Última modificación: 19-01-2023, 02:55 PM por karibachi.
Monte Heiwa, País de la Tierra.
10 D.Y., una noche de otoño.
10 D.Y., una noche de otoño.
El fuego crepitaba en la chimenea de piedra, manteniendo toda la casa caliente gracias a los conductos que circulaban por todas las habitaciones y el suelo, un método de calefacción antiguo y bastante efectivo, conocimientos de eras pasadas que morían en el olvido. Aquella llama, fuerte por la leña que lo alimentaba, era la única luz del cuarto principal mas allá de la que podía entrar por la ventana de las estrellas, por lo demás solo reinaba el silencio. Sentado en un taburete, con mis antebrazos apoyados en la mesa de madera sobre la que comíamos y nos juntábamos, me encontraba, mirando embelesado aquel fuego que nos cuidaba y alumbraba. Mi mente andaba en distintos pensamientos, recordaba mis viajes y mis aventuras, recordaba mis misiones y combates; en esencia hacía memoria de mi vida.
Resoplé algo apenado, pues siempre busqué una vida contemplativa, mas no pude tenerla, lo más cercano a ello era esta última etapa, con Bakura y los niños, quién lo diría, solo hizo falta un genocidio y el alzamiento del mayor tirano para lograrlo... Alto precio a pagar. No podía evitar preguntarme qué hubiese sucedido si yo hubiera participado de forma mas activa en los conflictos bélicos del continente, pues yo no enfrenté a Yogensha como muchos de mis camaradas, no, yo decidí alejarme y viajar, conocer mundo en vez de gastar mis energías en luchar, tal vez debí elegir mejor. Si tan solo hubiera estado en el campo de batalla tal vez, y solo tal vez, el resultado sería diferente, quizás no hubiese ocurrido toda la matanza indiscriminada posterior, quizás... Hoy seguirían brillando las bandanas shinobi con orgullo en las frentes de los ninja y kunoichi. No obstante, la guerra no fue lo peor, no, la mayor aberración vino después, cuando tropas de soldados imperiales invadieron las calles de Iwagakure, no fuimos capaces de resistir sus incesantes acometidas y en aquel momento contaban con hordas de fanáticos que los ayudaron a entrar. Sí... Lo recordaba bien. Crucé las manos de mis dedos y cerré los ojos mientras la piel se me erizaba, aquellas imágenes que todavía me torturaban... No se borrarían nunca.
Aquel día yo me encontraba frente el solar donde tiempo ha se erigía el bar de los shinobi, su destrucción fue el presagio de lo que iba a venir. Un fuerte ruido llamó mi atención, algo estaba sucediendo en los cuatro puntos cardinales de la aldea, sin embargo, yo solo podría ir al del oeste, montado sobre mi fiel compañera Kodokuhachi, volamos raudos a ver que sucedía, descubriendo algo más triste que un invasor. Manifestaciones se estaban dando por toda la aldea, unos enmascarados con grandes pretensiones las dirigían, exigiendo la entrada del ejército imperial tras nuestras murallas. Yo logré calmar los ánimos en mi sector, dispersando a los manifestantes sin uso de la fuerza, pero ese solo era el primer problema, pues el verdadero plan de aquellos hombres estaba en marcha. Traidores a la patria, insurrectos entre las líneas de los ninja habían estado informando de los puntos débiles de nuestras defensas y no solo eso, nos distrajeron a todos para darles tiempo y así lograr superarnos rápidamente.
No lo predijimos, pues no contábamos con que nuestros propios hermanos nos hiciesen tal cosa, y todo por un puesto de favor al lado de la silla de su nuevo amo, triste en verdad. Luchamos fieros y decididos, procuramos contener la amenaza en la zona central, justo por donde habían entrado, explosiones, armas arrojadizas volando, espadazos por doquier, la batalla fue encarnizada, pero los números no jugaban a nuestro favor y la destrucción estaba comenzando a afectar a la población civil. Mas temprano que tarde tuvimos que dispersarnos e intentar huir cuanto antes de la aldea, mientras soldados y partidarios a su causa entraban a cada casa y establecimiento, buscando refugiados y gente que diese escondrijo a un shinobi, sacándolos de sus hogares y `puestos de trabajo por los pelos, tirándolos al suelo sin miramiento, quemando sus casas, sus locales, sus vidas... y ajusticiándolos después con una ejecución lenta y dolorosa para dar ejemplo al resto del rebaño asustado. Muchos de mis amigos murieron aquella noche y otros que huyeron jamás supe de ellos después, yo solo podía pensar en salir de allí, pero no antes de asegurarme que Sayumi, aquella kunoichi de increíble fuerza, había logrado escapar con la vida de sus dos retoños.
