—Karai, es importante que lo tengas en cuenta. A veces, los gatos se alejan para morir —explicaba la señora Bajiki, mientras limpiaba atentamente una copa, de pie junto a la barra de la taberna.
—¡¿Cómo dice eso?! —chilló la Yotsuki, dando un golpe de mano abierta en la mesa. Para ella, semejante idea era inaceptable. Enojada, empujó bruscamente hacia atrás la silla donde estaba sentada y se levantó dispuesta a largarse—. ¡No vuelva a decir eso! ¡Encontraré a Kōmori, ya verá!
Un fortísimo portazo haría eco en el salón. Al otro lado de la puerta de la taberna, se desprendió de la madera oscura un folleto que acabaría en el suelo, pisoteado por los transeúntes. Era un dibujo, más bien un manchón negro con ojos amarillos que pretendía ser un retrato, y en la parte inferior resaltaba una frase gigantesca escrita con marcador rojo: <<¿Has visto a este gato?>>
Durante días, Karai lo había intentado todo: Registró la casa mil veces, buscó en cada rincón, dejó comida en la puerta de entrada, recorrió las calles gritando su nombre, buscó bajo cada arbusto, de día, de noche, hasta pegó esos estúpidos carteles hechos a mano por todo el barrio. Y Kōmori no aparecía.
Esa tarde, la desesperación llevaría a la Yotsuki a tomar una decisión precipitada. Nunca había hecho un pacto de invocación, pero conocía la forma de forzar a una criatura a presentarse ante ella. Aunque no sabía con que se iba a encontrar, solo esperaba que los sentidos desarrollados de cualquier animal pudiesen ayudarle.
En correcto orden, formó los sellos: i, inu, tori, saru, hitsuji. Y estampó la palma abierta contra el suelo.
Un inesperado estallido la haría trastabillar, y acabaría sentada en la tierra polvorienta del patio de su casa. Delante de ella flotaba una gran nube de humo, y Karai tosió, y sopló y agitó las manos, tratando de disiparla.
Poco a poco, empezaría a distinguir: Exuberante y sedoso era su pelo, del blanco más reluciente que había visto jamás. Esponjoso, como una nube, parecía hecho de algodón. Con elegancia y movimientos meticulosos acicalaba la rosada almohadilla de su pata derecha, deslizando la lengua áspera por cada espacio entre sus dedos. La cola, frondoso plumero, se mecía despacio de lado a lado.
—¿Gato? —murmuró Karai. Vaya fortuito escenario.
La elegante criatura bajó la pata y se sentó, en perfecta e inamovible pose, como estatua de mármol.
—¿Me dices a mi? —replicó, con marcada soberbia.
La Yotsuki entrecerró los ojos, afilando la mirada para observar con precisión. Ese gato parlante... ¿llevaba gafas negras? Completamente desconcertada, se echó para atrás y apoyó las manos en el suelo, recargando el peso de su cuerpo en ambos brazos.
—Un gato que habla —se rio, incrédula—. Un gato que habla, y lleva gafas —De pronto, una carcajada.
—¡Irreverente! —reprendió el animal, enseñando el letal filo de sus garras. Karai enmudeció—. NO me digas ''gato'', mi nombre es Satoru.
—Satoru... —repitió la morena. Ya no le daba risa—. Yo me llamo Ka-
—No me importa como te llames. No te pregunté —interrumpió—. Solo dime para que me has traído a esta mugre, y más te vale que sea importante. ¿Cómo se te ocurre molestarme a la hora de mi baño?
Karai miraba al gato anonadada. No sabía que le sorprendía más, si sus pequeñas gafas redondas, su increíble don del habla, o su carácter de mierda.
—¡Habla! Más te vale que no estés buscando firmar un pacto conmigo, porque eso no sucederá. No soportaría ver a diario tu horrible cara tostada.
—¿Pacto? No, es que... mi mascota se ha extraviado. Es un gato, igual que tú y... —Entonces cayó—. Espera... ¿tostada?
