[Monotema] Obligado corre
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Pasos se escuchan.
Zapatos agrietados.
Cordones sueltos.
Coma el que dientes tiene porque puede, no porque quiere.
Obligado corre.

Los pasos se escuchan como campanas que no quieren sonar al unísono, pareciendo estar enojadas unas con otras, rompen conversaciones, confesiones, llantos, gritos. Ellas han de ser el protagonista único en la escena, y así es. De campanas a zapatos, corriendo, caminando, tambaleando, mezclando ritmos, agudizando y agravando pisadas. Del zapato al suelo hay choques poco constantes, poco y sumamente firmes, doblados, raspados, planos.


Manos se agitan.
Saco suelto.
Botones perdidos.
Beba el que boca tiene porque puede, no porque quiere.
Obligado corre.

Las manos se agitan, toman lo que tienen al frente suyo, al costado suyo, atrás suyo, debajo suyo, arriba suyo. Ellas han de ser el protagonista único en escena, y así es. De las manos a lo suyo, rozando, golpeando, apenas palpando o con fuerza apretando, con dedos tocando, apreciando y despreciando texturas. De las manos a la baranda hay choques poco constantes, poco y sumamente firmes, doblados, raspados, planos.


Rostro se aprecia.
Ojos asustados.
Pelo despeinado.
Hable el que lengua tiene porque puede, no porque quiere.
Obligado corre.

El rostro se aprecia como representación única de grieta, demostrando temor ante todo lo que observa, sea vivo o no, sea pequeño o grande, sea permanente o temporal, sea existente o no, sea mental o físico. Él es el verdadero protagonista único en escena, el único real. Del rostro a lo que observa, dientes apretando, respiración agitando, oídos poco o mucho escuchando, ojos demasiado abriéndose.
Obligado corre.
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[No recuerdo cuantas veces lloré con exactitud, mucho menos si mi corazón alguna vez se quebrantó y tensó de tanto miedo y dolor. No recuerdo de alguna vez haber tenido tanto miedo, no a algo, sino a mí. No recuerdo que haya perdido tanto el equilibrio con movimientos controlados que no controlo.]

[Tampoco recuerdo este suceso, ni recuerdo recordarlo. Sucedió, y ya no estoy para contarlo.]

[Recuerdo muy bien que no recuerdo cómo transcurrió esa noche. Fue extraño, la primera vez que tuve tanto terror recorriendo mi cuerpo, sólo para enterarme que yo era el mismo causante de ello. O más bien, una parte de mí.]



Pasos se daban en aquella noche fría, en un principio era un intento de escape de un infierno sin límites que acechaba con cadenas oxidadas, poniéndose cada cadena un paso más adelante del que aquél de sombrero blanco daba. Generaba incertidumbre, deseos de desaparecer, una catástrofe abriéndose paso por los más simples de los sentimientos que en profundidad no ven un detenimiento en ninguna de sus expresiones; sentimiento simple, pero profundo, sin límite, hondo, tanto así que daba miedo que el miedo tocara fondo.

"No tengo lugar a donde correr" repitió en su mente. Estaba cansado, agotado, sin embargo le resultaba imposible por impulso biológico el parar de correr, o al menos el parar de moverse, porque fue después de una hora que empezó a caminar. Cansado estaba desde los primeros minutos, pero lo único que realmente lo relantizó más adelante fue los límites de su propio cuerpo, que a diferencia del miedo profundo sin límite que lo amenazaba, este sí que tenía un límite.

Corrió. Caminó. ¿Y luego?

Luego no, durante: Corrió, gritó, forcejeó, agitó, caminó, perdió, amó, deseó, añoró, detestó, susurró, carcomió, atormentó, creyó, obligó, y por último vomitó.

Un pequeño canal vestido de lo que alguna vez fue naturaleza, luego corrompido por la zona más inferior de las inferiores, ahora ajeno a aquel charco de vomito verde que largó en desesperación y cuerpo ajetreado del de sombrero. Sombrero que cayó sobre aquel canal. Los tres intentando separarse uno de otro, el canal del vómito por diferencia química e intento de evitar pudrir más lo que ya podrido está, luego el sombrero del canal y el vómito, separándose en un intento de evitar ser mojado o ensuciado cuando por sí mismo se trata de una obra de arte hecha para sólo bañarse por el mismo sol.

Por último el vómito.

