El color del otoño (紅葉)
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Última modificación: 12-06-2024, 06:51 PM por Karai.
Jūichigatsu, 15 D.K.
País de los Pájaros, Gran Cordillera del Oeste.

[Imagen: 89da5c2d6a91c540f9cc2a5745d76a357752d31e.gifv]


En la solitud de aquel paraje repleto de árboles todavía frondosos, los arces rojos se mecían proyectando sus sombras danzantes sobre aguas calmas que reflejaban el esplendor del otoño. La tonalidad de las hojas contrastaba maravillosamente con el color de los ginkgos y con el verde aún persistente de algunos pinos y cedros cercanos, que pintaban el paisaje con una amplia gama de acuarelas que iban desde los amarillos más suaves hasta los rojos intensos y profundos.

Bancos de piedra y viejas linternas erosionadas y enmohecidas bordeaban el lago que era hogar de aves y peces coloridos. El sonido del viento ligero meciendo las ramas de los árboles y el murmullo suave del agua se entrelazaban para orquestar una melodía pacífica que inundaba el ambiente.

Rodeada por un colchón de hojas crujientes estaba sentada Karai, sobre su propio abrigo, con los codos apoyados en las rodillas. El cabello púrpura caía en mechones desordenados sobre su frente. Con el ceño ligeramente fruncido, buscaba enfoque y concentración, tratando de sumergirse entre las páginas de un libro. Pero no podía, no había forma, no lograba abstraerse de sus ideas. Los ojos de oro recorrían cada línea, cada párrafo, mas no recogían las palabras.

Resignada, suspiraría con pesadez, encorvando la postura y agachando la cabeza. Entre las manos el libro, abierto en un capítulo que leyó al menos siete veces, y del que no había podido retener una sola oración. No paraba de pensar.

Igual que las copas eran transformadas por el otoño, Karai estaba cambiando sus colores. A pesar de que nadie lo entendiera, alejarse de todo mientras mudaba la piel había sido una buena idea -o eso creía-, para tratar de mantener fresca su mente durante aquella metamorfosis.

Llevaba ya un par de semanas lejos del País del Rayo, y no pretendía regresar pronto, ofuscada por un profundo sentimiento de soledad e incomprensión, de desconexión, de no pertenencia. En poco tiempo todo se había vuelto extraño para ella. Tenía más dudas que certezas, abrumantes cuestiones que nunca le habían hecho ruido y ahora no paraban de rebotar como ecos en las paredes de su consciencia. 

<<¿Quién soy? ¿A dónde voy? ¿Por qué las estrellas de los demás se ven más brillantes que las mías?>>

La brisa otoñal avivaría de golpe el susurro de los árboles. Revelaban, al caer, su anverso y reverso las hojas de los arces. El sol de su mirada danzaría junto a ellas, acompañándolas hasta encontrar descanso sobre el agua, y se posaría allí, en la superficie cristalina, como un tenue atardecer dorado.
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El otoño parece acercarse y las hojas, que antes eran muy verdes, ahora exhiben tonos marrones, café e incluso naranjas y amarillos. La mayoría caen al suelo, danzantes, y se unen, nutriendo las tierras del País de los Pájaros. Nadie parece notar este intrínseco proceso más que el desenfadado rubio, quien se encuentra en medio de él. A pesar de la envidiable belleza del paisaje, Renji tiene asuntos más importantes que atender. Su presencia en el País de los Pájaros se debe a cuestiones administrativas y de mejora de calidad de vida para su organización. Aunque la situación era simple, la responsabilidad lo llevó a emprender este pequeño viaje.

Tras una reunión agotadora, Renji exhala un largo suspiro al cruzar la puerta de madera. Su rostro muestra un cansancio que no se refleja en otros aspectos físicos. Como responsable de estos asuntos, ha logrado algunos resultados fructíferos, los cuales pronto compartirá con Samuru, quien le asignó la misión.

La puerta se cierra fuertemente tras él, probablemente golpeada por el dueño. No cualquiera puede permitirse la falta de preocupación con la que Renji suele enfrentar cualquier situación. — Bien. He terminado con las visitas. Creo que es hora de tomarme un respiro — dice con total tranquilidad mientras avanza sin una dirección específica en mente. Tras unos cuantos metros, se detiene para observar a su alrededor. — Quizá hacia allá — piensa en voz alta.

La zona turística más cercana está a pocos metros de su posición actual. Considerando que su punto de reunión se encontraba en un páramo desconocido, no le queda más opción que avanzar en esa dirección. Y caminar sin rumbo aparente es una de las actividades favoritas del chico.

