Los días secos eran lo que allí destacaba, el sol inclemente castigaba a todo aquel que estuviera bajo su ojo y la arena se encargaba de borrar los rastros y perder a quien fuera capaz de pisar su laberinto sin paredes.
Con una máscara de chakra, como una segunda piel encima, seguí a un grupo de mercaderes que atravesaban el desierto, fingiendo ser un beduino que buscaba hacer fortuna en el gran bazar, lo que me permitió platicar con ellos aunque fuera un poco. Vestía ropajes blancos amplios, tipo árabe, y un shemagh negro alrededor de mi cabeza, permitiendo que sólo mi mirada se asomara.
La situación política era la misma, la Yakuza dominando todo, sin embargo, no sabían nada sobre usuarios de chakra o clanes, pues estaba fuera del alcance de su círculo mercantil el saber eso, aunque sabían que existían y había entre la yakuza.
Los animales de carga no dejaban de quejarse, y su olor era desagradable. El sudor resbalaba por nuestros cuerpos, y aunque la máscara de chakra era sofocante, me protegía del sol.
Avanzamos entre las dunas del desierto, por extensos valles ardientes y pasamos por un par de pequeños asentamientos de 3 o 4 casas alrededor de un pozo de agua. Sin embargo, mi objetivo era otro lugar, una zona de paso concurrida que me habían informado los mercaderes, era excelente para descansar y pasar la noche.
Desde lejos ya podía ver los animales amarrados, descansando bajo el sol, cargados con costales y bultos con mercancías. Había también unas cuantas casas, en decenas de grupos de 4 alrededor de un pozo, y adelante de todo eso, a unos veinte metros, un enorme oasis rodeado de palmeras datileras y algunas hierbas que crecían cerca al agua y algunas hierbas que los propios lugareños cultivaban.
Varias carpas alrededor del oasis, cientos de hecho, aguardaban grupos de viajeros que esperaban y descansaban antes de cruzar el desierto infernal. Incluso en ese lugar ya había un intercambio informal de productos.
Activé mis sensores térmicos y conforme pasaba, pude ver los rastros de calor dentro de las casas, difusos por el calor de la propia arenisca bajo el sol, pero todas las casas estaban habitadas. Las carpas también estaban habitadas, llenas de gente.
Tras instalarme con los beduinos, me alejaría un poco para vagar, entre un considerable gentío que intercambiaba productos y platicaba. Sin embargo, conforme avanzaba, pude notar que había gente malencarada, con ropas diferentes a la de los mercaderes viajeros, con armas y tatuajes y cicatrices. No eran beduinos, eran posiblemente yakuzas, mercenarios que protegían la zona.
Era precisamente esa razón por la que había decidido ir a ese lugar, pues la Yakuza tenía ojos y puños en todos lados, y los oasis donde se concentraban los mercaderes debía ser una zona importante. Sólo debía esperar a reunirme con mis compañeros en la noche, cerca del oasis.
Vi una carpa en donde la gente se arremolinaba, pues ahí un mercader vendía te verde amargo, sake y la exquisita bebida local popular: leche de yack fermentada.
Me acerqué al "tabernero" si se podría llamar así, y clavé mi mirada en sus ojos. Expandí mi chakra.
-Deme un vaso de leche fermentada- le dije, mirándolo fijamente. El sujeto me miró con curiosidad pero de un barril llenó un vaso y me sirvió.
Debajo de mis amplios ropajes de mercader realizaría sellos.
-Responde, ¿este lugar es seguro?- le pregunté.
-Sí señor- respondió.
-Explícame porque es seguro- le cuestioné.
-Porque hay seguridad, guardias de la yakuza que nos vigilan y protegen de los asaltantes- dijo el mercader.
-¿Donde están?- le cuestioné.
-En todos lados. En el oasis, entre las carpas y en el "pueblo", y alrededor de esta zona hay vigilancia. Sobre todo en el "pueblo", en donde en varias casas ellos viven y duermen- dijo el tabernero.
Lo saqué de su trance cuando entraron otros mercaderes a beber. El sujeto se vio confundido unos segundos, pero luego reaccionó y siguió atendiendo, pero lanzándome miradas raras de vez en cuando.
Tras beber, pagué y salí de ahí, compré una botella de sake y la guardé bajo mis ropas.
Me acercaría de regreso a la tienda de los mercaderes para dormir. Esperaría a la noche para buscar a mis compañeros. La clave para identificarnos era decir "serpiente" y el otro debía contestar "soy". Deberíamos vernos sin máscaras para identificarnos.
