En mi experiencia, ya había compartido misiones y relaciones con shinobis en Kirigakure que venian de otros lugares lejanos. Y ahora, era mi turno de devolver aquel favor que en su momento ofrecieron a mi villa. Pero, aunque mi presencia aquí no respondía a un envío oficial, sino más bien a un viaje vacacional, también tenía un propósito más profundo que simples paseos turísticos.
La verdadera razón de mi visita era encontrar a un chef especial, un artesano culinario cuya reputación lo precedía. Contaba ya con una descripción visual detallada de él, lo cual me favorecía en esta búsqueda entre las laberínticas calles de Konohagakure. Además, tenía la dirección exacta del lugar donde podría encontrarlo, un valioso dato que guardaba celosamente.
Finalmente, llegué al lugar que me habían indicado, un pequeño y acogedor establecimiento escondido entre las bulliciosas calles de Konohagakure. Al cruzar el umbral, una cálida mezcla de aromas exquisitos me envolvió, prometiendo delicias culinarias más allá de lo imaginable. Con la certeza de quien sabe que se aproxima a su destino, me dirigí hacia la barra y me acomodé en el taburete disponible más cercano.
Levanté una mano, buscando atraer la atención de alguno de los encargados para que tomara mi pedido. Las miradas curiosas de los otros clientes se posaron brevemente en mí, y no era de extrañar.
Una chica de cabellos violeta, largos y sedosos, recogidos en un sencillo lazo rojo que se convertía en un modesto moño. Algunos mechones sueltos adornaban mi frente y caían grácilmente detrás de mis hombros. Aunque el clima de Konohagakure era un poco cálido, mi sangre Yuki siempre me mantenía con un toque de frío en las venas. Por eso llevaba mi característico abrigo negro sobre un yukata blanco con delicados bordes azul claro que adornaba mi figura. Mis piernas, acostumbradas a moverse con destreza y agilidad, estaban descubiertas, salvo por los equipos ninja que ceñían mis muslos y un pequeño short oscuro que cubría lo necesario. Completaba mi atuendo con unas robustas botas negras que llegaban hasta mis tobillos, dándome el soporte y la protección necesarios para cualquier eventualidad.