Renji afianza sus pertenencias a ambos lados de su cuerpo. El viaje será probablemente largo, por lo que prefiere llevar consigo todo lo necesario. Estira los brazos hacia los costados, presionando la zona de la cintura, la parte posterior y la espalda baja, haciendo crujir algunos huesos.

— ¿Me habré fracturado algo? — se pregunta mientras sus pies abandonan el suelo y aterrizan en el tejado cercano. — Pues parece que no. — sonríe, observando con más comodidad debido a la altura. Apenas puede distinguir un camino enmarcado, pero hay algunas carrozas y personas que van de un lado a otro muy cerca de esa zona.

Ágil y grácil, Renji emprende una carrera a velocidad media, acercándose de un único salto a uno de los árboles más cercanos. Allí aterriza sin problemas y avanzaría durante unos cuantos kilómetros antes de necesitar una parada técnica para comer algo.

— Mi estómago ya ha empezado a pedir combustible — bromea en voz baja, aún a media altura, frenando al tocar la próxima rama.

Buscando en su bolsa de tela vieja, encuentra una pequeña bolsa de frituras, aparentemente lo último que le queda. ¿Se está quedando sin provisiones? Sin alarmarse, encoge los hombros y abre la bolsa para llevarse lentamente la primera pieza a la boca. Sin embargo, en medio de la nada, nota una peculiar presencia... ¿Una chica? Es muy morena, piensa.

A escasos metros, descansa la joven Karai con un libro en la mano. Hasta el momento, no parece estar consciente de la presencia de Renji, sumida en sus pensamientos. Curioso, decide acercarse de árbol en árbol hasta posicionarse silenciosamente sobre ella. ¿Habrá escuchado algo? Probablemente, pero a Renji no le importa.

— ¿Qué lees? — pregunta súbitamente, mientras la fritura cruje en su boca, acompañando la inesperada intervención.

En ese instante, no puede evitar recordar a Kaname. ¿Son todas las mujeres tan distraídas? O ¿es solo casualidad? Su mente ya empieza a trazar conclusiones apresuradas mientras observa desde arriba, en un encuadre un tanto gracioso, la melena de la chica del Rayo. Las pocas migajas de comida se escapan entre sus muslos y caen suavemente en dirección a la morena.
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¿Eh? —apenas llegó a levantar la cabeza— ¡AH! —Y el libro pareció cobrar vida entre sus manos, saltando de derecha a izquierda como papa caliente, desafiando su firme agarre antes de que pudiera asegurarlo y cerrarlo con determinación.

Los ojos chispearon, cautelosos, mientras hojas y migajas caían sobre ella. Karai sacudió la cabeza y miró directamente hacia arriba, encontrando en las alturas a un inesperado y curioso espectador. 

¿Cuánto tiempo llevaba ahí, observando? ¿Por qué ella no había sido capaz de anticipar su llegada en el delator crepitar de las hojas secas? 

¿Cómo es que...? tú... eh —las palabras se desvanecieron en un murmullo de sílabas sin sentido.

Sumida en la belleza natural del paraje que la rodeaba, y presa de la soledad melancólica, había bajado la guardia por completo y aquello le costó un buen susto. Un precio a pagar demasiado barato, a decir verdad, teniendo en cuenta que si las circunstancias fuesen otras la Yotsuki podría estar ya de camino a encontrarse con su creador.

¿Siempre te apareces así ante las personas? —preguntó, tan pronto recordó que todavía podía respirar.

No sabia si aquel extraño abandonaría la seguridad de las alturas para presentarse ante ella adecuadamente, o si continuaría su camino sin más, pero Karai decidió adoptar una postura más amigable, dispuesta a responder a la pregunta del muchacho, que no parecía hostil en absoluto. Lentamente bajó las rodillas para extender las piernas y las dobló hacia la izquierda, sentándose de costado. La diestra la apoyó en el suelo, recargando el peso del cuerpo en el brazo e inclinándose levemente para mantener la cabeza en alto. El libro descansó en su regazo.

Estoy leyendo una novela. Bueno... intentando leer —corrigió, desviando la mirada hacia las doradas punteras del encuadernado—. Se llama "Flor de Cardo". ¿Te gustaría echarle un vistazo? —invitó, animándolo a bajar del árbol—. Es una historia muy cautivadora.

