[Pacto de Invocación] ¿Dónde está Suguru Gato?
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Última modificación: 24-04-2024, 03:15 AM por Karai.
Kumogakure no Sato.
Algún día, en algún momento.


Karai, es importante que lo tengas en cuenta. A veces, los gatos se alejan para morir —explicaba la señora Bajiki, mientras limpiaba atentamente una copa, de pie junto a la barra de la taberna.

¡¿Cómo dice eso?! —chilló la Yotsuki, dando un golpe de mano abierta en la mesa. Para ella, semejante idea era inaceptable. Enojada, empujó bruscamente hacia atrás la silla donde estaba sentada y se levantó dispuesta a largarse—. ¡No vuelva a decir eso! ¡Encontraré a Kōmori, ya verá!

Un fortísimo portazo haría eco en el salón. Al otro lado de la puerta de la taberna, se desprendió de la madera oscura un folleto que acabaría en el suelo, pisoteado por los transeúntes. Era un dibujo, más bien un manchón negro con ojos amarillos que pretendía ser un retrato, y en la parte inferior resaltaba una frase gigantesca escrita con marcador rojo: <<¿Has visto a este gato?>>

Durante días, Karai lo había intentado todo: Registró la casa mil veces, buscó en cada rincón, dejó comida en la puerta de entrada, recorrió las calles gritando su nombre, buscó bajo cada arbusto, de día, de noche, hasta pegó esos estúpidos carteles hechos a mano por todo el barrio. Y Kōmori no aparecía.

Esa tarde, la desesperación llevaría a la Yotsuki a tomar una decisión precipitada. Nunca había hecho un pacto de invocación, pero conocía la forma de forzar a una criatura a presentarse ante ella. Aunque no sabía con que se iba a encontrar, solo esperaba que los sentidos desarrollados de cualquier animal pudiesen ayudarle.

En correcto orden, formó los sellos: i, inu, tori, saru, hitsuji. Y estampó la palma abierta contra el suelo.

Un inesperado estallido la haría trastabillar, y acabaría sentada en la tierra polvorienta del patio de su casa. Delante de ella flotaba una gran nube de humo, y Karai tosió, y sopló y agitó las manos, tratando de disiparla. 

Poco a poco, empezaría a distinguir: Exuberante y sedoso era su pelo, del blanco más reluciente que había visto jamás. Esponjoso, como una nube, parecía hecho de algodón. Con elegancia y movimientos meticulosos acicalaba la rosada almohadilla de su pata derecha, deslizando la lengua áspera por cada espacio entre sus dedos. La cola, frondoso plumero, se mecía despacio de lado a lado.

¿Gato? —murmuró Karai. Vaya fortuito escenario.

La elegante criatura bajó la pata y se sentó, en perfecta e inamovible pose, como estatua de mármol.

¿Me dices a mi? —replicó, con marcada soberbia.

La Yotsuki entrecerró los ojos, afilando la mirada para observar con precisión. Ese gato parlante... ¿llevaba gafas negras? Completamente desconcertada, se echó para atrás y apoyó las manos en el suelo, recargando el peso de su cuerpo en ambos brazos.

Un gato que habla —se rio, incrédula—. Un gato que habla, y lleva gafas —De pronto, una carcajada.

¡Irreverente! —reprendió el animal, enseñando el letal filo de sus garras. Karai enmudeció—. NO me digas ''gato'', mi nombre es Satoru.

Satoru... —repitió la morena. Ya no le daba risa—. Yo me llamo Ka-

No me importa como te llames. No te pregunté —interrumpió—. Solo dime para que me has traído a esta mugre, y más te vale que sea importante. ¿Cómo se te ocurre molestarme a la hora de mi baño?

Karai miraba al gato anonadada. No sabía que le sorprendía más, si sus pequeñas gafas redondas, su increíble don del habla, o su carácter de mierda.

¡Habla! Más te vale que no estés buscando firmar un pacto conmigo, porque eso no sucederá. No soportaría ver a diario tu horrible cara tostada.

¿Pacto? No, es que... mi mascota se ha extraviado. Es un gato, igual que tú y... —Entonces cayó—. Espera... ¿tostada?

¿Mascota, dijiste? —El animal empezó a reír, burlón. Su cola bailaba, inquieta—. ¿Qué clase de gato tonto se deja degradarrr de esa manera? A lo mejor se cansó de ti, por eso huyó.

Eres muy grosero —contestó Karai, ya molesta por el tono ofensivo del angora—. Kōmori no ha huido, estoy segura de que algo le sucedió y no ha podido regresar a casa. ¡Por favor! Lo he intentado todo. ¿Podrías ayudarme?