Corrí todo lo rápido que pude, mas fue tarde, pues Sayumi yacía sin vida en el suelo de su casa, con decenas de cuerpos enemigos a su alrededor, la sangrienta escena jamás podría olvidarse; por suerte había logrado salvar a sus hijos, aquellos dos bebés que lloraban envueltos en sus mantas, seguramente por la atrocidad que tuvieron que verse obligados a contemplar, pues tuvieron que presenciar la propia muerte de su madre... Aquello también me recordaba a mi, pues mi madre soltó su ultimo aliento para poder parirme y, al igual que ellos no conocerían a su madre, yo tampoco lo hice. Los dormí a ambos con una ilusión, Buda sabe que habría sido imposible escapar si ellos lloraban y berreaban, al menos hacerlo sin luchar, y procuré escabullirme por las cavernas mas profundas de la villa, las cuales conectaban con montañas cercanas, algo desconocido para muchos, incluso para la mayoría de los ciudadanos de Iwagakure, pero bien sabido por mi y otros cuantos, que nos dedicábamos a explorar las cavernas en busca de nuevos yacimientos y escondites. Logré escapar, encontrándome con un reducido número de compañeros que tuvieron la misma idea que yo, dividiéndonos todos, salvo dos, que pensaron que yendo juntos aumentarían sus posibilidades de supervivencia; Bakura y yo decidimos viajar a las montañas de Heiwa, donde esperábamos encontrar refugio y paz entre los muros de su templo, que ingenuos éramos.
Resoplé algo apenado, pues siempre busqué una vida contemplativa, mas no pude tenerla, lo más cercano a ello era esta última etapa, con Bakura y los niños, quién lo diría, solo hizo falta un genocidio y el alzamiento del mayor tirano para lograrlo... Alto precio a pagar. No podía evitar preguntarme qué hubiese sucedido si yo hubiera participado de forma mas activa en los conflictos bélicos del continente, pues yo no enfrenté a Yogensha como muchos de mis camaradas, no, yo decidí alejarme y viajar, conocer mundo en vez de gastar mis energías en luchar, tal vez debí elegir mejor. Si tan solo hubiera estado en el campo de batalla tal vez, y solo tal vez, el resultado sería diferente, quizás no hubiese ocurrido toda la matanza indiscriminada posterior, quizás... Hoy seguirían brillando las bandanas shinobi con orgullo en las frentes de los ninja y kunoichi. No obstante, la guerra no fue lo peor, no, la mayor aberración vino después, cuando tropas de soldados imperiales invadieron las calles de Iwagakure, no fuimos capaces de resistir sus incesantes acometidas y en aquel momento contaban con hordas de fanáticos que los ayudaron a entrar. Sí... Lo recordaba bien. Crucé las manos de mis dedos y cerré los ojos mientras la piel se me erizaba, aquellas imágenes que todavía me torturaban... No se borrarían nunca.
Aquel día yo me encontraba frente el solar donde tiempo ha se erigía el bar de los shinobi, su destrucción fue el presagio de lo que iba a venir. Un fuerte ruido llamó mi atención, algo estaba sucediendo en los cuatro puntos cardinales de la aldea, sin embargo, yo solo podría ir al del oeste, montado sobre mi fiel compañera Kodokuhachi, volamos raudos a ver que sucedía, descubriendo algo más triste que un invasor. Manifestaciones se estaban dando por toda la aldea, unos enmascarados con grandes pretensiones las dirigían, exigiendo la entrada del ejército imperial tras nuestras murallas. Yo logré calmar los ánimos en mi sector, dispersando a los manifestantes sin uso de la fuerza, pero ese solo era el primer problema, pues el verdadero plan de aquellos hombres estaba en marcha. Traidores a la patria, insurrectos entre las líneas de los ninja habían estado informando de los puntos débiles de nuestras defensas y no solo eso, nos distrajeron a todos para darles tiempo y así lograr superarnos rápidamente.