[El vómito lo recuerdo, él no quería estar solo, pero debía porque sus características no lo hacían sonar al unísono con el resto. Y el vómito provino de mí, provino de una parte mía, generado por una parte mía, generado por mi boca pero causado por otra boca mía]





Y ahí entra él. El que no quieren reconocer aunque derecho propio tenga desde siempre marcado el ser siempre y en todo lugar, un "siempre". Siempre siendo esta su palabra favorita, siendo su tiempo favorito, siendo su diversión ilimitada por vivir en un siempre. Irreconocible el hecho de no reconocer que éste ha de ser reconocido como lo que no desea ser reconocido por nada ni por nadie.

Cara de madera, títere proveniente de un mundo donde los maestros de títeres aprenden escribiendo sobre sus mesas de pizarra, con tiza, y las marionetas enseñando con libros de roca, escritos por quién sabe quién, porque este mundo se trata de uno no donde las cosas son al revés, sino el revés no existe, el derecho tampoco, sólo la duda de quién creo y si quien creó es alguien real, o si el que algo haya sido creado puede haber sido creado por alguien o algo que también haya sido creado por otro algo que...Una cadena continua, que quién sabe dónde termina, un "quién" que quizás lidera el extremo final de esta cadena interminable pero con límite, insufrible pero con atisbo de relajación al último, eterna o no, porque el "quién" quizás sabe que ha de ser otro quién que lo enganche a él.

No importa, cañones suenan, disparos ahuyentan animales. Los tigres y los leones tienen miedo, se desconocen y conocen en medio del deseo de sobrevivir juntos. Barcos caen sobre tierra firme, se hacen lugar donde no corresponden y sacuden el terreno de aquel propietario quien tiene propietario no de papeles, sino de aquel que le sigue por arriba de aquella cadena interminable. Pero otra vez, no importa, porque ya no se abren ni cierran cortinas, fueron voladas por plomo, convertidas en ceniza, en la ceniza de la ceniza, o el "quién" sabe que fueron convertidas en la ceniza de la ceniza de la ceniza.

Ya no importa. Un lenguaje ya extinto revivió para sus palabras ser deconstruidas y transformadas no en un nuevo legado, sino en un colonizador que atormenta el hecho de que un "algo" alguna vez haya existido para ser reconocido sólo por haber sido un "algo" y no por lo que realmente fue. Cansado de que el "quién" sea el único omnisciente de las realidades de aquella cadena interminable de "algos"; ellos cansados de ser sólo "algo" para el "quién" de quienes. Ha de quebrarse de una buena vez el hecho de no tener conocimiento absoluto de lo que a uno le pasa, pero quién es el de sombrero blanco sin sombrero para tener conocimiento absoluto, no del todo, ¿Sino al menos de sí mismo?

Quebraron su armonía y acumularon su llanto para desperdiciarlo en sí mismo, en un acto que parece egoísta y él quiere convertirlo en sumamente egoísta, porque miedo tiene que aquél que posa sobre su cuerpo sea el "quién" de quienes que lo aterrará infinitamente. Está completamente aterrado de que cadenas rojas se acumulen sobre su cuerpo, sus ropas destrocen, su piel se queme y selle heridas sobre sí misma, que su cuerpo sea atado al suelo y no pueda moverse más para que generarse aún más dolor, que los ojos le sean quitados de lugar para darlos vuelta y observarse a sí mismo en eternidad ser carcomido por el "quién" de quienes; un ser omnisciente, que por el máximo conocimiento que él tenía sobre la situación, se podía tratar únicamente sobre el verdadero "quién".

Pues, ¿Quién es capaz de habitar el cuerpo de uno sin ser otro, y sólo un constante quién que propio cuerpo no puede tener?



-¡PÁRASITO!-

-Párasito que habita tu cuerpo quizás, más no soy el quién de quienes, porque privilegio no tengo. Sólo el aquél de vivir en tu cuerpo. Cara de madera tengo, o es eso lo que puedes, ¿O quieres? ver. Soy más capaz de acompañar tu sangre de lo que pueden tus huesos. Soy aquel que te acompaña en momentos de soledad, muy irónicamente, siendo los únicos momentos donde solo te voy a dejar. No me olvidarás, porque constante será la punzada que te hará recordar este recuerdo que para tu mente, o nuestra mente compartida, puede ser infernal. Tengo tanto miedo como tú, pero soy tanta amenaza a ti como tú a mí. Soy carne de tu carne, pero objetivamente sólo "quién" sabe quién es carne de quién.-


Un rostro.
Carne de la carne de donde emerge. 
Abriéndose paso entre venas, tejido, músculo, poros de piel.