El gato guardó silencio por un instante, pensativo. Solo movía su larga cola, de forma hipnótica, para un lado, para el otro. La muchacha intentaba ver sus ojos detrás de las gafas oscuras pero no podía, y no dejaba de preguntarse ¿por qué demonios ese gato llevaba gafas?

Bien, puedo ayudarte, humana tostada. Por supuesto, esto no será por ti, si no por el bien de un hermano felino. Pero... a cambio tú tendrás que hacer algo porrr mi —ronroneó.

Haré lo que sea —afirmó Karai, juntando sus manos a modo de súplica.

Cárgame —ordenó el gato. La morena se le quedó mirando, visiblemente confundida. ¿Era eso?—. ¡Que me cargues! —Entonces se acercó y tendió los brazos hacia el animal, para levantarlo, pero Satoru le lanzó un feroz zarpazo—. ¡Ni se te ocurra tocarme con esas manos mugrientas! ¡Cárgame con una manta!

Gato caprichoso —protestó la Yotsuki por lo bajo, frotándose la palma que Satoru le había arañado.

Karai entró a la casa y buscó una manta limpia y mullida, y se la enseñó a Satoru antes de intentar envolverlo en ella. El gato apenas levantó la cabeza y arqueó los bigotes, y olfateó. Un simple gesto bastaría para dar su aprobación y dejarse manipular. Con mucho cuidado la morena lo tomó entre sus brazos, y él solito se acomodó.

Ahora llévame un lugar alto, debe ser un espacio abierto —indicó el animal. 

Tal y como el gato había ordenado, Karai lo llevó hasta la terraza de un edificio cercano. Desde aquel sitio se podía tener una vista panorámica de casi todo el barrio.

El gato se revolvió entre los brazos de la muchacha, y sin previo aviso emitió un extraño bufido, un sonido ensordecedor que durante eternos segundos dejaría completamente aturdida a la Yotsuki. Casi aflojó el agarre para dejar caer al felino, pero logró mantenerse firme.

¡¿Qué demonios fue eso?! —Inquirió, casi sin poder oír su propia voz.

Solo espera, estúpida.

Dos minutos, tres, tal vez cinco, y el tejado se llenó de gatos. Llegaban de todas partes, blancos, grises, pardos, atigrados, grandes y pequeños, jóvenes y adultos. Algunos lucían bonitos collares, moños y cascabeles. Los maullidos eran tantos que prácticamente se escuchaban al unísono.

Satoru no se movió de la comodidad de aquella manta calentita, pero habló: —Queridos felinos, los he reunido aquí porque su ayuda es requerida —anunció, y luego levantó la cabeza para mirar a Karai—. Habla, estúpida.

¿E-Eh? —La Yotsuki tragó saliva, ofuscada y confundida por la presencia de tantos animales. Los gatos estaban callados y atentos—. Y-Yo... E-Estoy buscando a mi gato, se llama Kōmori —explicó. Los miraba a todos, pero entre ellos no llegaría a distinguir a su querida mascota—. Su pelaje es de color negro, como el carbón. Tiene ojos así, como los míos —señaló—. Y... y sus colmillos sobresalen de su boca. Creo que se ha extraviado, lleva días lejos de casa y... y por eso necesito la ayuda de todos ustedes.

¡Bien! —exclamó Satoru—. Ya oyeron a esta humana apestosa. Corran la voz, busquen, ayuden a un hermano felino a volver sano y salvo a su hogar.

Los gatos de inmediato se dispersaron, dejando a Karai a solas con aquella blanca nube parlanchina.
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Sentada sobre un tanque de agua con Satoru en su regazo, la morena mantenía la vista en la cadena montañosa del horizonte, ahí donde ya comenzaba a esconderse el sol. Todavía no tenía noticias de Kōmori y estaba muy preocupada.

Tal vez por aburrimiento, tal vez por mera curiosidad, o tal vez porque notaba la creciente inquietud de la muchacha, el gato con gafas quiso conversar:

No es que me importe demasiado, pero cuéntame... ¿Cómo fue que te convertiste en esclava de ese gato? Por favor, no me digas que él te eligió. Pésimo gusto, debo decir —Karai esbozó una sonrisa.

Kōmori era solo un bebé cuando lo encontré. Fue durante una tormentosa y helada noche de invierno. Desde mi hogar pude oír su llanto incesante, y no dudé en salir a buscarlo —le contó, atreviéndose a rozar apenas, con la yema de los dedos, el blanco pelaje del lomo de Satoru. Sorprendentemente, el gato no protestó.

