La Melodía de la Venganza
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En una noche oscura y nebulosa, tres ninjas extremas sombras, miembros de la ya conocida Yakuza, pero más importante aún, nativos de la pequeña hoshi se deslizaban sigilosamente por las calles de un pequeño pueblo, donde el Chiakamtsu, llevaba algunos días oculto. Sus pasos eran apenas audibles, entrenados en el arte del sigilo y la clandestinidad. Sus rostros ocultos tras máscaras, cada uno portando las marcas distintivas de la orden a quien representaban, sus ojos brillaban con determinación mientras avanzaban hacia su objetivo: encontrar a Kaito.

Habían descubierto el papel que Kaito desempeñó en el ataque a Hoshigakure, una información valiosa que decidieron no reportar a sus superiores. En cambio, ambiciosos de poder y llenos de ira decidieron cobrar venganza y así actuar por tomar la justicia en sus propias manos y buscar al joven rebelde personalmente.

Los ninjas de la Yakuza sabían que encontrar a Kaito no sería una tarea fácil. Había demostrado habilidades formidables en el pasado, y su capacidad para el sigilo y el combate era conocida. Pero estaban decididos a cumplir su misión, a cualquier costo.

Con cautela, se deslizaron por callejones oscuros y tejados silenciosos, cada uno alerta ante cualquier signo de peligro. Sus sentidos agudizados escudriñaban el entorno, buscando cualquier indicio de la presencia de su blanco, Sabían que debían actuar con rapidez y astucia si querían tener alguna posibilidad de éxito.

Mientras tanto, en algún rincón oculto de la ciudad, Kaito también estaba en guardia. Había sentido el cambio en el ambiente, la presencia sutil pero palpable de la amenaza que se cernía sobre él. Sus sentidos estaban alerta, sus músculos tensos, preparados para enfrentar cualquier desafío que se presentara.

El encuentro entre Kaito y los ninjas de la Yakuza era inevitable. En esa noche oscura y cargada de tensión, el destino los había entrelazado en un enfrentamiento que cambiaría el curso de sus vidas para siempre.


Los tres ninjas de la Yakuza se movían con precisión y coordinación mientras se acercaban al escondite de Kaito. Sus movimientos eran silenciosos, casi imperceptibles en la oscuridad de la noche. Se mantenían alerta, sus sentidos agudizados, listos para cualquier sorpresa que pudiera surgir.

Finalmente, llegaron al lugar donde sospechaban que Kaito se encontraba. Era un callejón estrecho y poco iluminado, rodeado de edificios abandonados y sombríos. Con cautela, los ninjas se dispersaron estratégicamente, rodeando el área y cubriendo todas las posibles rutas de escape.

El líder del grupo, un ninja experimentado con una mirada fría y determinada, dio una señal a sus compañeros. Con movimientos fluidos y precisos, se acercaron sigilosamente al escondite de Kaito, listos para emboscarlo en cuanto apareciera.

El silencio se hizo aún más denso mientras esperaban. Cada segundo parecía una eternidad, con la tensión palpable en el aire. Finalmente, un ligero crujido resonó en el callejón, seguido de un susurro apenas audible. Era Kaito, moviéndose con la misma cautela que sus perseguidores aproximándose a aquel callejón donde un pequeño laboratorio improvisado le esperaba.

En un instante, los ninjas de la Yakuza se lanzaron hacia adelante, saliendo de las sombras y rodeando a Kaito antes de que pudiera reaccionar por completo. Lo tenían acorralado, sin posibilidad de escapatoria.

Kaito, aunque sorprendido por la emboscada, no demostró signos de miedo. En su lugar, su rostro reflejaba determinación y alerta, sus ojos escudriñando a sus adversarios en busca de una oportunidad de escape o de enfrentamiento.

El líder del pequeño grupo dio un paso adelante, su presencia imponente llenando el callejón. Con una voz fría y amenazadora, pronunció las palabras que anunciaban el comienzo de un enfrentamiento inevitable:

—Kaito Chikamatsu, tus días de libertad han llegado a su fin. Ríndete ahora, o enfrenta las consecuencias, venimos en nombre de hoshigakure-.


Silencio fue todo lo que surgió del inmutable Kaito que de modo casi imperceptible deslizó un pergamino entre sus dedos preparado para el combate

El hombre, con su mirada llena de odio y determinación, realizo un extraño sello de manos y de su piel un chakra de color violeta emergió, el Chikamatsu parecía reconocer esa técnica, en aquel toreno de isla papaya uno de sus rivales era capaz del mismo ninjutsu y el chikamatsu sabía lo peligroso de éste. A sus espaldas el más joven de los tres atacantes desenfundó una flauta ornamentada de extraño aspecto, y el tercero de los hombres hizo un ademan tan rápido como la luz lanzandose contra Kaito con dos delgadas espadas.