—¿Mascota, dijiste? —El animal empezó a reír, burlón. Su cola bailaba, inquieta—. ¿Qué clase de gato tonto se deja degradarrr de esa manera? A lo mejor se cansó de ti, por eso huyó.
—Eres muy grosero —contestó Karai, ya molesta por el tono ofensivo del angora—. Kōmori no ha huido, estoy segura de que algo le sucedió y no ha podido regresar a casa. ¡Por favor! Lo he intentado todo. ¿Podrías ayudarme?
El gato guardó silencio por un instante, pensativo. Solo movía su larga cola, de forma hipnótica, para un lado, para el otro. La muchacha intentaba ver sus ojos detrás de las gafas oscuras pero no podía, y no dejaba de preguntarse ¿por qué demonios ese gato llevaba gafas?
—Bien, puedo ayudarte, humana tostada. Por supuesto, esto no será por ti, si no por el bien de un hermano felino. Pero... a cambio tú tendrás que hacer algo porrr mi —ronroneó.
—Haré lo que sea —afirmó Karai, juntando sus manos a modo de súplica.
—Cárgame —ordenó el gato. La morena se le quedó mirando, visiblemente confundida. ¿Era eso?—. ¡Que me cargues! —Entonces se acercó y tendió los brazos hacia el animal, para levantarlo, pero Satoru le lanzó un feroz zarpazo—. ¡Ni se te ocurra tocarme con esas manos mugrientas! ¡Cárgame con una manta!
—Gato caprichoso —protestó la Yotsuki por lo bajo, frotándose la palma que Satoru le había arañado.
Karai entró a la casa y buscó una manta limpia y mullida, y se la enseñó a Satoru antes de intentar envolverlo en ella. El gato apenas levantó la cabeza y arqueó los bigotes, y olfateó. Un simple gesto bastaría para dar su aprobación y dejarse manipular. Con mucho cuidado la morena lo tomó entre sus brazos, y él solito se acomodó.
—Ahora llévame un lugar alto, debe ser un espacio abierto —indicó el animal.
Tal y como el gato había ordenado, Karai lo llevó hasta la terraza de un edificio cercano. Desde aquel sitio se podía tener una vista panorámica de casi todo el barrio.
El gato se revolvió entre los brazos de la muchacha, y sin previo aviso emitió un extraño bufido, un sonido ensordecedor que durante eternos segundos dejaría completamente aturdida a la Yotsuki. Casi aflojó el agarre para dejar caer al felino, pero logró mantenerse firme.
—¡¿Qué demonios fue eso?! —Inquirió, casi sin poder oír su propia voz.
—Solo espera, estúpida.
Dos minutos, tres, tal vez cinco, y el tejado se llenó de gatos. Llegaban de todas partes, blancos, grises, pardos, atigrados, grandes y pequeños, jóvenes y adultos. Algunos lucían bonitos collares, moños y cascabeles. Los maullidos eran tantos que prácticamente se escuchaban al unísono.
Satoru no se movió de la comodidad de aquella manta calentita, pero habló: —Queridos felinos, los he reunido aquí porque su ayuda es requerida —anunció, y luego levantó la cabeza para mirar a Karai—. Habla, estúpida.
—¿E-Eh? —La Yotsuki tragó saliva, ofuscada y confundida por la presencia de tantos animales. Los gatos estaban callados y atentos—. Y-Yo... E-Estoy buscando a mi gato, se llama Kōmori —explicó. Los miraba a todos, pero entre ellos no llegaría a distinguir a su querida mascota—. Su pelaje es de color negro, como el carbón. Tiene ojos así, como los míos —señaló—. Y... y sus colmillos sobresalen de su boca. Creo que se ha extraviado, lleva días lejos de casa y... y por eso necesito la ayuda de todos ustedes.
—¡Bien! —exclamó Satoru—. Ya oyeron a esta humana apestosa. Corran la voz, busquen, ayuden a un hermano felino a volver sano y salvo a su hogar.
Los gatos de inmediato se dispersaron, dejando a Karai a solas con aquella blanca nube parlanchina.