¿Ah, entonces no fue él quien te eligió? Lo secuestraste, desgraciada.

No lo secuestré —negó—. Bueno, tal vez... no sé. Bueno, solo quería ayudarlo.

Continúa, estúpida.

Cuando lo vi, se me estrujó el corazón. Estaba atrapado en un cesto de basura que lentamente se llenaba de agua, aferrado a los residuos. De inmediato lo saqué de ahí, lo envolví en mi abrigo y lo llevé conmigo a casa.

Ahhh, que dura es la vida de los gatos callejeros —suspiró Satoru, dramatizando—. Claro, no es mi caso, pero debe ser dura.

Él ya nunca será un gato callejero —Le aclaró Karai, y apartó su mano del frondoso pelaje—. Desde que llegó a mi vida lo he cuidado, alimentado, acicalado, y duerme en mi cama.

Que asco. Veo que no te importa lo que dicen sobre los gatos negros —dijo. La muchacha se rio.

Claro que no, esas historias son puras tonterías. Cualquier gatito es bienvenido en mi hogar. Todos merecen recibir amor —aseguró.

Pero solo Kōmori vive en tu casa, ¿verdad?

Sí. Kōmori es mi compañero... el único que he tenido —la voz de la morena empezó a temblar, amenazando con quebrarse—. Significa todo para mi. Si algo le pasa, yo...

¡Ya, ya, ya! —interrumpió el impaciente Satoru—. No me conmoverán tus lágrimas. Solo esperemos.


Tal vez por aburrimiento, tal vez por mera curiosidad, o tal vez porque notaba la repentina abstracción del gato con gafas, la Yotsuki quiso conversar:

¿Por qué te desagradan los humanos? —preguntó. Satoru la miró.

Porque son asquerosos —resolvió pronto. Tras un breve silencio, incapaz de contenerse, continuó:—. Sinvergüenzas, buscavidas, mujeriegos, malavida, porquerías, mentirosos, desgraciados, embusteros...

Vaya, ¿Quién te hizo tanto daño? —lo interrumpió Karai. El gato bufó, y la frondosa cola se revolvió expresando su molestia.

Una vez firmé un pacto con un humano —La morena lo miraba desde arriba, expectante—. Un pacto, un contrato firmado con sangre. Él podía invocarme, así como lo has hecho tú, pero a voluntad.

¿Y qué pasó?

El gato guardó silencio unos instantes. Parecía reacio a contar, pero acabó cediendo.

Él no fue bueno conmigo —Su voz se tornó muy seria—. Solo me usó como una herramienta, una y otra y otra vez. Hasta intentó sacrificar mi vida en incontables ocasiones, como si no valiera nada. Nunca me vio como tu ves a tu gato, ni como un compañero, ni mucho menos... ¡Por fortuna, ya está muerto! —se rio al final, notoriamente contento y aliviado—. Desde que me libré de ese maldito, no he vuelto a pactar con otro humano. No valen la pena.

Pero... si sabes que no todos los humanos son iguales, ¿verdad?

El gato resopló y giró la cabeza, desviando la mirada.

Vaya que eres estúpida. Los humanos son los que menos deberían fiarse de otros humanos. Todo lo que saben hacer es lastimarse y matarse en sus tontas peleas sin sentido. Eres una kunoichi, ¿no? Ya deberías saber como funciona tu mundo.

Sorprendida, Karai guardó silencio. A lo mejor Satoru tenía razón. 

Muy pronto, un grupo de gatos regresó a la terraza. Maullaban y caminaban de un lado a otro, pero Karai no comprendía ninguna de sus señales. Satoru se mostró atento y comunicativo.

¿Qué pasa? —Le preguntó la morena, ansiosa—. ¿Qué dicen?

Bueno... —El animal de las gafas suspiró—. La buena noticia es que estos gatos han encontrado al felino que estás buscando. Está vivo. La mala noticia es que lleva días atrapado en un árbol y no puede bajar, porque está herido.

¿HERIDO? —El corazón de la Yotsuki dio un vuelco.

Según entiendo, un perro lo persiguió y alcanzó a morderle la pata, pero se salvó al trepar el árbol.

¡Ay, no! —Karai ya estaba botando lágrimas.

También le ha dicho a estos gatos que en realidad no se llama Kōmori, que ese tan solo es el nombre que tú le has dado. Su verdadero nombre es Suguru Gato.

¿Qué? —La morena palideció—. ¿Cómo que Suguro?