Kaito pudo evitar sin mucho problema al espadachín a la vez que invocaba a su marioneta aracnida. Kumo

Al instante, el aire se llenó de una energía oscura y opresiva. Desde las sombras, surgieron extrañas criaturas, distorsiones grotescas de la realidad, invocadas por el poder de las flauta del joven ninja detrás de Kaito. El propio chikamatsu las reconoció como arte de su propia especialidad, el genjutsu. Cada una de estas abominaciones se movía con ferocidad, listas para atacar a Kaito con una furia desenfrenada.

Kaito, por su parte, se mantuvo firme frente a la embestida de los yakuza. Con un gesto de su mano, desplegó desde su marioneta, extrañas navajs cada una más intimidante que la anterior. Con movimientos expertos, comenzó a manipular los hilos con destreza, utilizando su maestría, disipó  las ilusiones del flautista y usó su propio genjutsu para confundir y desorientar a sus adversarios.

El odio ardía en los ojos de los yakuza de la tierra de la estrella mientras observaban la habilidad y el poder de Kaito. Se sentían desafiados, humillados por la presencia de este intruso en su territorio. Con cada movimiento, nuevas ofensivas de sus enemigos eran detenidas y el combate se empezaba a inclinarse a Kaito, así su ira aumentaba, alimentando su determinación de acabar con Kaito de una vez por todas.

El callejón se convirtió en un campo de batalla caótico, lleno de marionetas danzantes y monstruos retorcidos. Los gritos de guerra y los golpes resonaban en la noche, mientras Kaito y los yakuza se enfrentaban en un duelo de habilidad, poder y odio desenfrenado.


Con cada movimiento de sus marionetas, Kaito desataba una tormenta de fuerza y destreza sobre los yakuza. Sus entes de madera se movían con una precisión milimétrica, contrarrestando cada ataque y desbaratando los ninjutsu que los ninjas intentaban lanzar.

Con una mirada fría y determinada, se abalanzó sobre el líder de la Yakuza.

Las metalicas y afiladas garras de KUmo, se cerraron alrededor del cuerpo del usuario de kujaku, aprisionándolo con fuerza mientras las delgadas patas de madera se abalanzaban sobre él. Con movimientos ágiles y precisos, las cuchillas y las garras de la marioneta desgarraban la carne del enemigo, dejando un rastro de destrucción a su paso.

Mientras tanto, otro de los ninjas yakuza se encontraba en un duelo desesperado con las ilusiones de Kaito. Sin embargo, la superioridad en habilidad y poder del joven marionetista era evidente. Con cada golpe y cada embate, Kaito demostraba su dominio sobre sus entes de madera, superando los ataques de su oponente con facilidad.

Finalmente, el líder y el espadachin entre los ninja cayeron derrotados bajo el poder avasallador de Kaito y sus marionetas. Solo uno de los enemigos logró escapar con vida, pero no sin antes presenciar la devastación que había causado el joven marionetista. 


Kaito persiguió al ninja restante con determinación a través de los oscuros callejones de la ciudad. Cada paso lo acercaba más a su objetivo, alimentando su sed de venganza contra aquellos que osaron enfrentarlo. Sin embargo, el destino tenía preparada una trampa para él.

Finalmente, el ninja restante se detuvo en un callejón estrecho y oscuro, donde parecía esperarlo. Antes de que Kaito pudiera reaccionar, surgieron más shinobi de las sombras, rodeándolo con habilidad y destreza. Kaito se encontraba ahora en desventaja numérica, pero su determinación no flaqueó.

Antes de que pudiera actuar, un sello brillante se materializó frente a él, emitiendo una energía oscura y ominosa. Con un destello cegador, el sello se activó, envolviendo a Kaito en un aura de poder maldito. Una fuerza invisible lo inmovilizó, impidiéndole moverse o utilizar su chakra.

Kaito luchó con todas sus fuerzas contra el sello que lo aprisionaba, pero era inútil. La trampa había sido efectiva, y ahora se encontraba a merced de sus enemigos. Con impotencia y rabia ardiendo en su interior, Kaito se preparó para enfrentar lo que viniera a continuación, sin rendirse ante la adversidad.