Un rostro.
Cráneo de cráneo de donde emerge.
Abriéndose paso entre cabellera, nervios, cuello.

Un rostro.
Un rostro que se deforma, acumula piezas de tejido, las convierte en suyas, destroza el rostro real, se crea uno pero detrás del original. Acomoda sus ojos retorcidos, bañados de blanco vacío y rojo sangre causado por el aturdimiento de cráneo, desestabilizando nervios, convirtiendo a cada uno estos en un sin fin de sintientes de dolor, miseria, pena, terror. Un rostro que se abre paso, arranca cabello, rompe cuello, quiebra huesos, pela piel y escupe sangre, pero sin usar las manos, porque allí sólo rostro existe. Un rostro que con su misma aparición genera sonidos de desesperación.

Un rostro se formó detrás del que rostro ya tiene, detrás del que busca correr y alejarse de lo que está implantado en su ser, detrás del que grita, siente terror, egoísmo quiere desechar por odiarse tod olo que ahora en adelante conlleve la palabra "yo". El rostro es el nuevo él de él, el que crea su propia historia y grita "¡Libertad! ¡Soy eso al fin! ¡No seré el "quién" de quienes, pero sí seré el tu de tú!"

Garganta atrofiada, el verdadero él, llanto y jadeos no podía ya largar. Como si toda su vitalidad desapareciese por ser consumida por el él de él, estaba ahora sin oportunidad de queja, frente a un tribunal, presentado como testigo vital de su propia pesadilla contra la que no puede testificar, porque de hacerlo, una soga colgará al culpable de semejante calvario, pero también a él. No había escapatoria, y recordarlo ya no quería más, olvidarlo sin embargo no podría, ¿Cómo olvidar a aquél que susurra, cuestiona, grita, insulta, provoca, y presenta cualquier tipo de ruido constante en forma de palabras, pero palabras no sin sentido, sino con?


-¡SOY EL TUYO DE TÚ! ¡NO ERES EL QUE ESCAPA DE MÍ, NI YO DE TI!
Somos los que juntos comparten lo que nadie podrá compartir nunca. Un pensamiento doble pero propio, constante, dudas y guías filosóficas que se opondrán en una batalla sin fin. Un choque de pensamientos opuestos, siendo contraproducentes incluso cuando contraproducentes quieren ser. Soy lo que tu tú no puede ni quiere pensar, y tú lo que mi yo no ha de nunca aceptar; el perder control, a cambio de tener el saber absoluto de lo correcto que hacer.
Soy sólo yo el que correcto está, mas tú el que cuerpo mueve, no a dirección de lo correcto, sino a lo que tu miedo por mí grite hacer.-

Ambos en un mismo cuerpo, arrodillados frente a una tubería de agua con punta filosa. Ambos, uno con mente perturbada y el otro calmada, pero escondiendo bajo risas un sufrimiento que rabia genera por no poder controlar ese tan preciado cuerpo. Ambos, uno preparado para enterrar, con su último atisbo de esperanza de escape, el cuello en aquella tubería filosa, puntiaguda y oxidada; el otro, ojos podridos, blancos y rojos, temblando de enojo, furia, pero sin registro de miedo, siquiera mínimo, de lo que aquella tubería causaría.

Uno, tres segundos con paciencia contó.
El otro, por tres segundo con rabia gritó.
Uno, dos, tres. 
Sólo el segundo número cuatro sabe lo que pasó.
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En el segundo cuatro una puerta se abrió. No era física, no estaba realmente allí, sino que en su mente podrida y perturbada se formó.
En el segundo cuatro un laberinto de túneles interminable oscuros se formó a su alrededor. No tenían luces, iluminaba de alguna forma extraña, con neblina, cuyo cielo no respetaba, a hacer presencia bajó.
En el segundo cuatro, sonidos de tuberías, caños, gotas, chirridos, puertas oxidadas y vías desequilibradas se hicieron presente en el interminable laberinto.
Sólo el segundo cuatro sabía que fin no tendrían, que mental serían, que real nunca se harían, pero que en la mente del perturbado, de evento suficientemente traumático resultarían.

