se anunciaba un día templado. Kyoshiro, con su objetivo claro, comenzó su viaje hacia el noreste, rumbo al País de la Hierba. ¿Qué le depararía el destino después de eso? Lo descubriría a su debido tiempo. Había oído hablar de un hombre en un circo que tenía la habilidad de hacer crecer su barba a voluntad. Esta extraña habilidad despertó su curiosidad. ¿Era realmente posible la regeneración capilar a tal nivel? Y si era así, ¿hasta dónde llegaba esa capacidad? Estos eran los enigmas que Kyoshiro deseaba resolver. La realidad le había dicho que el cabello, no crecía así como así, a menos no a voluntad ¿Sería esta otra de esas alteraciones a la realidad? Y si así lo era ¿Cómo se podría alterar más la realidad para regenerar otras partes del cuerpo? ¿Qué tal huesos? ¿Órganos? ¿Cuál era el límite de la realidad?
Después de una rápida ducha y un desayuno sencillo, se dirigió a la recepción del motel. Pagó por su estancia y solicitó que enviaran su pergamino más reciente al Pueblo Ryuushi, a la biblioteca que le había concedido permiso ya hace unos años para almacenar y preservar sus estudios. El pergamino, que contenía sus últimas investigaciones, se enviaría en unas horas y llegaría a Pueblo Ryuushi en unos días. Allí, el documento sería archivado con un número y una fecha, esperando que Kyoshiro regresara al final del año para convertir esos apuntes en un nuevo manuscrito. Hasta el momento, había completado alrededor de 15 manuscritos; algunos aún relevantes, otros ya menos. Volvía una o dos veces al año para hacer pagos, ordenar apuntes y continuar su investigación.
Con todo en orden, lavó su ropa, pagó su deuda y, al llegar el mediodía, emprendió su camino. Lejos de la lluvia y de los experimentos concluidos, Kyoshiro se dirigía hacia nuevas fronteras, con la mente llena de preguntas y el corazón impaciente por descubrir lo que el futuro le tenía reservado.
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