Última modificación: 05-02-2023, 01:53 AM por Yatako.
Más de un mes después del secuestro de Yōgen a manos del Imperio, un grupo variopinto de personas se reunió en una localización recóndita, encontrada por el azar o el destino cerca de la costa norte del País de los Fideos. Yatako, Rukasu, una recuperada Kureha y su benefactora Bishamon fueron los primeros en dar con el lugar: una cueva, de entrada angosta y difícil acceso por un risco en la cara interna de un cañón. Dentro de ella, las paredes y pilares antiguos pero bien preservados de un templo sumido en la oscuridad y el olvido todavía resistían, y conformaban un amplio espacio para una reunión que pretendía ser lo más discreta posible. Alrededor del escondite, decenas de kilómetros sin habitar por el ser humano.
Tras contactar con Bishamon por sugerencia de Rukasu, explicar el aciago encuentro y ser aceptada la súplica de ayuda, la kunoichi médico de Konoha arriesgaría su estancia en la villa bajo el vigilante ojo del Imperio, uniéndose a la causa y poniendo a disposición del pequeño grupo a una amistad reciente, con las habilidades necesarias para iniciar la búsqueda y rescate: la kunoichi sensor Gea Suzume. En este punto, comenzaría una ardua búsqueda de varios días, de caminos que no llevaban a ninguna parte, de sombras de los bajos fondos del mundo, de desesperanza y desazón crecientes. El hermano de Yatako había desaparecido de la faz de la tierra dejando escaso rastro de chakra, y pocas esperanzas de encontrarlo.
Yatako aún no se decidía por una respuesta a la eterna pregunta. ¿Por qué se lo habían llevado? ¿de qué les servía un pobre adolescente enfermo? ¿sería por su linaje genético, o la herencia de virtudes y lo que representaba? Quizá, como creía Bishamon, querían sacarla de su escondite, jugar con sus sentimientos y provocar que cometiese el mayor error de su vida, y así poder acabar con ella y con la voluntad que creían que portaba.
Pero la voluntad llevaba tiempo dormida, en un plácido sueño del que no quería despertar, pues era más idílico que la realidad. Y si en algún momento fuese sobresaltada de su sopor, ¿sería la misma voluntad que el Imperio temía, o despertarían algo mucho peor?
Sin descanso, sólo parando cuando requerían cambiar de localización o era demasiado peligroso para Rukasu y Bishamon estar fuera de Konoha, los shinobi consiguieron una valiosa información a la par que un nuevo aliado: un amigo de la rubia de Konoha y conocido de Gea, un enmascarado que frecuentaba los pasadizos más estrechos de todos y cada uno de los rincones del mundo. A pesar de la desconfianza que inspiraba su apariencia, no les quedaba más remedio que aceptar un par de ojos experimentados más —sobre todo cuando era una persona de fiar de Bishamon, quien tanto se estaba arriesgando por reunir a los hermanos Uchiha de nuevo.
Finalmente, llegaría el día esperado y la información adecuada. El grupo detectó los susurros entre las filas rebeldes, y un llamamiento de liberación en la fortaleza Shoseki. Encerrada en la cárcel yacía una persona de interés para la causa, y una operación se había gestado para su liberación. Siendo el País del Agua una de las localizaciones donde los últimos retazos del rastro de Yōgen se ahogaban, el grupo se puso en marcha y convocó toda la influencia que les quedaba: contactaron, por medio de Gea y Bishamon, con un shinobi de Kumogakure al que le gustaba más el dinero que su propia nación —su nombre era Toji, un hombre de porte imponente pero extrovertido, quien pudo confirmar que un asalto iba a llevarse a cabo en la fortaleza, y él participaría del lado Imperial. Nada que la fortuna que Yatako había heredado no pudiese arreglar.
Por último, la integrante final del grupo respondía a una clara necesidad: si iban a participar en aquel conflicto a gran escala contra el Imperio, necesitaban toda la ayuda de shinobi con la mayor fuerza posible. Así, se uniría a la misión una kunoichi errante, una joven rubia de piel bronceada, con una estatura que no hacía justicia a su fiereza, la enorme cantidad de chakra que poseía y su espíritu de batalla. Con Airine Tenbin, el grupo estaba completo, y el objetivo claro.