"Dónde estoy, qué soy, cómo soy, cuál soy, por qué no soy el otro, por qué el otro no es yo, por qué sólo yo he de ser yo, y el otro ha de ser el otro." No tiene palabras de fin las tantas preguntas que se presentan en un interminable túnel; interminable la cantidad de odio y resentimiento al otro, interminable la cantidad del deseo de desaparición de uno mismo. Uno mismo es lo que él odia, el concepto de tener que formarse a sí mismo experimentando por sí mismo lo que es ser él mismo.

Parásito que lo enterró en la más profundas de las atrocidades posibles causadas por el segundo cuatro.
Dividido en dos el cuerpo real, el mental era uno sólo pero deseaba dividirse en cuatro o más para el tormento aguantar.
No específicamente cuatro porque la capacidad de resistencia sería la suficiente, sino cuatro porque es el segundo cuatro quién todo lo supo, quien todo observó y quien todo, junto al de rostro de madera, al mismo tiempo empezó.

Esta vez unidos al unísono estaban, tocando notas diferentes, pero ambos se complementaban en una pesadilla de color oxidado, reloj con tiempo roto, pieles no atravesadas por vidrio, sino vidrio atravesado por pieles desabastecidas por el abastecimiento interminable de los gusanos. Túneles sin fin, piedras color rojo y marrón formando paredes, grietas con grietas sobre grietas, gotas con infinidad de tiempo cayendo infinitamente sobre un suelo con lugar finito para abastecer tantas gotas de agua, óxido, y podredumbre; gotas que no caían, gotas que no llenaban, gotas que no aparecían. Se estaba dando, en los oídos del afectado, una ilusión eterna de sonido que no cumplía lógica por presentar sonido de inundaciones interminables en un laberinto de pasillos secos con fobia a la humedad, en los ojos del afectado, una ilusión eterna de visión que mostraba colores de apagón de felicidad e incendio eterno de miedo e ira de tono irracional pero racional contra aquél ambiente de maldad, y en la boca del afectado, un sabor amargo, mezclado con agua sucia, alcohol, vómito, diarrea, moho e insípida saliva proveniente de aquel monstruo que frente a aquel afectado se presentaba.





-No me tengas miedo. Soy lo que tu tú de afuera no quiere ver. Soy el tú más tú que tú jamás hayas visto. No sé si de tu carne soy, o tú de mi carne eres, pero carne somos, y unidos por obligación estaremos.-


Una bestia sin igual. Forma de perro gigante, con ojos desiguales, uno más grande que el otro, uno afuera y el otro más adentro. Pelaje mal distribuido, sin simetría que lo repartiera en partes iguales. De pelo duro, y saliva brotando por su boca a ritmo de cascada, una cascada que no parecía terminar. Patas, sólo tres. Dos salían por atrás de manera normal, algo despellejadas con su flaqueza y huesos dejando ver por la transparencia de semejante piel. La última pata no salía por la parte delantera de abajo de la cabeza, sino al costado de esta, haciendo que la cabeza del animal se arrastre por el suelo, ahogándose en su propia saliva constantemente. Su nariz, eso era la nariz de un perro, pero sólo la mitad, como si la otra hubiese sido arrancada, no de un mordisco, sino de un derretimiento generado por estar ahogado en la humedad de la constante saliva, la cual aún no paraba de salir.


-Este no soy yo, este es el que tú ves porque no quieres aceptar que soy el nuevo tú que te acompañará por siempre. O quizás es lo que ves tú por no poder aceptar lo que siempre fuiste, un monstruo de partes desiguales, con ningún igual a nadie ni nada. De igual modo, de no aceptarme, seré yo el nuevo tú que sólo uno será.-


De su pecho, también mojado por la saliva, brotaron sus órganos, no por estar abierto el abdomen, sino que estos mismos atravesaban la tan transparente piel del animal, del monstruo. Órganos sin fin, con funciones que no se podían divisar, imposibles de conocer. Corazón que sangre no parecía bombear, por extremadamente deshidratado estar. Pero un corazón no había, sino cuatro de ellos, todos sin capacidad de bombear, palpitar, latir. Luego siete estómagos de tamaños diferentes, algunos llenos, otros hinchados, otros rebalsando de pus, vómito y saliva acumulada; es lo que ingiere el animal, el monstruo, la verdadera expresión de aquel "tú" o del "yo" del que hablaban.

Pero el monstruo, además de hablar, ahora se empezó a mover.