SU-GU-RU GA-TO —corrigió el felino, impaciente—. ¡Respeta su identidad, estúpida! Su madre le puso nombre antes que tu.

Bueno, bueno... ¿Y donde está? —Al final, el nombre era lo de menos.

Ellos te guiarán —indicó, y un maullido de Satoru bastó para que los gatos empezaran a moverse.

Los felinos llevaron a Karai a una zona alejada del barrio, donde predominaban los descampados y había algunos árboles antiguos. Los gatitos se acercaron al tronco de un pino gigantesco, rodeándolo, clavando sus uñas en la corteza, emitiendo sonidos. 

Al levantar la cabeza la morena pudo ver, a muchos muchos metros de altura, al pequeño Kōmori agazapado en una rama. Apenas se distinguía como una manchita negra entre el frondoso verdor de las acículas.

¡Kōmori! ¡Dios mío, Kōmori! Aguarda, subiré por ti —chilló Karai. Dejó al gato pomposo en el suelo, envuelto en la seguridad de su manta, y se adelantó hasta el gigantesco árbol.

¡Deja de llamarlo así, estúpida! —regañó Satoru.

La Yotsuki trepó con habilidad hasta la parte más alta del pino, donde estaba atrapado el pobre gato negro. Soltando débiles maullidos expresaba su nerviosismo y temor. En su expresión, con los bigotes y orejas retraídas, se notaban el dolor y la tristeza.

Tranquilo bebé, te bajaré —le dijo ella, entonando una voz reconfortante a la vez que estiraba un brazo para sujetarlo firmemente por la piel de la nuca. Inmóvil y asustado, Suguru Gato se dejó manipular.
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Agradecida por la ayuda de los felinos, Karai los despidió y se apresuró a regresar a casa con su gato, y también con Satoru. Debía buscar dinero, y llevar a su amigo herido con un veterinario.

Mi pequeño Komo-... Su-Suguru —corrigió, al saberse apuntada por la mirada furtiva de Satoru—. Me alegra tanto haberte encontrado. Ya no tienes por qué temer, estás a salvo. Y no te preocupes, haremos que atiendan tu patita. Te quiero mucho.

Karai repartía besos y caricias a su gato negro mientras lo estrujaba contra su cuerpo, y él, dócil y contento, respondía con maullidos y se dejaba hacer.

Te compraré nuevos juguetes, y un nuevo rascador, y también salmón fresco, te lo mereces por haber sido tan valiente. Esta noche dormiremos juntos, y por la mañana tomaremos el sol que entra por la ventana. ¿Qué te parece, Suguru?

Karai no paraba de hablar, y Satoru observaba. Su cola pomposa lentamente se movía, de lado a lado.

De pronto, se descubrió a si mismo experimentando un sentimiento que había olvidado: Envidia. Sí, claro. Él también quería eso. Quería lo mismo que Suguru Gato tenía.

El trauma y el rencor hacia los humanos se habían convertido en una coraza que no le permitía aceptar que él también quería ser un gatito mimado, que solo necesitaba amor, comprensión y ternura.

Y Karai era una estúpida, apestosa, mugrienta, y estúpida, y tostada, pero había demostrado que era buena y se preocupaba por los animales, y estaba claro que quería muchísimo a Suguru Gato.

Muchas gracias, Satoru. Sin tu ayuda yo...

Sí, sí, no te pongas sentimental.

Entonces, ¿Qué es lo que debo hacer por ti? ¿Cómo puedo compensarte?

El gato ignoró por completo sus palabras, y se dispuso a desfilar por la casa, meneando esa cola pomposa y apenas apoyando sus impecables patitas en el suelo. Recorrió todos los rincones, oliendo e inspeccionando. Se subió al sofá, a la cocina, entró y salió del cuarto, miró por cada una de las ventanas, y entonces regresó con Karai.

Bien. Me quedaré —sentenció, y juntando sus patitas manifestó un pergamino frente a él—. Firma.

¿Qué? —La morena y su gato se mostraron sorprendidos.

Firma el pacto, estúpida. Vamos, no me hagas arañarte para sacarte la sangre.

¿Hablas en serio? ¿Quieres quedarte... con nosotros?

¿Todavía sigues aturdida? ¿Acaso no hablé claro?

Si bien anteriormente había exigido una retribución, decidió que no iba a pedirle nada más a cambio. Karai, sin saberlo, había pasado la prueba más importante: Restaurar su fe en los humanos. Ante los azulados ojos felinos de Satoru, ella era una persona confiable.

Feliz de recibir a otro gato en su vida y en su hogar, Karai accedería a firmar el pacto.
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