Última modificación: 27-05-2024, 01:52 AM por Shun Reize.
Un día de niebla, con el sol apenas visible como ya era costumbre, se alzaba sobre la aldea de la niebla. Las casas de techo de paja parecían desvanecerse entre la bruma, como si la propia neblina las quisiera ocultar de la vista curiosa de los transeúntes. Los árboles se erguían en silenciosa contemplación, sus ramas desnudas acariciadas por el frío viento que soplaba desde lo más profundo de la montaña.
En las calles empedradas, solo se escuchaba el murmullo de los pájaros que buscaban refugio en los aleros de las casas y el suave tintineo de las campanas de la antigua iglesia que anunciaba la llegada de la mañana. El aire estaba impregnado de un aroma a tierra mojada y de nostalgia, como si la niebla trajera consigo los recuerdos de tiempos pasados y de amores perdidos. Los habitantes de la aldea salían de sus hogares envueltos en mantas y bufandas, con los ojos entrecerrados para protegerse de la intensa luz tenue que penetraba entre la densa niebla. Algunos se dirigían al mercado, con cestas en brazos cargadas de verduras frescas y pan recién horneado, mientras otros simplemente paseaban por las calles, perdidos en sus pensamientos y en la melancolía que les envolvía.
Y así, en medio de la neblina matutina, la aldea de la niebla despertaba una vez más, sumergida en un manto de misterio y poesía, donde los sueños se entrelazaban con la realidad y los corazones se abrían a la magia del amanecer. Y en medio del invernal, pese a que apenas era primavera, frio que siempre se apoderaba de la aldea mientras los transeúntes caminaban de un lado a otro en busca de sus destinos, el joven pelinegro no era la excepción por el hecho de ir a un lado al otro, pues trabajaba en el negocio de su madre en esta ocasión.
En el corazón del bullicioso centro de la zona comercial, se alza majestuoso un bello y tradicional establecimiento, donde la calidez y la acogedora atmósfera se funden para dar la bienvenida a los visitantes en este clima invernal. El restaurante, que parecía emerger de un cuento de hadas, era el refugio perfecto para los que buscaban resguardarse del frío y disfrutar de una deliciosa comida.
Una voz firme y llena de emoción resonó en el ambiente, llamando la atención de todos en el lugar. - Shun! Lleva esto a la mesa 3!- Ordenó una mujer con determinación, y en ese momento, un joven pelinegro se levantó con rapidez de su posición detrás de la barra- Voy Madre...- con gesto serio pero diligente, tomó la bandeja que su madre le entregaba y se dispuso a cumplir con la orden.
El joven se abrió paso entre las mesas, esquivando con destreza a los comensales que disfrutaban de su cena. Su caminar era ágil y elegante, como el movimiento de una danza en un escenario iluminado por la luz de las velas. Al llegar a la mesa 3, depositó la bandeja con cuidado y una sonrisa cortés en sus labios, demostrando un servicio impecable y una actitud de servidor atento.
Así, en aquel rincón mágico y acogedor, la magia de la temporada invernal se mezclaba con la calidez de un restaurante donde los sueños se volvían realidad y los momentos se convertían en recuerdos inolvidables. El joven pelinegro regresó a su puesto con la sensación de haber cumplido con su deber, pero también con la certeza de que había contribuido a hacer de aquel lugar un refugio de paz y alegría para todos los que lo visitaban.
En las calles empedradas, solo se escuchaba el murmullo de los pájaros que buscaban refugio en los aleros de las casas y el suave tintineo de las campanas de la antigua iglesia que anunciaba la llegada de la mañana. El aire estaba impregnado de un aroma a tierra mojada y de nostalgia, como si la niebla trajera consigo los recuerdos de tiempos pasados y de amores perdidos. Los habitantes de la aldea salían de sus hogares envueltos en mantas y bufandas, con los ojos entrecerrados para protegerse de la intensa luz tenue que penetraba entre la densa niebla. Algunos se dirigían al mercado, con cestas en brazos cargadas de verduras frescas y pan recién horneado, mientras otros simplemente paseaban por las calles, perdidos en sus pensamientos y en la melancolía que les envolvía.
Y así, en medio de la neblina matutina, la aldea de la niebla despertaba una vez más, sumergida en un manto de misterio y poesía, donde los sueños se entrelazaban con la realidad y los corazones se abrían a la magia del amanecer. Y en medio del invernal, pese a que apenas era primavera, frio que siempre se apoderaba de la aldea mientras los transeúntes caminaban de un lado a otro en busca de sus destinos, el joven pelinegro no era la excepción por el hecho de ir a un lado al otro, pues trabajaba en el negocio de su madre en esta ocasión.
En el corazón del bullicioso centro de la zona comercial, se alza majestuoso un bello y tradicional establecimiento, donde la calidez y la acogedora atmósfera se funden para dar la bienvenida a los visitantes en este clima invernal. El restaurante, que parecía emerger de un cuento de hadas, era el refugio perfecto para los que buscaban resguardarse del frío y disfrutar de una deliciosa comida.
Una voz firme y llena de emoción resonó en el ambiente, llamando la atención de todos en el lugar. - Shun! Lleva esto a la mesa 3!- Ordenó una mujer con determinación, y en ese momento, un joven pelinegro se levantó con rapidez de su posición detrás de la barra- Voy Madre...- con gesto serio pero diligente, tomó la bandeja que su madre le entregaba y se dispuso a cumplir con la orden.
El joven se abrió paso entre las mesas, esquivando con destreza a los comensales que disfrutaban de su cena. Su caminar era ágil y elegante, como el movimiento de una danza en un escenario iluminado por la luz de las velas. Al llegar a la mesa 3, depositó la bandeja con cuidado y una sonrisa cortés en sus labios, demostrando un servicio impecable y una actitud de servidor atento.
Así, en aquel rincón mágico y acogedor, la magia de la temporada invernal se mezclaba con la calidez de un restaurante donde los sueños se volvían realidad y los momentos se convertían en recuerdos inolvidables. El joven pelinegro regresó a su puesto con la sensación de haber cumplido con su deber, pero también con la certeza de que había contribuido a hacer de aquel lugar un refugio de paz y alegría para todos los que lo visitaban.