Rápidamente la poseyó el impulso de adelantarse y empezar a contarle, con entusiasmo y en detalle, de qué se trataba aquel maravilloso y atrapante relato, resaltando la ardiente pasión con la que el protagonista se dedicaba en cuerpo y alma a su amada y querida Azami. Sin dudas, aquella era una historia que a más de uno le haría hervir la sangre.

<<¿De nuevo, Karai? ¿Otra vez, Karai? ¿No aprendiste nada de tu encuentro con Yagami? >>

El susurro de su voz interna la detuvo. No, no, no. En esta ocasión evitaría ser tan boca floja.
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Última modificación: 24-04-2024, 12:24 AM por Renji Tanaka.
Sentado sobre una de las ramas, los pies del rubio danzaban nerviosamente en el aire mientras se miraba a sí mismo y revisaba su vestimenta y su cuerpo en general. — ¿Tan mal me veo? — Preguntó a la chica, como si temiera haber pasado por alto algún detalle evidente, como comida entre los dientes o algún problema en la cabeza. El rubio revoloteó con la mirada hasta donde pudo y luego volteó nuevamente para mirar al horizonte, casi como si Karai no existiera en lo absoluto.

La joven no tardó en responder adecuadamente. — Hmm, es una buena pregunta. — Allí, el rubio empezó a divagar un poco, pero su mandíbula no dejaba de moverse por las frituras que mascaba. — No lo sé, creo que siempre suelo variar un poco. — Añadió, negando con la cabeza un par de veces. — Como sea. ¿Acaso eso es importante? — Devolvió la pregunta con un tono quizá un poco ofensivo, pero que era típico de su personalidad.

Por lo pronto, la chica parecía mantener la guardia baja, sin mostrarse asombrada ni a la defensiva más allá del momento en que recibió al rubio. Sin embargo, extendió una invitación para que él echara un vistazo al libro. Renji tenía algunas cosas que hacer, pero como siempre, prefería divertirse un poco antes de seguir con las formalidades que se le habían asignado. — Claro. — Confirmó, y con un leve salto descendió de las alturas para aterrizar suavemente y con cuidado a un costado del tronco. Allí, levantó algunas hojas que reposaban en el suelo. — ¿De qué trata? —

— Soy Renji, por cierto. — Dio un semicírculo con pasos lentos y se posicionó de frente a la chica, agachándose para extender su diestra. En ese instante, no pudo evitar observar directamente el rostro de la joven. Extrañamente, sentía una sensación de nostalgia o familiaridad que no lograba ubicar en su interior. ¿Qué era? O más bien… ¿Quién era? — ¿Nos hemos visto antes? — Preguntó. Sus piernas acabaron por doblarse completamente, dejando al rubio reposar sobre el suelo cubierto de hojas marrones y mostazas...

Su diestra se mantuvo en el aire a la espera de un gesto de la morena.
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Renji accedió a participar de la tonta actividad que la Yotsuki había propuesto, lo que le pareció muy simpático de su parte. A lo mejor él estaba igual o más aburrido que ella, y quería matar el tiempo. 

El joven no se tardó en descender del árbol y mostrar interés preguntando por la lectura, pero antes de que la morena pudiese comenzar a contarle sobre aquella apasionante historia, él se adelantaría para presentarse. Ubicándose frente a ella, interpuesto entre sus ojos dorados y la inmensidad del lago, se agachó lo suficiente para tenderle a modo de saludo una mano grasienta que olía a frituras.

Karai miró la palma con rechazo. No sabía que había estado comiendo, pero definitivamente no lo dejaría tocar su libro. Aún así fue educada y correspondió el gesto, y tan pronto como cogió su mano y conectó con su mirada sintió una corriente suave que le subió por el brazo, erizándole la piel y anclándose finalmente en el centro del pecho.

Súbitamente, reconoció en su rostro una familiaridad indescriptible. Algo en sus ojos, tal vez, a lo mejor en la forma que las pestañas claras enmarcaban aquellos orbes color ámbar. O quizás en el alboroto de su cabello, que era incendio vivo, con sus tintes de fuego rubios y anaranjados que imitaban fielmente las tonalidades del otoño.

¿Nos hemos visto antes? —preguntaría, al mismo tiempo que él. Tras la coincidencia, se sonrió.

Aún siendo consciente de semejante improbabilidad, trató de revolver en su memoria, queriendo adelantar una respuesta. Algo resonaba en algún rincón de su mente, como un recuerdo lejano, como la nota de una canción olvidada. Sin embargo Karai no conocía a ese chico. Realmente nunca lo había visto.