Con una máscara de chakra, como una segunda piel encima, seguí a un grupo de mercaderes que atravesaban el desierto, fingiendo ser un beduino que buscaba hacer fortuna en el gran bazar, lo que me permitió platicar con ellos aunque fuera un poco. Vestía ropajes blancos amplios, tipo árabe, y un shemagh negro alrededor de mi cabeza, permitiendo que sólo mi mirada se asomara.
La situación política era la misma, la Yakuza dominando todo, sin embargo, no sabían nada sobre usuarios de chakra o clanes, pues estaba fuera del alcance de su círculo mercantil el saber eso, aunque sabían que existían y había entre la yakuza.
Los animales de carga no dejaban de quejarse, y su olor era desagradable. El sudor resbalaba por nuestros cuerpos, y aunque la máscara de chakra era sofocante, me protegía del sol.
Avanzamos entre las dunas del desierto, por extensos valles ardientes y pasamos por un par de pequeños asentamientos de 3 o 4 casas alrededor de un pozo de agua. Sin embargo, mi objetivo era otro lugar, una zona de paso concurrida que me habían informado los mercaderes, era excelente para descansar y pasar la noche.
Desde lejos ya podía ver los animales amarrados, descansando bajo el sol, cargados con costales y bultos con mercancías. Había también unas cuantas casas, en decenas de grupos de 4 alrededor de un pozo, y adelante de todo eso, a unos veinte metros, un enorme oasis rodeado de palmeras datileras y algunas hierbas que crecían cerca al agua y algunas hierbas que los propios lugareños cultivaban.
Varias carpas alrededor del oasis, cientos de hecho, aguardaban grupos de viajeros que esperaban y descansaban antes de cruzar el desierto infernal. Incluso en ese lugar ya había un intercambio informal de productos.
Activé mis sensores térmicos y conforme pasaba, pude ver los rastros de calor dentro de las casas, difusos por el calor de la propia arenisca bajo el sol, pero todas las casas estaban habitadas. Las carpas también estaban habitadas, llenas de gente.
Tras instalarme con los beduinos, me alejaría un poco para vagar, entre un considerable gentío que intercambiaba productos y platicaba. Sin embargo, conforme avanzaba, pude notar que había gente malencarada, con ropas diferentes a la de los mercaderes viajeros, con armas y tatuajes y cicatrices. No eran beduinos, eran posiblemente yakuzas, mercenarios que protegían la zona.
Era precisamente esa razón por la que había decidido ir a ese lugar, pues la Yakuza tenía ojos y puños en todos lados, y los oasis donde se concentraban los mercaderes debía ser una zona importante. Sólo debía esperar a reunirme con mis compañeros en la noche, cerca del oasis.
Vi una carpa en donde la gente se arremolinaba, pues ahí un mercader vendía te verde amargo, sake y la exquisita bebida local popular: leche de yack fermentada.
Me acerqué al "tabernero" si se podría llamar así, y clavé mi mirada en sus ojos. Expandí mi chakra.
-Deme un vaso de leche fermentada- le dije, mirándolo fijamente. El sujeto me miró con curiosidad pero de un barril llenó un vaso y me sirvió.
Debajo de mis amplios ropajes de mercader realizaría sellos.
-Responde, ¿este lugar es seguro?- le pregunté.
-Sí señor- respondió.
-Explícame porque es seguro- le cuestioné.
-Porque hay seguridad, guardias de la yakuza que nos vigilan y protegen de los asaltantes- dijo el mercader.
-¿Donde están?- le cuestioné.
-En todos lados. En el oasis, entre las carpas y en el "pueblo", y alrededor de esta zona hay vigilancia. Sobre todo en el "pueblo", en donde en varias casas ellos viven y duermen- dijo el tabernero.
Lo saqué de su trance cuando entraron otros mercaderes a beber. El sujeto se vio confundido unos segundos, pero luego reaccionó y siguió atendiendo, pero lanzándome miradas raras de vez en cuando.
Tras beber, pagué y salí de ahí, compré una botella de sake y la guardé bajo mis ropas.
Me acercaría de regreso a la tienda de los mercaderes para dormir. Esperaría a la noche para buscar a mis compañeros. La clave para identificarnos era decir "serpiente" y el otro debía contestar "soy". Deberíamos vernos sin máscaras para identificarnos.