Los ninja trasladaron a Kaito a un lugar oscuro y lúgubre, lejos de cualquier mirada indiscreta. Lo encadenaron a una pared, dos shinobi manenian sellos inibidores sobre Kaito mientras este reposaba en el muro, con sus manos atadas firmemente sobre su cabeza, dejándolo vulnerable a los crueles designios de sus captores. La habitación estaba iluminada solo por un débil foco, que arrojaba sombras siniestras sobre las paredes descascaradas.

Con miradas frías y determinadas, los  se prepararon para el interrogatorio. Uno de ellos se acercó a Kaito con un látigo en la mano, mientras que otro sostenía un cubo de agua helada y un tercer miembro del grupo mantenía un cuchillo afilado cerca.

—Vas a hablar, marionetista —gruñó uno de los yakuza, con voz ronca y amenazadora—. No vamos a tolerar tus juegos. Sabemos que estás involucrado en el ataque a Hoshigakure, y queremos toda la información ¿Quién era el tatsumaki?.

Sin decir una palabra, Kaito permaneció en silencio, con la mandíbula apretada y los ojos fijos en sus captores. No mostraría debilidad ante ellos, no importaba cuánto lo torturaran.

El yakuza con el látigo avanzó, descargando un golpe cruel sobre la espalda de Kaito. El dolor se extendió por su cuerpo, pero no emitió ni un gemido. Los golpes continuaron, uno tras otro, mientras los otros yakuza observaban con satisfacción retorcida.

Durante horas los golpes se alternaron con multiples preguntas que el aturdido a Kaito se negó a responder 

Luego, llegó el turno del agua helada. El líquido gélido fue arrojado sobre el cuerpo de Kaito, haciéndolo temblar de frío. Aún así, su expresión permaneció imperturbable, su determinación inquebrantable.

Incluso shinobis especializados trataron de perturbar la mente del Chikamatsu, pero Kaito simplemente no cedía al paso de las horas 

Por último, el yakuza con el cuchillo se acercó a Kaito, amenazante. Con movimientos calculados, trazó líneas en el aire con la hoja afilada, insinuando el daño que podía causar.

—Habla, marionetista —espetó—. O las cosas se pondrán mucho peor para ti.

Pero Kaito guardó el mismo sepulcral silencio, resistiendo con valentía cada golpe, cada amenaza, cada tortura. Su mente estaba enfocada en un único propósito: proteger sus secretos a cualquier costo. Y así, soportó el brutal interrogatorio, negándose a ceder ante la crueldad de sus captores, aún cuando su delgado cuerpo no podía ni siquiera mantenerse erguido, su mente seguía fuerte.


Después de horas de tortura sin éxito, los yakuza decidieron recurrir a una táctica aún más desesperada y siniestra. Reunieron a sus lideres de interrogación dos shinobi terribles los más hábiles practicantes de medicina oscura, cuyas habilidades superaban incluso las de Kaito en ese campo. Con maestría inquietante, prepararon un ritual oscuro destinado a extraer las técnicas de sangre de Kaito, buscando arrebatarle sus habilidades más preciadas.

Kaito, debilitado pero aún lleno de determinación, observó con impotencia lo que estaba por suceder, el mismo había estudiado esa habilidad y con temor observaba cómo los yakuza preparaban su próximo tormento. Sabía que este sería el desafío más grande al que se había enfrentado hasta ahora, una prueba de resistencia y voluntad que pondría a prueba incluso sus límites.

Con una crueldad implacable, los yakuza llevaron a cabo el ritual, invocando fuerzas oscuras y retorciendo la realidad misma para alcanzar su objetivo. Kaito sintió el dolor agudo de la magia oscura que lo envolvía, como si estuviera siendo desgarrado desde dentro.

A medida que el ritual avanzaba, Kaito luchaba por mantenerse consciente, resistiendo con todas sus fuerzas el tormento que le infligían. Sus habilidades de control de la sangre, tan intrínsecamente ligadas a su ser, parecían desvanecerse lentamente bajo la influencia de la magia de los yakuza, el cuerpo de Kaito de desvanecía mientras decenas de mangueras extraían y filtraban su sangre.

A cada segundo los dedos Kaito dolían como nunca, aquellos musculos que antes habían activado tantas veces su famoso kugutsu comenzaban a adormecerse, poco a poco era como sí su cuerpo olvidara aquellas habilidades.

El dolor era abrumador, pero era aún peor el sentimiento de vacío que le seguía a aquel dolor.

Con la última y desgarradora pérdida de sus habilidades de marionetista, Kaito se sintió consumido por una mezcla de ira, dolor y desesperación. En medio de su agonía, su autocontrol finalmente cedió, algo profundo dentro de él se agitó, una fuerza antigua y poderosa que había permanecido dormida durante toda su tortura.