El día veinticinco de enero, el grupo entero se reunió por primera vez en el templo, en una charla que duró varias
horas. Pretendían responder a la llamada, ejecutar la misión y separar sus caminos. Un compromiso efímero, desapareciendo de la vida de los demás una vez Yōgen volviese a casa.
O quizá, prender juntos una llama en el mundo, y alimentarla para que no dejase de arder.
Tras contactar con Bishamon por sugerencia de Rukasu, explicar el aciago encuentro y ser aceptada la súplica de ayuda, la kunoichi médico de Konoha arriesgaría su estancia en la villa bajo el vigilante ojo del Imperio, uniéndose a la causa y poniendo a disposición del pequeño grupo a una amistad reciente, con las habilidades necesarias para iniciar la búsqueda y rescate: la kunoichi sensor Gea Suzume. En este punto, comenzaría una ardua búsqueda de varios días, de caminos que no llevaban a ninguna parte, de sombras de los bajos fondos del mundo, de desesperanza y desazón crecientes. El hermano de Yatako había desaparecido de la faz de la tierra dejando escaso rastro de chakra, y pocas esperanzas de encontrarlo.
Yatako aún no se decidía por una respuesta a la eterna pregunta. ¿Por qué se lo habían llevado? ¿de qué les servía un pobre adolescente enfermo? ¿sería por su linaje genético, o la herencia de virtudes y lo que representaba? Quizá, como creía Bishamon, querían sacarla de su escondite, jugar con sus sentimientos y provocar que cometiese el mayor error de su vida, y así poder acabar con ella y con la voluntad que creían que portaba.
Pero la voluntad llevaba tiempo dormida, en un plácido sueño del que no quería despertar, pues era más idílico que la realidad. Y si en algún momento fuese sobresaltada de su sopor, ¿sería la misma voluntad que el Imperio temía, o despertarían algo mucho peor?
Sin descanso, sólo parando cuando requerían cambiar de localización o era demasiado peligroso para Rukasu y Bishamon estar fuera de Konoha, los shinobi consiguieron una valiosa información a la par que un nuevo aliado: un amigo de la rubia de Konoha y conocido de Gea, un enmascarado que frecuentaba los pasadizos más estrechos de todos y cada uno de los rincones del mundo. A pesar de la desconfianza que inspiraba su apariencia, no les quedaba más remedio que aceptar un par de ojos experimentados más —sobre todo cuando era una persona de fiar de Bishamon, quien tanto se estaba arriesgando por reunir a los hermanos Uchiha de nuevo.
Finalmente, llegaría el día esperado y la información adecuada. El grupo detectó los susurros entre las filas rebeldes, y un llamamiento de liberación en la fortaleza Shoseki. Encerrada en la cárcel yacía una persona de interés para la causa, y una operación se había gestado para su liberación. Siendo el País del Agua una de las localizaciones donde los últimos retazos del rastro de Yōgen se ahogaban, el grupo se puso en marcha y convocó toda la influencia que les quedaba: contactaron, por medio de Gea y Bishamon, con un shinobi de Kumogakure al que le gustaba más el dinero que su propia nación —su nombre era Toji, un hombre de porte imponente pero extrovertido, quien pudo confirmar que un asalto iba a llevarse a cabo en la fortaleza, y él participaría del lado Imperial. Nada que la fortuna que Yatako había heredado no pudiese arreglar.
Por último, la integrante final del grupo respondía a una clara necesidad: si iban a participar en aquel conflicto a gran escala contra el Imperio, necesitaban toda la ayuda de shinobi con la mayor fuerza posible. Así, se uniría a la misión una kunoichi errante, una joven rubia de piel bronceada, con una estatura que no hacía justicia a su fiereza, la enorme cantidad de chakra que poseía y su espíritu de batalla. Con Airine Tenbin, el grupo estaba completo, y el objetivo claro.
El día veinticinco de enero, el grupo entero se reunió por primera vez en el templo, en una charla que duró varias
horas. Pretendían responder a la llamada, ejecutar la misión y separar sus caminos. Un compromiso efímero, desapareciendo de la vida de los demás una vez Yōgen volviese a casa.
O quizá, prender juntos una llama en el mundo, y alimentarla para que no dejase de arder.