Se empezó a arrastrar, utilizando su más grande pata que del cerebro brotaba, se empezó a arrastrar. Su pelaje bañado en vómito y saliva propia empezó a desparramar su rastro único e inigualable de iniquidad. Se empezó a arrastrar, con ambos ojos bañados en ira, lujuria, depresión, se empezó a arrastrar. Sus patas de atrás, con movimiento errático empezaron a girar rompiendo sus propias articulaciones para poder avanzar.

Se empezó a arrastrar, y la cara del afectado, del de sombrero, pronto sin cabeza iba a estar.

Corriendo, pasos agigantados, otros ajetreados, empezó a correr lejos de aquella figura con órganos sueltos, de sangre mala que no era bombeada. Criatura que no obedecía a la lógica ni al sentimiento. Corriendo hasta el fin de un pasillo llegó, para girar y otra dirección tomar. Las paredes no guiaban a ningún lado por tan indiferentes ser ante el pánico de la mantis, cuya cabeza no iba luego a tener por sufrir una inseminación de saliva y sangre, no en su cuerpo, sino en sus ojos, para rellenarlos de una verdad que no se quiere aceptar.

Una verdad que no se quiere aceptar, quizás por lo horrible que resultaba, no por su concepto, sino por su forma. Su forma de piernas quebradas, piel transparente, huesos que sin vergüenza se mostraban, piernas que articulaciones y ejes no respetaban, dientes camuflados por cascada de saliva interminable, pierna cuya posición atormentaba cada vez con pasos más marcados, agarrándose de esquina en esquina de cada pared, amenazando cada vez más latente con sus corazones que no latían a un desesperado que pronto cabeza no tendría.

Pronto cabeza no tendría.
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Última modificación: 02-04-2024, 07:38 AM por Solf J. Kimblee.

Cómase el carcomido charco negro, brotando de pieza roja y rosa, convirtiéndose poco a poco en el negro exorbitante que aborda la escena, de cabeza desde donde proviene, a suelo donde inunda.

Exhala, e inhala, en órdenes alterados, a diferentes velocidades y con pensamientos confundidos, denotado detalle dado por la poca centralidad de sus ojos, temblando quizás de miedo, quizás por observar confundido aquel líquido negro, quizás por estar siendo exhumado de su corazón, o tan sólo quizás, simple y llanamente de miedo.

Negro, negro sus ojos, negra su boca, negro todo su rostro, oscuro, abandonado por la luz, no del exterior sino de su interior; se deshidrataba hidratándose de su propio cuerpo; se quemaba exponiendo su propia piel al calor; era devorado comiendo de su propia carne; convertía lo propio en lo ajeno o lo inexistente, todo con la simple acción propia. De propio a nada, y hacia la nada él se derretía.

Un perro, un monstruo, un ente no existente sólo existente en su mente se devoraba todo lo existente restante de la misma. Lamía con sazón el semejante trozo de carne, nervios, aquel manojo de rojo y rosa que después de cada mordida, relamida, y saboreada se convertía en negro. Un negro exorbitante, un negro inigualable, un color que ya no es color de los colores sino único color por convertirse poco a poco en el único cognoscible en aquella sala, en aquél laberinto de túneles interminables, en aquél lugar inexistente sólo existente en una mente que, de seguir el todo así en este mismo movimiento, pronto pasaría a unirse también a lo ex-existente. Pero ese negro consumía no sólo el cuerpo del consumado, sino del consumidor, de aquella bestia de ojos temblorosos pero no de miedo, articulaciones perdidas pero funcionales, piel transparente pero con huesos cubiertos, extremidades desordenadas pero coordinadas, y boca desorbitando saliva interminable, la cual de transparente pasó a tintarse de negro también.

Irónico. La criatura ahora también sufría de miedo.
Irónico. La víctima ahora se convertía en el victimario.
Irónico. El color negro era el único visible y generó ceguera.

Irónico.
La bestia empezó a tragar su saliva, a atascarse, a no poder respirar correctamente.

Irónico.
La víctima empezó a gritar sin rencor, sin temor. Sólo con descompás expresando lo poco que le quedaba antes de que aquel líquido negro lo consuma por completo.

Irónico.
No fue lo irónico cuatro veces, sino seis. Quizás el número cuatro no todo lo supo, sino el seis, o quizás algún otro que por la carencia de memoria ahora presente en la víctima no se sabría con exactitud cuál.

Carencia de memoria ahora presente en la víctima.
Carencia de memoria ahora presente.
Carencia de memoria.
Memoria.

Quién sabe si lo que sucedió, sucedió realmente, fue la causa original, o consecuencia del origen real.
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