El espíritu de la bestia con colas Saiken, aquel fragmento de la bestia antediluviana latente en su interior, sintió el sufrimiento de su portador y respondió con un estallido de furia incontenible. Con un rugido ensordecedor, la bestia despertó de su letargo, desatando una cascada de chakra que envolvía a Kaito y a sus captores por igual.

El poder de la bestia se manifestó con una violencia desenfrenada, miles de bulbos y tentaculares espacios sin forma, hechos de una masa de chakra, tan corrosivo como el peor de los ácidos crecían, se arremolinaban desde Kaito devastando todo a su paso. El chakra rugía como un torrente furioso, arrasando con la sala de interrogatorio y consumiendo a los ninja que habían osado despojar a Kaito de su legado.

El caos reinaba mientras la bestia rugía en lo más profundo de la psique de Kaito, liberando una oleada de destrucción que consumía todo a su paso. El edificio temblaba y se desmoronaba bajo el impacto de su ira, mientras los yakuza eran reducidos a cenizas por la furia desatada del espíritu de la bestia.

En medio de la devastación, solo el flautista que había guiado a Kaito a la trampa logró escapar, viendo con horror cómo la venganza se desataba ante sus ojos. Mientras tanto, Kaito yacía en el suelo, al borde del colapso, su mente envuelta en una neblina de dolor y pérdida.

La explosión de chakra finalmente se desvaneció mientras Kaito notó como hasta la ultima gota de aquel extraño poder del biju se perdía en aire, dejando atrás un paisaje de destrucción y desolación. Kaito se encontraba solo en medio de los escombros, su cuerpo agotado y su espíritu destrozado por la brutalidad de lo que acababa de suceder. Aunque había logrado vengarse de sus captores, el precio que había pagado era alto y las cicatrices de esa noche permanecerían con él para siempre, pero la paz no acompañaba al marionetista. A lo lejos, a unos 100 metros el flautista aquel que lo llevó a aquella situación magullado se revolcaba buscando alejarse de Kaito.

Con renovada determinación, Kaito se puso de pie entre los escombros, su mirada ardiente con un deseo de venganza incandescente. No dejaría irse a aquel flautista que lo había llevado a la trampa, y estaba decidido a hacerle pagar por ello.

Persiguió al flautista a través de las oscuras ruinas y más allá, hasta las inhóspitas montañas que se alzaban en el horizonte. Con cada paso, el cuerpo destrozado de ambos se movía más lento, pero la ira de Kaito crecía, alimentada por el recuerdo del sufrimiento que había soportado a manos de aquel que ahora huía delante de él.

Finalmente, Kaito alcanzó al flautista, quien, al ver el fuego en los ojos de su perseguidor, supo que su destino estaba sellado. Sin piedad, Kaito realizó un único sello de manos, entró en la mente de aquel jove y lo sometió a una tormenta de genjutsu, torturándolo con las peores pesadillas imaginables, retorciendo su mente hasta que apenas podía distinguir la realidad de la ilusión.

Cuando el flautista yacía herido y roto, Kaito ejecutó su venganza final. Con manos hábiles, se dispuso a abrir en canal con sus propias manos el cuerpo de aquel ninja, y replicando gracías a sus sanguijuelas ankoku aquel procedimiento que él mismo había pasado a penas hace unos momentos, drenando la sangre del flautista arrancó la habilidad de clan de aquel ninja y la implantó en sí mismo, absorbiendo su poder y su conocimiento con una sensación de satisfacción cruel.

Ahora, Kaito se alzaba como un ente que ni el mismo reconocía, el maestro de las marionetas había muerto, había perdido su ser, su sangre y la ultima conexión con su linaje y su tierra, a cambio una extraña fuerza había sido implantada en su cuerpo.

El chikamatsu miró sus manos temblorosas con terror mientras algunas lagrimas se deslizaban sobre su rostro, muerto en vida, caminó al destazado cadaver del flautista y tomó de sus bolsillos una pequeña flauta negra de algun extraño metal, la colocó entre sus dedos temblorosos y se dispuso a marcharse destrozado, presa de la incertidumbre y el miedo de nunca volver a ser el shinobi que alguna vez fue,

El único bastión ninja de la yakuza o de hoshigakure que conocía la identidad de Kaito había muerto, pero el precio de mantener sus secretos había sido alto, el maestro de las marionetas se había ido para siempre.
[Imagen: XHDVgN8.png]
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