Renji decidió permanecer en su lugar y se sentó, cara a cara con la Yotsuki. Obnubilada por aquella chispa de reconocimiento, la morena no se dio cuenta de que continuaba enganchada de la mano ajena. Cuando reparó en lo que estaba haciendo, apartó rápidamente la palma y la escondió de nuevo entre las hojas secas.

E-Es curioso —comentó. La mueca era de duda—. A lo mejor nos estamos confundiendo. Yo no soy de aquí, solo estoy de paso —La zurda se movió nerviosa, tanteando el libro—. Me llamo Karai.
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Aquella suave y amable sonrisa se desvaneció de su rostro en cuanto pudo percatarse de la reacción ajena. Renji, aquel joven de cabellos dorados, notó la expresión de la morena ante su gesto. ¿Habría hecho mal en adelantarse? Se preguntó el rubio, no obstante, el punto focal de todo era distinto a lo que él pudiese creer en aquel instante.

Estrechar las manos era algo “común” en términos de presentación; sin embargo, y como el propio Renji pudo percatarse unos segundos más tarde. Claramente, no era lo ideal buscar estrechar una mano ajena con una capa de sazonador de frituras recubriendo parte de tus dedos. El oriundo de la Roca estuvo a nada de precipitarse ante la reacción de Karai. Retirar su mano fue la primera idea que cruzó por su mente, sin embargo, no decidió a tiempo y acabó siendo correspondido.

Allí, no tuvo más que darle un punto de razón a la joven y resguardar sus propios comentarios. Aquella sonrisa regresó ligeramente a su rostro para redibujarse como una expresión de ligera sorpresa y un toque de confusión… ¿Existen sensaciones más allá del plano de la realidad? Renji no se tachaba como una persona totalmente estoica ante teorías fantasiosas. Podríamos decir que le gusta estar en los tonos grises, donde puede apreciar con objetividad la mayoría de perspectivas.

¿Pero a qué viene todo eso? El planteamiento del rubio, si bien no nació en aquel momento, sí que fue puesto a prueba a raíz de aquella sensación nostálgica que golpeó con fuerza su ser. ¿Quién eres? ¿De dónde eres? ¿Por qué me has hecho sentir de esta manera? Se preguntaba desesperadamente. Sus pensamientos casi que se atropellaban y desbordaban hacia el resto de su mente. Aquella sensación golpeó tan fuerte como para perturbar la constante paz y relajación tan característica de su persona.

Prolongada y con algo de titubeo fue su respuesta — No lo sé… — Respondió milagrosamente. Su mente estaba por explotar y partir hacia un plano muy lejano a la realidad. Tal fue el esfuerzo por encontrar la más mínima coincidencia en su cabeza, que no pudo evitar llevar su zurda a su nuca y rascar.

Lugares, rostros, conversaciones, todo. Rebuscó en cada rincón posible de su memoria, sin poder obtener nada que lo llevase a la morena que tenía en frente y quien aún sostenía su mano. Su corazón se aceleró por milésimas, casi imperceptible, podría decirse. ¿Quién eres? Nuevamente, arremetían las dudas.

La energía que Renji percibía en aquel instante era interesante. Los ojos, el cabello, la forma que Karai habría manifestado en tan pocos segundos de conocerse, aquello era el epicentro de esa remota y desconocida sensación. A Renji le costaba asimilarlo y simplemente dejarlo pasar, pero tuvo que hacerlo…

Un nudo bajó por su garganta en cuanto pudo volver a tomar la palabra — Bueno… — Logró pronunciar el rubio. Sus ojos inspeccionaron la mano contraria de Karai a medida que soltaba la suya. Casi como un gesto surreal y poco educado; observó su propia mano tanto frontal como posteriormente antes de retomar del todo su posición inicial.

¿Así has decidido llamarlo? El rubio, a pesar de querer ir más a fondo, no difería en cuanto a la morena. Aquello era cuanto menos curioso y se arriesgaba incluso a calificarlo como algo más grande, si es que tuviese las palabras en aquel instante para hacerlo. Por ello, simplemente comentó con brevedad — Ciertamente, lo es. — Complementando así la opinión de la Yotsuki.

En son de calmar sus ansias de poder despejar las dudas, suspiró y acomodó su cuerpo mientras Karai se presentaba oficialmente. — Es un placer — Respondió permitiéndose una ligera sonrisa.

