Última modificación: 22-03-2024, 12:30 PM por Rei.
La joven kunoichi había oído hablar de la Aldea de la Hoja, y había hablado con alguno de sus ninjas. Al fin y al cabo no vivía lejos de ella, y antes de que su pueblo contara con ella para defenderlo contrataban a menudo misiones en este lugar. Pero lo cierto era que nunca se había acercado tanto.
"Uaaa, esto es enooormeee", decía boquiabierta mientras pasaba bajo las murallas. Sus ojos se posaban en todas las cosas extrañas y novedosas que nunca había visto en el pequeño y pobre lugar del que procedía: los techos de teja coloreados, los edificios de más de dos pisos, las calles empedradas y la enorme montaña con un montón de caras esculpidas en ella. "Menudos caretos más grandes...", dijo para sí misma mientras caminaba hacia ellos por la calle principal. Pero entonces se paró en seco, golpeada por un olor delicioso que venía de detrás de unos toldos, y volvió a la realidad. Cuando se acercó a ellos, sin embargo, se dio cuenta de otra cosa increíble: la cantidad de gente que pasaba por aquella avenida.
Los guardias la habían dejado pasar por la puerta pensando que era una pueblerina simple y algo perdida, (algo que en realidad era), pero ahora veía que en la Aldea de la Hoja vivían montones de personas. Rei pensó que si quería encontrar alguna misión allí y mejorar como kunoichi, tendría que darse a conocer, así que durante el camino hasta los toldos de olor delicioso fue presentándose a todo el mundo, haciendo reverencias y sonriendo mucho, "Rei, del pueblecito de los faroles", "Encantada", "Si sabes de alguna misión ninja o algo de eso me dices, ¿si?". Por supuesto aquellas personas no la volverían a ver en la vida, ya que Konoha era muy grande, pero a ella no se le había ocurrido semejante idea, y tras varias huidas, caras de extrañeza y miradas sorprendidas a su polvoriento kimono y a otros lugares, la gente terminó por escapar y llegó por fin a los toldos.
Detrás de ellos el olor era todavía más delicioso. Un mostrador de madera que daba a la calle tenía detrás un montón de instrumentos de cocina, y el aroma se alzaba de ellos y se metía directamente en la pequeña nariz de Rei, que no había olido algo así en su vida. Rápidamente se sentó sobre un taburete, y señaló uno de los humeantes caldos; "¿Esoquees?". El hombre al otro lado de la barra la miró como si estuviera viendo un animal exótico del otro lado del mundo, y luego se encogió de hombros y dijo orgulloso; "Ramen, el mejor de la ciudad".
Veinte minutos después, Rei salía de debajo de los toldos colorada, con la barriga llena y con los bolsillos vacíos. "Pos ahora sí que necesito encontrar trabajo", suspiró satisfecha.
"Uaaa, esto es enooormeee", decía boquiabierta mientras pasaba bajo las murallas. Sus ojos se posaban en todas las cosas extrañas y novedosas que nunca había visto en el pequeño y pobre lugar del que procedía: los techos de teja coloreados, los edificios de más de dos pisos, las calles empedradas y la enorme montaña con un montón de caras esculpidas en ella. "Menudos caretos más grandes...", dijo para sí misma mientras caminaba hacia ellos por la calle principal. Pero entonces se paró en seco, golpeada por un olor delicioso que venía de detrás de unos toldos, y volvió a la realidad. Cuando se acercó a ellos, sin embargo, se dio cuenta de otra cosa increíble: la cantidad de gente que pasaba por aquella avenida.
Los guardias la habían dejado pasar por la puerta pensando que era una pueblerina simple y algo perdida, (algo que en realidad era), pero ahora veía que en la Aldea de la Hoja vivían montones de personas. Rei pensó que si quería encontrar alguna misión allí y mejorar como kunoichi, tendría que darse a conocer, así que durante el camino hasta los toldos de olor delicioso fue presentándose a todo el mundo, haciendo reverencias y sonriendo mucho, "Rei, del pueblecito de los faroles", "Encantada", "Si sabes de alguna misión ninja o algo de eso me dices, ¿si?". Por supuesto aquellas personas no la volverían a ver en la vida, ya que Konoha era muy grande, pero a ella no se le había ocurrido semejante idea, y tras varias huidas, caras de extrañeza y miradas sorprendidas a su polvoriento kimono y a otros lugares, la gente terminó por escapar y llegó por fin a los toldos.
Detrás de ellos el olor era todavía más delicioso. Un mostrador de madera que daba a la calle tenía detrás un montón de instrumentos de cocina, y el aroma se alzaba de ellos y se metía directamente en la pequeña nariz de Rei, que no había olido algo así en su vida. Rápidamente se sentó sobre un taburete, y señaló uno de los humeantes caldos; "¿Esoquees?". El hombre al otro lado de la barra la miró como si estuviera viendo un animal exótico del otro lado del mundo, y luego se encogió de hombros y dijo orgulloso; "Ramen, el mejor de la ciudad".
Veinte minutos después, Rei salía de debajo de los toldos colorada, con la barriga llena y con los bolsillos vacíos. "Pos ahora sí que necesito encontrar trabajo", suspiró satisfecha.