No lo predijimos, pues no contábamos con que nuestros propios hermanos nos hiciesen tal cosa, y todo por un puesto de favor al lado de la silla de su nuevo amo, triste en verdad. Luchamos fieros y decididos, procuramos contener la amenaza en la zona central, justo por donde habían entrado, explosiones, armas arrojadizas volando, espadazos por doquier, la batalla fue encarnizada, pero los números no jugaban a nuestro favor y la destrucción estaba comenzando a afectar a la población civil. Mas temprano que tarde tuvimos que dispersarnos e intentar huir cuanto antes de la aldea, mientras soldados y partidarios a su causa entraban a cada casa y establecimiento, buscando refugiados y gente que diese escondrijo a un shinobi, sacándolos de sus hogares y `puestos de trabajo por los pelos, tirándolos al suelo sin miramiento, quemando sus casas, sus locales, sus vidas... y ajusticiándolos después con una ejecución lenta y dolorosa para dar ejemplo al resto del rebaño asustado. Muchos de mis amigos murieron aquella noche y otros que huyeron jamás supe de ellos después, yo solo podía pensar en salir de allí, pero no antes de asegurarme que Sayumi, aquella kunoichi de increíble fuerza, había logrado escapar con la vida de sus dos retoños.
Corrí todo lo rápido que pude, mas fue tarde, pues Sayumi yacía sin vida en el suelo de su casa, con decenas de cuerpos enemigos a su alrededor, la sangrienta escena jamás podría olvidarse; por suerte había logrado salvar a sus hijos, aquellos dos bebés que lloraban envueltos en sus mantas, seguramente por la atrocidad que tuvieron que verse obligados a contemplar, pues tuvieron que presenciar la propia muerte de su madre... Aquello también me recordaba a mi, pues mi madre soltó su ultimo aliento para poder parirme y, al igual que ellos no conocerían a su madre, yo tampoco lo hice. Los dormí a ambos con una ilusión, Buda sabe que habría sido imposible escapar si ellos lloraban y berreaban, al menos hacerlo sin luchar, y procuré escabullirme por las cavernas mas profundas de la villa, las cuales conectaban con montañas cercanas, algo desconocido para muchos, incluso para la mayoría de los ciudadanos de Iwagakure, pero bien sabido por mi y otros cuantos, que nos dedicábamos a explorar las cavernas en busca de nuevos yacimientos y escondites. Logré escapar, encontrándome con un reducido número de compañeros que tuvieron la misma idea que yo, dividiéndonos todos, salvo dos, que pensaron que yendo juntos aumentarían sus posibilidades de supervivencia; Bakura y yo decidimos viajar a las montañas de Heiwa, donde esperábamos encontrar refugio y paz entre los muros de su templo, que ingenuos éramos.
Las garras del imperio llegaron hasta las cumbres de las montañas, ni siquiera el ser neutrales a todo conflicto salvó a los monjes de la ira de los soldados, por lo visto la existencia de otros dioses y religiones atentaba contra la existencia de Yogensha, el nuevo dios al que venerar, toda efigie que no lo alabara a él debía desaparecer de la memoria del colectivo. Escritos, estatuas, tapices... Tanto se había perdido, ya solo quedaban ruinas y manchas de sangre aquí y allá, ya solo estábamos vivos Bakura y yo junto a los dos pequeños de Ryth, Botan y Sion, una nueva responsabilidad que nos impusimos ambos.
Así transcurrió la noche, nadando en mis recuerdos hasta que una voz, lejana de mi consciencia, se hizo presente. -Papá... ¿Qué haces despierto a estas horas?- Chouko se había levantado para beber algo de agua, topándose conmigo en el camino, extrañada y algo confusa ¿Pensaría que era un sueño?. -Nada hija, tan solo recordaba.- Ella, ahora con cierto interés se acercaba a mi con su vaso de agua. -¿Ah si? ¿Qué estabas recordando?- Le miré con una sonrisa cariñosa y apacible, su rostro era de las pocas cosas que lograba calmar mi alma fuese la situación que fuese. -Recordaba la historia de como te concebimos tu madre y yo.- Dije calmado, sabía la reacción que causaría, una bastante común en una chiquilla de unos diez años de edad. Algo avergonzada y asqueada me miró con desapruebo mientras se alejaba a su cuarto.-Agh papá, eres de lo que no hay.- Yo solo pude sonreír mientras pensaba en la buena vida que tenía ahora, nacida del dolor y el sufrimiento.
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