El nombre era curioso, hablando de cosas curiosas, claro. Aunque en términos de poder identificarla, solo complicaba las cosas, pues no era un nombre que le sonase mínimamente conocido. La Kunoichi dejó en claro que no era oriunda del País de los Pájaros, simplemente se encontraba de paso, algo que llamó la atención de Renji. — ¿De dónde eres entonces? — Preguntó sin tapujos. Y casi sin dejar margen de respuesta, complementó con su propia presentación. — Da la casualidad de que tampoco soy de estas tierras. Simplemente, me encontraba haciendo unas formalidades. — Ejecutó una ligera pausa para acomodar un mechón de cabello — Vengo desde el País de las Tierras. — Señaló hacia donde él creía estaban sus tierras natales, aunque la verdad, era erróneo, apuntaba hacia el lado contrario.

— Bueno, creo que era por allí… — Dejó escapar una ligera carcajada. En aquel instante su cuerpo sintió relajarse y fluir de manera adecuada con la conversación. — Como sea, no te he dicho mi nombre. Soy Renji, de la Roca. — Añadió y dado que ya se habían estrechado la mano antes, únicamente reverenció de manera rápida y corta, inclinando su cabeza un poco…

Poco tendría para comentar o adicionar de su parte, así que se vio en la obligación de sugerir el inicio de la lectura — ¿Empezamos a leer? — Aunque más bien solo buscaba que la joven empezara a leer cuanto antes y quizá calmar sus pensamientos.
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Renji ya le había dicho su nombre, y ella ya lo había guardado para siempre en un rincón especial de su memoria, pero por alguna razón el joven olvidó que se había presentado previamente y tuvo que repetirlo. Karai volvió a sonreír, reaccionando a esa actitud despistada en la que pudo verse reflejada.

El placer es mío, Renji de la Roca. Yo vengo desde allá —señaló con la zurda—. De un lugar muy distante, donde las nubes acarician las montañas.

¿Por qué se hacía la poeta? Si con decir "Vivo en el País del Rayo" era suficiente. 

Que estúpida —pensó, encogiéndose de cringe al arrepentirse automáticamente de aquella selección de palabras. Pero, por cuestiones de seguridad, prefería no brindar detalles muy específicos sobre si misma. Después de todo, estaba sola y lejos de casa y, a pesar de la sorpresiva e increíble familiaridad que sentía en presencia de su nueva compañía, Renji no dejaba de ser un desconocido.

Bueno —se apresuró a responder, cuando el muchacho sugirió comenzar con la lectura—. Espero que te gusten las historias de amor, Renji de la Roca. Esta es la mejor de todas.

Asegurando sus palabras con un guiño de ojo, Karai abrió el libro y con delicadeza buscó entre las páginas, finalmente deteniendo su mano en las hojas que había estado tratando de leer antes de que Renji apareciera. Levantó el encuadernado a la altura de su mentón, preparándose, y entonces aclaró la garganta e inspiró... pero no llegó a pronunciar una sola palabra. En cambio apretó los labios, sellándolos, y la expresión en sus cejas se torció en forma de pensamiento. Súbitamente, la lamparita se encendió sobre su cabeza y el rostro se le iluminó con la picardía de una media sonrisa.

Hmm, ¿Será que puedes leerlo tú? —propuso, envolviendo la voz en una inocente pregunta—. La verdad es que llevo como una hora intentando meterme en este capítulo, pero no he podido concentrarme. Para colmo, olvidé traer mis gafas.

¿Por qué mentía? Si con lo primero que había dicho ya bastaba.

Decidió callarse la boca y morderse la lengua y, sin esperar una respuesta afirmativa o de cualquier índole, volvió a apoyar el libro ahora abierto sobre su regazo y lo giró, enderezándolo de forma que Renji pudiese verlo al derecho. La idea de que él leyera resultaba mucho más agradable y entretenida para la morena, que disfrutaba mucho de escuchar a pesar de que semejante oportunidad casi nunca se le presentaba. Tanto le agradaba la idea, que no le importaría que Renji tocara su preciado libro con las manos sucias.

Bueno, no. En realidad si le importaba.

Oh, un momento —indicó, con el índice, y buscó en el bolsillo de su abrigo para sacar un pañuelo de tela estampado con dibujos de gatitos. 

Entonces capturó la mano de Renji y sin pedir permiso limpió cuidadosamente sus dedos, tomándose el tiempo necesario, para luego hacer lo mismo con la propia diestra. Era un libro nuevo y no quería estropearlo. Eso, o tal vez solo necesitaba una excusa para volver a establecer contacto con el otro y experimentar ese extraño escalofrío que momentos antes supo erizarle la piel, en un intento vano por descifrar el motivo de semejante sensación.

