Corrían las ocho de la noche, y después de hacía varios días haber encontrado el lugar donde debía buscar gracias a la suerte, o lo que fuese, estaba en camino del lugar donde había quedado en encontrarme con aquel viejo. Ese era mi salvoconducto al que llevaban el Mercado Negro dentro de las tierras del País del Rayo. No sabía si el tipo de técnicas y de piedras que yo buscaba estaría allí, pero nunca se sabía, debía indagar en las historias que contaban las malas lenguas de aquellos lugares. Las malas lenguas siempre habían sido mis favoritas, por eso estaba de camino. – Espero que después de que te lleve a ese maldito lugar lo mates como ofrenda… ya tengo hambre, Gea – Me decía aquella voz. Él mismo sabía que no iba a ser así, estaba demasiado rodeada como para matar a alguien sin verme expuesta en algún lio. Sí era cierto que trabajaba para el Imperio, sí era cierto que los criminales campábamos bastante a nuestras anchas, pero no creía que un incidente así fuera a ser pasado por alto. Así que, por muchas ganas que tuviera de conseguir el favor de Dios, debían mantenerme quieta.
Habría llegado con varios minutos de antelación cuando la túnica negra que portaba aquel hombre con el báculo en su mano me pasaría por delante haciéndome una pequeña seña rápida para que le siguiese. Di un pequeño vistazo y le dejé camino por delante, pues él caminaba más lento, y comencé a caminar tras él mirando hacia los lados con una mirada tranquila, como quién no estaba en algún encargo turbio. Pasaron apenas unos minutos cuando el viejo se paró frente a lo que parecía una puerta vieja a un desván, a un lado de esa puerta un gran hombre de músculos marcados y cicatrices custodiaría el lugar y hablaría con el viejo en un nivel de volumen que no me dejaría escuchar. El tipo me miraría con el ceño fruncido al tiempo que el viejo extendía su mano por dentro de la túnica para darle algo a aquel matón. Medio minuto después habríamos entrado por la puerta aunque no sin no dejar de sentir la mirada de aquel gran hombre posada en mi nuca como si tuviera una diana en la espalda. – Yo ya te he hecho entrar, ahora paga tu parte – Y así fue como los pasillos de aquel túnel se abrirían, iluminándose con pequeñas antorchas y candelabros de mala calidad. Estaríamos solos, y quizás fuera el mejor momento para asesinarlo, pero en lugar de eso cumplí mi parte del trato y le pasé el fajo de billetes que el viejo agarraría con tacañería. Tras eso el viejo desaparecería entre los túneles no sin antes darme un pequeño mapa que tendría casi tantos años como él, gastado y roñoso, pero legible.
Varios túneles después y algún que otro cambio de sentido harían que llegase a una gran galería con un poco más de iluminación, aunque no mucha. Parecía la similitud de la calle con los puestos, pero esta vez con la oscuridad y el olor a humedad metida en el ambiente. Tocaba darse una vuelta por allí, ver que era lo que tan peculiar hacía a este lugar. Había poca gente, y la que había estaban cubiertos por túnicas, así que hice lo propio y subí el gorro de la túnica tapando mi cabeza y parte de mi rostro. Así mismo comencé a caminar, ¿qué me depararía el destino?
Habría llegado con varios minutos de antelación cuando la túnica negra que portaba aquel hombre con el báculo en su mano me pasaría por delante haciéndome una pequeña seña rápida para que le siguiese. Di un pequeño vistazo y le dejé camino por delante, pues él caminaba más lento, y comencé a caminar tras él mirando hacia los lados con una mirada tranquila, como quién no estaba en algún encargo turbio. Pasaron apenas unos minutos cuando el viejo se paró frente a lo que parecía una puerta vieja a un desván, a un lado de esa puerta un gran hombre de músculos marcados y cicatrices custodiaría el lugar y hablaría con el viejo en un nivel de volumen que no me dejaría escuchar. El tipo me miraría con el ceño fruncido al tiempo que el viejo extendía su mano por dentro de la túnica para darle algo a aquel matón. Medio minuto después habríamos entrado por la puerta aunque no sin no dejar de sentir la mirada de aquel gran hombre posada en mi nuca como si tuviera una diana en la espalda. – Yo ya te he hecho entrar, ahora paga tu parte – Y así fue como los pasillos de aquel túnel se abrirían, iluminándose con pequeñas antorchas y candelabros de mala calidad. Estaríamos solos, y quizás fuera el mejor momento para asesinarlo, pero en lugar de eso cumplí mi parte del trato y le pasé el fajo de billetes que el viejo agarraría con tacañería. Tras eso el viejo desaparecería entre los túneles no sin antes darme un pequeño mapa que tendría casi tantos años como él, gastado y roñoso, pero legible.
Varios túneles después y algún que otro cambio de sentido harían que llegase a una gran galería con un poco más de iluminación, aunque no mucha. Parecía la similitud de la calle con los puestos, pero esta vez con la oscuridad y el olor a humedad metida en el ambiente. Tocaba darse una vuelta por allí, ver que era lo que tan peculiar hacía a este lugar. Había poca gente, y la que había estaban cubiertos por túnicas, así que hice lo propio y subí el gorro de la túnica tapando mi cabeza y parte de mi rostro. Así mismo comencé a caminar, ¿qué me depararía el destino?