Finalmente lo dejaría proceder, si se animaba. Las primeras oraciones, las que abrían aquel capítulo, comenzaban por describir un ferviente sentimiento. Karai había leído apenas el párrafo inicial, sin poder llegar mucho más lejos, pero sabía que se trataba de algo intenso porque en esa página se relataba el primer beso entre los apasionados protagonistas; la hermosísima Azami y su enamorado de piel azul.

Aunque ninguno era consciente de ello, aquel instante en que Karai entregó el libro a Renji marcaría el inicio de una historia aparte, una que el otoño comenzaría a escribir solo para ellos dos.
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Última modificación: 12-06-2024, 07:22 PM por Renji Tanaka.
Renji volteó de inmediato, casi como cuando a un niño le muestras algo fantasioso.

—¿Allá? —preguntó, sus ojos revoloteando entre el dedo de la joven y la dirección señalada—. ¿Las montañas acarician las nubes? Vaya, no sabía que las nubes eran tan amorosas —añadió, llevando otra fritura hacia su boca y masticando tan imprudentemente como de costumbre.

—¿Amor? Puaj… —se mostró ligeramente decepcionado. Para ser honestos, Renji era un chico bastante pasional, pero no precisamente con temas amorosos. Era una persona que buscaba vivir plenamente en libertad y constante aprendizaje, pero… ¿El amor? Quizá no era algo que él consideraba conocer a corto o largo plazo. Al menos, eso pensaba…

Renji dejó pasar el momento con total naturalidad. Retomó su posición y su semblante, observando cómo el libro se acercaba al rostro de la joven para iniciar la lectura. Por fin, después de todo este tiempo perdido, aún no había escuchado ni una sola palabra escrita de aquellos textos míticos. Pero no todo era color de rosas, pues nuevamente, justo antes de iniciar, Karai decidió detenerse y sugerir algo un tanto extraño.

—¿Yo? ¿Quieres que yo lea tu libro? —Renji se mostró pensativo, pero después de unos segundos, asintió encogiéndose de hombros—. Supongo que puedo hacerlo —afirmó. Pronto, el rostro de Renji denotó ligera sorpresa. Su mano fue intervenida por Karai y limpiada suavemente con un pequeño trapo de gatitos, interesante.

—Eh… —¿Qué era esa extraña sensación? Era casi como una suave y familiar sensación que recorría su cuerpo en reacción al tacto ajeno. ¿Realmente no la conocía? El rubio intentó corregir su reacción con una sonrisa, pero le fue difícil. Incluso, su rostro se ruborizó involuntariamente, no demasiado, pero probablemente lo suficiente como para dejarlo en evidencia.

—Bien. A ver… —aclaró su garganta e intentó recomponerse. Su diestra, ahora limpia, tomó el libro en cuestión y lo volteó en su dirección para leer concretamente las mismas páginas que la joven Karai—. ¿Era por aquí, cierto? —Su índice se posó sobre el inicio del párrafo y, casi sin esperar respuesta, empezó a leer.

—Aquella noche, Azami se acostó temprano; mañana tenía que estudiar. Sin embargo, un mensaje llegó a su puerrte. Era su amiga, quien la invitaba a pasear un rato. No obstante, la joven no podía evitar recordar aquel encuentro a las afueras, aquel sitio rodeado de rocas y mar, donde por primera vez observó al ser de piel azulada. ¿Quién era? ¿Qué era? ¿Exactamente de dónde provenía? —Renji realizó una pequeña pausa luego de pronunciar aquellas palabras. Irónicamente, esas mismas preguntas atormentaban su mente cada vez que observaba o sentía el tacto de Karai, y por décima vez se preguntó: ¿Quién eres?

Decidido a averiguarlo, bajó el libro y se acercó. Su nariz casi tocaba la nariz de la joven. Sus ojos se clavaron en los ajenos y la observó meticulosamente, esperando poder descifrar.

—¿Estás segura de que nunca nos hemos visto? Porque estoy volviéndome loco. Algo me dice que sí, pero no logro recordarte de ninguna forma —comentó. Permaneció en aquella postura, su diestra reposando sobre el árbol detrás de la morena y su zurda, habiendo colocado el libro a un costado, apoyando así la palma sobre el suelo. La distancia entre ambos era mínima... ¿Sería aquello la respuesta a tan nostálgica y familiar sensación?
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